Pingyao, la joya oculta

13 de septiembre de 2007

Viaje nocturno Beijing-Pingyao:

Realizaríamos el trayecto en 11 horas, 11 horas de infierno. No habíamos conseguido una litera y la taquillera nos vendió billetes en butaca dura con número de vagón y asiento; descubriríamos así la China más auténtica, la de los cientos de millones de chinos pobres.

Pingyao-V

Viaje infernal

En un principio el viaje fue civilizado, pero a medida que parábamos nuestro vagón, el número 11, se iba llenando de gente. Todos los asientos estaban ocupados por lo que los nuevos pasajeros ocupaban los pasillos, o bien sentados o de cuclillas, incluso tumbados, la gente fumaba y comía sopa de noodles en cualquier sitio, poco importaba. A medida que pasaba el tiempo y aquello se iba llenando más y más, a las madres no les daba tiempo a llegar al baño, una verdadera odisea todo sea dicho, y los niños no tenían más remedio que hacer pis donde les pillara. El aire acondicionado o bien nos congelaba durante media hora o bien se paraba otras dos, teniendo en cuenta que sólo unas pocas ventanas podían abrirse los olores humanos de distinta índole se iban acumulando.

Pingyao-IVJorge y Rafa se fueron de excursión a segunda clase, la mayoría de las literas estaban vacías pero el intento de cambiarnos de vagón fue en vano, las revisoras insistían en que no quedaban plazas, se supone que sino habríamos podido cambiarnos pagando la diferencia de tarifa. Lo mejor era pasar el menor tiempo posible en nuestro vagón y así fue como nos instalamos en el vagón restaurante, que separaba el nuestro de la segunda clase; pasamos horas bebiendo cervezas y charlando, nos tomamos la situación con mucho humor. Teresa y yo fuimos las primeras en regresar a nuestro sitio, en cuanto nos levantamos unas revisoras comenzaron a gritar, como no entendíamos nada supusimos que nos exigían pagar las consumiciones, a pesar de que Jorge y Rafa se quedaban, dejamos el dinero e intentamos por segunda vez ir a nuestro vagón, de nuevo la misma reacción, entonces insistimos en continuar y una de ellas nos pidió los billetes, al verlos pareció que había visto un extraterrestre y en inglés decía «no possible, no possible», ¿cómo era posible que tuviésemos billetes de tercera y compartiésemos la desdicha de los menos pudientes?, sin dejar de mover la cabeza en señal de desaprobación nos abrió la puerta y nos echó a la jungla. Ahora eran nuestros ojos los que no daban crédito a lo que veían, la población en ese lado del tren se había multiplicado al menos por dos, en el habitáculo de la puerta se encajonaban cinco o seis personas y la jauría humana no dejaba huecos donde poner los pies. Avanzamos como pudimos hasta nuestros asientos y, sintiéndolo de verdad, hicimos que las cuatro personas que ocupaban nuestros asientos se levantaran.

PingyaoY Rafa describió en su diario la situación: «Jorge y yo volveríamos algo después que Silvia y Teresa (que aguantó el chaparrón de inmundicia con un estoicismo épico). Al pasar la puerta de nuestro vagón nos cerraron con llave, era increíble, estábamos hacinados como cerdos, nos dio una risa medio nerviosa, no nos creíamos lo que estábamos viendo, la gente ocupaba los pasillos y algunas personas estaban sobre otras, además había un fuerte olor a orina, pese al shock decidimos que eso había que grabarlo. Finalmente llegamos saltando sobre la gente hasta nuestros sitios, yo fui parte de lo que quedaba de trayecto sentado en el suelo, con cucarachas correteando a mi alrededor, hubo un chino que directamente se tumbo debajo de los asientos asomando únicamente su cabeza al pasillo. Algo tercermundista.»

En estas condiciones no conseguimos descansar nada, a las 4h30 de la madrugada nos apeamos aturdidos en nuestra parada, por fortuna nos estaban esperando para llevarnos al hotel en un rickshaw, cuyo conductor nos llevó sin encender las luces pero sanos y salvos a nuestro destino final. Lo que sí fue una suerte es que nos dieran en ese preciso momento las habitaciones, así pudimos dormir cinco horas y recuperarnos de la experiencia en el tren.

Pingyao-IIAl despertar pudimos ver el hostal que habíamos reservado por internet, en pleno centro de la ciudad amurallada, en una casa tradicional de dos plantas con patio, las habitaciones estaban decoradas con todo lujo de detalles y la sala de estar junto a la recepción invitaba a quedarse. Allí mismo tomamos el desayuno, hicimos el check-in y a eso de las once iniciamos nuestro primer día en Pingyao, una auténtica joya desconocida.

En la calle se percibe enseguida el ambiente de pueblo, un pueblo que no ha cambiado nada en los últimos doscientos años, calzada de piedra, torres que unen un lado de la calle con el otro y casas tradicionales con sus increíbles fachadas llenas de farolillos y grabados de colores. Pronto nos damos cuenta de que esa es la esencia del lugar, una arquitectura sencilla y fascinante. Por las calles sólo circulan peatones y bicicletas, y alguna moto muy de vez en cuando, ¡qué falta nos hacía este cambio después de nuestro trajín urbano!, primero en Shanghai y luego en Pekín.

Paseamos sin rumbo fijo saliéndonos un poco de la zona más turística, donde se agolpan unas cuantas tiendas de souvenirs y algunos restaurantes, pronto estamos solos nosotros y las piedras de muros, arcos, patios y tejados, una maraña de callejones muchos de ellos sin salida.

Observamos la vida cotidiana de estas gentes que continua a pesar de nuestra intromisión, ancianos sentados a la puerta de sus casas, otros montando en bici plácidamente, niños que nos saludan al pasar; grandes portales con arco nos conducen a patios comunales sin salida, en uno una familia come al aire libre sin inmutarse ante nuestra mirada.

La ciudad amurallada es pequeña, unos seis kilómetros de perímetro, en cada punto cardinal hay una puerta con su torre, otras más espigadas se elevan en las esquinas y entre ellas las almenas aparecen cada pocos metros, todo ha sido restaurado con el dinero de la Unesco que incorporó Pingyao al Patrimonio de la Humanidad en 1997. La ciudad cobró protagonismo durante las dinastías Ming y Qing llegando a ser el centro financiero del imperio con el establecimiento de los primeros tongs o bancos, luego cayó en el olvido hasta nuestros días y está destinada a convertirse en un gran destino turístico a medio camino entre la capital y Xian, el final de la legendaria Ruta de la Seda.

Seguimos caminando entre torres y casas, esta vez seguimos la muralla por un barrio que parece más humilde, un giro y, tras cruzar una puerta, nos topamos con unos billares, ¡qué mejor lugar para tomarse una cervecita fresca! y echar una partida. Los dueños del restaurante contiguo nos miran con desconfianza, ésta se rompe al día siguiente cuando regresamos de nuevo, esta vez se arma la revolución, Jorge les regala a los niños dos marionetas de Bin Laden y Sadam, al cocinero le gustan casi más que a los niños, por fin sonríe abiertamente mientras suelta puñetazos con el brazo de Sadam; pedimos una ración grande de dumplings, el hombre los acaba de preparar unos minutos antes, están deliciosos.

Pingyao-III

Billar callejero

Por la tarde se nos extravía Teresa, la habíamos dejado en una tienda haciéndose unas uñas postizas y al acabar se había desorientado y se había ido en otra dirección, hay un momento de pánico, justo cuando decidimos separarnos los tres aparece. Pasado el susto disfrutamos de la ciudad iluminada, los restaurantes rebosan de turistas chinos, entramos en unas cuantas tiendas pero las compras en los mercados de Pekín nos han dejado sin fuerzas. De mutuo acuerdo nos regalamos una cena a base de comida italiana, pastas y pizzas, el arroz y los fideos comienzan a cansarnos, un descanso de vez en cuando no viene mal.

El segundo día Jorge y Rafa se alquilan unas bicicletas y nos dejan a Teresa y a mí tranquilas, en su periplo van hasta el Templo de Shuanglin, a unos kilómetros del centro, de regreso tratan de enganchar la cámara de vídeo de Jorge a una de las bicis para grabar el paseo, ¡cómo habrá quedado esa grabación! Nos reunimos donde los billares y por la tarde vuelven a desaparecer, esta vez en intramuros, ya no les volveremos a ver hasta la noche.

Nos quedan aún un par de horas hasta que salga el tren, esta vez el gerente del hotel nos ha comprado los billetes en el vagón de literas, el billete en sí es casi igual de barato que el que habíamos pagado en Pekín, pero tenemos que soltar cuatro euros por barba por el servicio, de ocho euros pasa a doce, aún así la diferencia abismal entre categorías lo merece, con una vez es suficiente para conocer cómo viajan la mayoría de los chinos, eso sí, ninguno nos arrepentimos de la experiencia, pero no la recomendamos.

Amablemente nos acercan a la estación, el servicio del hotel ha sido ejemplar y nos han ayudado en todo momento; ahora nos espera un cómodo viaje en litera hasta Xian, de nuevo 11 horas, ¡pero qué diferencia!

Pingyao

 Pingyao es una joya escondida de la China Imperial, en la actualidad es una localidad de pequeño tamaño para la superpoblada China con tan sólo unos 60.000 habitantes.

La muralla de la ciudad está en perfecto estado de conservación, define un cuadrado casi perfecto de unos seis kilómetros de perímetro. Cada pocos metros hay una almena, en las esquinas una torre estrecha y sobre las puertas una torre elaborada con tejados semejantes a los de las pagodas.

Pingyao es un auténtico museo en sí mismo, cada casa, cada patio y cada fachada muestran la belleza de una época pasada, la del esplendor de la ciudad durante las dinastías Ming y Qing, momento en el que se convirtió en un importante centro comercial para el imperio. Durante la dinastía qing llegó a ser el centro financiero de la nación. Luego vino la decandencia y Pingyao cayó en el olvido hasta que el auge del turismo llegó a la gran potencia y se comenzó un proyecto de revitalización de la zona, sencillo de llevar a cabo en un lugar que se mantenía intacto.