Provincia de Yunnan, tierra de culturas
21 de septiembre de 2007
Tristes por la despedida de Jorge continuamos con nuestra aventura en China, regresamos a Xian y de allí cogimos un vuelo a Kunming, la capital de la región de Yunnan, salía un poco más caro que el tren, pero así nos evitamos el largo trayecto de 48 horas ininterrumpidas. En el aeropuerto un taxi nos llevó al Youth Hostel, uno de los peores del recorrido, no por los dormitorios, impecables, sino por los baños y sobre todo por una estúpida recepcionista que agotó nuestra paciencia en diversas ocasiones. En Kunming sólo pretendíamos estar una noche, por la mañana gestionaríamos rápidamente el visado de Vietnam, que deberíamos recoger unos días más tarde, por lo que esa misma tarde pudimos coger un lujoso autobús hasta Dali.
Realizamos un trayecto de casi 400 km en cinco horas, el más rápido en mucho tiempo, se notaba que la zona es de las más ricas del país, tal vez por el boom del turismo fomentado cada vez más por el gobierno central que, a modo de reclamo, ha renombrado Zhongdhian como el legendario Shangri-La, el paraíso en la tierra.
Nos alojamos en Friends Guesthouse, un hostal junto a la puerta sur de la ciudad amurallada por 6 euros la doble con baño, un buen precio que se duplicaría una semana después con la llegada de las vacaciones estatales del 1 de Octubre, momento en el que millones de chinos disfrutarían de una larga semana sin trabajar. Nos quedamos aquí tres noches, el acogedor ambiente de la localidad invita a ello, cierto es que la calle principal, Fuxing Lu, puede llegar a cansar en hora punta, pero fácilmente, caminando dos o tres minutos, te escapas del bullicio y te pierdes en calles con ambiente de pueblo.
Un café de Yunnan, mitad de precio que un capuchino, y a caminar hacia las Tres Pagodas, dos kilómetros al noroeste de la ciudad, en la otra punta de nuestro alojamiento. Para llegar hasta allí una opción es ir por uno de los mercados de frutas y verduras y, como yo soy fan de ese tipo de lugares, no dudamos y nos metimos de lleno en él, la variedad de productos mostraba el carácter subtropical de la región, donde el clima se parece más al de Laos o Vietnam que al de Pekín. Observamos curiosos como las mujeres se tapaban la cabeza, en vez de con sombreros de paja cónicos o rústicos, con bonitos sombreros con cintas de colores, algunos con encaje y todo, sin duda la moda del momento. Abandonamos la muralla por la calle de los talleres de piedra, mármol y madera, donde los artesanos se afanaban con el pico tallando sus mejores diseños en las losas que más tarde se incrustarían en la madera para hacer muebles de todo tipo.
Para evitar el calor, en vez de caminar por la carretera principal dimos un rodeo por un barrio humilde, donde las familias extendían los granos de arroz en la calle para que se secaran; descubrimos así un punto de vista muy fotogénico de las Tres Pagodas. Una vez en la entrada del complejo nos alegramos de haber tomado ese desvío ya que nos negábamos a pagar la desorbitada entrada al recinto, doce euros, ya veníamos un poco requemados con los precios de los tickets en China, esto fue la guinda del pastel, como más tarde nos comentaría un viajero italiano que conoce la zona, desde que fue abierta al turismo, las autoridades cada día se inventan un nuevo ticket para visitar «algo», ese «algo» puede ser desde un palacio, hasta una simple cascada, lago, glaciar, montaña, garganta, o sencillamente un jardín por el que un año antes paseabas libremente sin rascarte los bolsillos. China se está convirtiendo de esta forma en un destino bastante caro, en un día en Pekín te puedes dejar veinte euros fácilmente en visitar un palacio, un templo y pasear por dos jardines, si las entradas fueran de uno o dos euros, pero no bajan de cinco, ¡están locos!
Una de las principales atracciones de la zona es el lago Erhai, en el que se cree se asentaron los primeros habitantes hace tres mil años, se ubica a 1.973 metros de altitud y ocupa 250 Km2, el séptimo lago de agua dulce del país. Para llegar a él hay que dirigirse al este unos cuatro kilómetros, menos de una hora caminando, también se puede llegar en bicicleta o en autobús. Hay algunos ferries que lo atraviesan y llevan a las aldeas de la otra orilla.
Estas fueron las dos excursiones que realizamos en Dali, el resto del tiempo lo dedicamos a intramuros, a comer en puestos callejeros, ver tiendas de artesanía y sentarnos al atardecer a disfrutar de los últimos rayos con una cerveza fresca, Teresa nos había dejado con adicción. Observamos como los grupos de turistas chinos eran guiados por el centro por chicas ataviadas con el tradicional traje bai, conducidos de tienda en tienda donde saciar su sed consumista.
Dali nos enganchó, sus bellas casas con tejados grises de estilo clásico, sus paredes decoradas con dibujos, sus torres relucientes con colores firmes, sin faltar el rojo y el azul, ni los farolillos rojos esféricos, los estanques y jardines, y unas gentes que parecen haber aceptado con paciencia y comprensión la intromisión de los visitantes, ojalá nunca pierdan la paz y la armonía.
Nos despedimos de Dali con un hasta luego, seguramente volveríamos a pasar una noche aquí antes de regresar a Kunming, ahora le tocaba el turno a Lijian, según muchos la joya de Yunnan y según otros un Disneyworld chino, un parque temático íntegramente preparado para acoger al turista tipo, al que quiere dormir bien, comer bien, trasnochar mucho y comprar aún más.
Un taxi nos dejó junto a un Meeting Point, la Noria de Agua donde nunca falta nadie haciéndose una foto; desde allí caminamos introduciéndonos en las abarrotadas calles de esta ciudad de piedra, una auténtica maravilla sino fuera por los miles de personas que en ese preciso momento nos rodeaban. Me hice la tonta cuando leí un cartel que recordaba al visitante que no se olvidara de pagar los 80 yuanes (8 euros) por entrar en el casco viejo, un dinero dirigido por supuesto a restaurar la megarestaurada y rica Lijian, nadie nos exigiría el recibo en ningún momento, menos mal porque nos habría tocado salir de la ciudad en ese mismo instante. Una chica nos abordó cuando llegábamos a la zona de los hostales, nos ofrecía una habitación doble con baño y agua caliente por 50 yuanes (5 euros), como nos pareció muy razonable la seguimos y así nos vimos en una casa de la zona alta donde una pareja de colgados había preparado dos habitaciones para no tener que hacer nada con sus vidas, en varias ocasiones les vimos holgazaneando, sólo se levantaban de su minúsculo camastro para pedirnos el dinero.
Era mi cumpleaños, teníamos que darnos un homenaje esa noche, una buena cena, pero antes teníamos que abrir el apetito y, que mejor manera de hacerlo, que explorando la ciudad, descubrimos que el 99% de la gente se arremolinaba en torno a la calle Dong Dajie y la Plaza del Mercado Viejo, del cual no queda nada, por supuesto. Si te desvías un poco, sobre todo hacia el sur, puedes encontrarte solo de repente, algo que a primera vista parecía simplemente imposible, la ciudad vieja se extiende en callejones, canales y puentes en un entramado laberíntico donde es fácil desorientarse, uno de los primeros lugares donde me he perdido irremediablemente, menos mal que Rafa seguía muy centrado y supo ubicarse con rapidez, cosa que normalmente no hace porque yo siempre ando con el mapa pegado a la cara o inscrito en mi cerebrito.
La cena fue exquisita, a base de queso frito naxi, la etnia de la zona, y estofado de yak con patatas, nada que ver con la típica comida china han, se notaba el toque de las montañas donde la ganadería sigue aún muy viva.
Por la mañana alquilamos una bici en Ali Baba, junto a la estatua de Mao, y siguiendo un mapa que nos regalaron los de las bicis pusimos rumbo a Baisha, un pueblo naxi, uno de los que está comenzando su desarrollo turístico, aspecto que no parece hacer ninguna gracia a sus habitantes, más bien hostiles ante nuestra presencia; en la plaza un grupo de músicos tocaba música tradicional a cambio de unos yuanes mientras las ancianas huían de la cámara de fotos de Rafa como si fuera el demonio. Tres kilómetros más al sur llegamos a otro pueblo, una imitación de Lijian en pequeño, también existía el cartel recordándote pagar la entrada al pueblo, esta vez 50 yuanes. Lo atravesamos y paramos a comer en un chiringuito donde la mujer nos timó como a novatos, siempre hay que preguntar el precio antes, sino estás perdido. La tormenta se desató mientras pagábamos a regañadientes y en unos minutos ya estábamos calados hasta los huesos, Rafa insistió en desviarnos por una avenida que según él era un atajo, de repente perdió el control y se cayó de bruces, se pilló tal cabreo que ni recogió la bici, que había quedado un poco tocada en la caída, más magullado estaba él, manos, antebrazos y rodillas hechos polvo, pero a él sobre todo le preocupaba la cámara, que no sufrió ningún daño.
Nos refugiamos junto a una barraca de obra, de la cual salió un chino y nos invitó a entrar, él y su mujer vivían en unos ocho metros cuadrados, supusimos que eran los guardas de la obra. Su hogar tenía una pequeña cama con mosquitera, simples utensilios de cocina y una tele, poco más. El hombre echó alcohol en las heridas de Rafa, un orujo o similar, y allí sentados los cuatro esperamos sin hablar a que parara de llover. Rafa se impacientó y salimos cuando aún llovía, unos martillazos a la cesta y al manillar y como nueva, otros veinte minutos bajo la lluvia nos dejaron congelados, corrimos a la habitación a darnos una reparadora ducha caliente, al salir del baño los rayos del sol penetraban por la ventana, el día acabaría con un bonito atardecer después de todo.
Volvimos a cenar a base de queso naxi frito y nos fuimos a dormir, al día siguiente debíamos madrugar para coger el autobús a Zhongdhian.
Dali
China está invirtiendo mucho en esta región del país que ya es un gran centro turístico que atrae a miles de chinos todo el año. Ya han conseguido convertir Lijian en lo más parecido a un Disneyworld mandarín, Dali va por el mismo camino aunque aún conserva una rica vida tradicional en sus calles y sus mercados.
Los asentamientos humanos junto al lago Erhai se remontan tres mil años, durante la mayoría de los cuales esta región fue independiente. Primero fue el reino de Nanzhao y más tarde el de Yunnan.
Las casas típicas de los pueblos bai están ricamente decoradas y poseen tejados grises tradicionales. La región es famosa por sus tejidos de seda y de lana.
Las Tres Pagodas o San Ta Si son uno de los monumentos más antiguos del sudoeste de China, la más alta de ellas posee 16 niveles que alcanzan los 70 metros de altura y fue erigida en el siglo IX, las otras dos son más pequeñas, de 10 pisos y 42 metros.
Lijian
Lijian está profusamente adornada con faroles rojos, en cada esquina, en cada fachada se pueden ver ristras de ellos. Es tan perfecta que ni te lo crees, cada casa, cada restaurante, cada puente y cada calle está cuidado con mimo, parece como si la hubieran construido hace dos días con el arte de hace mil años.
Es mejor evitar las vacaciones chinas porque sino es seguro que te agobiarás, la multitud ocupa cada adoquín de las calles principales, para encontrar un poco de intimidad tendrás que perderte por el entramado de calles de la ciudad vieja.