Blagoevgrad, el reencuentro

7 de agosto de 2005

Hicimos una entrada triunfal en este bello y conocido país. En primer lugar el paso fronterizo: el primero en el que nos hacen pagar por «nada». Tras despedirnos del personal macedonio llegamos a una zona en la que el asfalto brillaba por su ausencia y había unos extraños charcos en el suelo. Una mujer vino corriendo con un papel en la mano exigiendo el pago por la necesaria desinfección del vehículo: 4 euros. Esperando la susodicha desinfección llegamos al control de pasaportes, todo muy correcto, había un oficial que hablaba español y se emocionó mucho al vernos. Justo antes de llegar a la carretera otro hombre uniformado nos exigió otro pago por uso de las carreteras: 4 euros (se supone que sólo incluía el mes de agosto por la pegatina que aún llevamos en la luna delantera). Aún seguimos esperando la desinfección… llegamos a la conclusión de que esos charcos eran eso que tanto esperábamos, y que con «lavarnos» las ruedas ya quedábamos desinfectados.

BulcroIV

No habían pasado ni cinco kilómetros cuando llegamos al primer pueblo. Tras pasar un grupo de casas empezó de nuevo el campo, cien metros después la policía búlgara nos daba la bienvenida con una multa por exceso de velocidad. Rafa no se lo creía, no dejaba de repetirme: ‘pero si yo iba a 90; había puesto el piloto’. Y así era, pero lo que él no sabía es que aunque no hubiera casas aquello seguía considerándose el pueblo hasta que otra señal no indicara lo contrario, y por tanto la velocidad máxima era 50 Km/h. Caían como moscas, aquello era una vil trampa. La multa era de 20 euros y la tendríamos que abonar en la frontera al salir del país.

BulcroIICon el disgusto seguimos camino hacia Blagoevgrad con la ilusión intacta a pesar de los avatares. Pensábamos en el reencuentro con Elena y su familia, y su habilidad culinaria. Rafa se moría por comer un ‘tarator’- sopa fría de yogur con pepino y una hierba parecida al eneldo-. Tras despistarnos por varias comarcales al final llegamos a nuestro destino. La ciudad no parecía haber cambiado nada, algunos restaurantes y tiendas ya no existían, pero más o menos todo seguía igual. Lo que si había desaparecido era el mercado al aire libre en el que cuatro años antes comprábamos la fruta y la verdura. En su lugar había un recinto cerrado con puestos, para nosotros perdía todo el encanto, pero así el invierno no se hacía tan duro para los comerciantes.

Fuimos a casa de Elena esperando encontrarla allí. En su lugar nos abrió la puerta Eva, una de sus hijas pequeñas; nos reconoció al instante. No tardó en llamar a su madre a casa de una de sus amigas. En seguida apareció Temelko (el hombre de la casa) y poco después Elena emocionada. No se lo podía creer, hacía casi cuatro años que vivimos allí, y no podía saber si nos volveríamos a ver. La cena fue deliciosa: tarator en honor a Rafa, albóndigas, pimientos de varios tipos, ensalada, quesos y vino del país. Hacía tiempo que no nos deleitábamos con una comida así.

Con nuestra querida Elena

Con nuestra querida Elena

Nos quedamos a dormir en su casa. No éramos los únicos invitados, también estaba Nadeja, la mujer del que fue mi compañero francés en Blagoevgrad los primeros diez días. Los tres ocupamos las habitaciones principales de la casa, mientras que el matrimonio se quedaba en la habitación de las hijas pequeñas y éstas en los sofás del salón. La hospitalidad más absoluta.

BulcroIIIAl día siguiente intentamos actualizar la web en algún cibercafé local. Tras recorrer cuatro llegamos a uno muy moderno, con la red en linux. Tras más de una hora intentándolo no consiguieron que nuestro ordenador se conectara, y nosotros nos sentíamos un estorbo. Intentamos irnos pero un chaval se empeñó en llevarnos a otro sitio menos «controlado» y allí pudimos hacer la descarga de datos. Comimos y nos despedimos de Elena. Fuimos a hacer una visita a Setza, la mujer que limpiaba en nuestra casa aquellos meses del 2001, al final nos quedamos en su casa casi dos horas, a pesar del problema de comunicación reinante.

Nos dimos un último paseo por la ciudad bañada por el Struma y decidimos poner rumbo a Grecia, ya que esa misma noche teníamos cita en el aeropuerto de Tesalonica con Gema y Laura, que venían a pasar unos días con nosotros.

En la frontera nos perdonaron la multa… jajaja.

Bonitos recuerdos

En Blagoevgrad, a medio camino entre Sofía y Grecia, vivimos en el año 2001. Está bañada por el río Struma, que desemboca en el Egeo. Es una ciudad universitaria con un ambiente muy agradable, donde abundan los bares y restaurantes. En la ciudad se puede visitar el barrio de Varosha o antiguo barrio turco. Es un entramado de casa encaladas con balcones de madera que se encuentra en la orilla izquierda del curso del Struma. Lo más sobresaliente es su iglesia bizantina y el hotel Khristo, donde me alojé mis primeros diez días en esta ciudad. Según los lugareños es propiedad de mafiosos.