Bosnia Hercegovina, el puente de Mostar
5 de agosto de 2005
Dejábamos atrás Croacia camino de Mostar, la bella ciudad de Bosnia-Herzegovina, anclada en la intimidad del valle que forma el Río Neretva, rodeada de las escarpadas montañas de los Balcanes. Ahora sólo quedan amargos recuerdos del maltrato que sufrió durante la Guerra Serbo-Croata y la ciudad despierta poco a poco, abriéndose al turismo, intentando olvidar un pasado quizá demasiado reciente todavía.
Atravesábamos la cordillera por carreteras que dejaban bastante que desear, llenas de baches y curvas, llegamos de noche y aparcamos para dormir en el primer sitio que encontramos, junto a unos bloques de apartamentos. En realidad no sabíamos mucho de la ciudad, ni de su historia, ni de su atractivo turístico, ni siquiera sabíamos si lo tendría. Sólo habíamos oído hablar del Viejo Puente, símbolo de la ciudad destruido durante el conflicto. Quizás nos llevó allí cierta morbosidad que, como comprobaríamos por la mañana, sería sobradamente saciada.
Al levantarnos no sabíamos muy bien hacia donde ir y nos pusimos a andar sin rumbo fijo. Enseguida, mientras atravesábamos un destartalado parque, vimos un bloque de oficinas destrozado que sólo mostraba su estructura interna, la visión fue bastante impactante. A medida que seguíamos andando veíamos un sin fin de edificios repletos de agujeros de metralla, símbolos mudos y perennes de la sinrazón. Más tarde nos explicaría un hombre que ni la ciudad ni el país tenían aún los recursos necesarios para rehabilitar estos edificios; pensé que posiblemente muchos de ellos se quedarían en este estado para siempre. Continuamos perdidos durante un rato hasta que llegamos a orillas del río, tras cruzar un puente moderno entramos en una zona más animada, un paseo peatonal lleno de terrazas y tiendas, donde la gente paseaba tranquilamente. Una pequeña mezquita otomana llamó nuestra atención, en la entrada una foto recordaba el estado en que quedó tras los bombardeos, por fortuna estaba siendo reformada; la ciudad recibe muchas ayudas internacionales con el fin de recuperar el rico patrimonio artístico que posee. Una improvisada guía nos contó que la mezquita fue diseñada por un discípulo de Sinan, el insigne arquitecto otomano de Solimán el Magnífico, que también construiría obras maestras como la mezquita de Suleymaniye en Estambul o la de Selimiye en Edirne. Tras la visita la chica nos explicó como llegar a la parte vieja de la ciudad.
Lo que nos encontramos no tenía nada que ver con lo que habíamos visto antes. Esta zona, dominada por el viejo puente, estaba repleta de turistas que comían o tomaban café en alguna de las terrazas con vistas al puente y al río, o bien hacían sus compras en las numerosas tiendas apostadas en las callejuelas empedradas. Era un placer observar como la ciudad despertaba de lo que posiblemente había sido uno de los episodios más penosos de su historia. Algunos militares alemanes tomaban fotos, supusimos que durante algún tiempo la presencia militar internacional sería inevitable, aunque el conflicto ya hubiera terminado unos años atrás.
Continuamos paseando por la parte vieja hasta que comenzó una fuerte tormenta. Era el momento idóneo para visitar el museo que recordaba la historia del puente, se mostraban fotografías sobre los distintos estados por los que pasó durante la guerra, sirviendo de bastión defensivo y finalmente siendo destruido por el ejército croata en el año 1993. El nuevo puente fue inaugurado el 27 de julio del 2004, coincidiendo con las fiestas en las que jóvenes saltan al río desde una altura de más de veinte metros, la ciudad recuperaba un orgullo que nunca debería de haber sido mancillado. Las vistas desde aquí eran privilegiadas, en ambas orillas se veían antiguas casas de piedra con tejados de pizarra y asomaban las cúpulas y minaretes de las mezquitas otomanas, donde los altavoces sustituían a la figura del almuecín en la llamada al rezo, todo bajo la protección de montañas y frondosos bosques de pinos. Dejábamos atrás Mostar inmersos en una tormenta horrible, nos dejaba un sabor agridulce, por fortuna recuperará su antigua belleza, hecho que no puede decirse de otras muchas ciudades del planeta que viven inmersas en un presente desalentador e incierto.
El puente de Mostar
El «Viejo Puente», simbolo de la ciudad. El arquitecto otomano Hajrudin lo diseñó en el 1566. Fue destruido durante la guerra de Bosnia el 9 de noviembre de 1993. Se convirtió en un símbolo del conflicto que entre 1992 y 1995 acabó con la vida de más de 200.000 personas. Fue reinaugurado el 23 de julio del 2004 y desde el 2005 es patrimonio de la humanidad.