Francia, dejando atrás España

14 de julio de 2005

La-Tour-de-CarolDejamos atrás España a través de Puigcerdà, en el pirineo leridano, después de pasar un angosto e interminable puerto de montaña. Nuestra primera parada en Francia fue en La Tour de Carol, donde al día siguiente venían unos amigos franceses que, aprovechando el puente del 14 de Julio (fiesta nacional en Francia), se disponían a patear parte del pirineo francés.

Encontramos la estación a eso de la 1 de la mañana, nos dormimos enseguida, habíamos hecho muchos kilómetros. A las 8 de la mañana la puerta de la furgoneta se abrió y se aparecieron ante mí algunos franceses; obviamente, tuve que despertarme. Desayunamos en una inmensa casa, propiedad de los tíos de Florence, que nos deleitaron con un copioso desayuno a base de café y pan con mermeladas caseras. No participé mucho de la alegre conversación matutina, debido a mi «problema» con el idioma. Afortunadamente, la tía de Florence, haciendo uso de una envidiable psicología, captó mi aislamiento y empezó a hablar en un castellano perfecto, no obstante había vivido en Venezuela unos años.

BergeracTras el opíparo desayuno y las despedidas salimos dirección Bourges. Nada más salir, nuestra primera sorpresa: pasar un túnel de peaje que atravesaba la montaña nos costó la broma de diez euros por sólo cinco kilómetros. Ya estábamos prevenidos sobre los precios de los peajes franceses y éste en concreto nos lo corroboró dolorosamente, ¡¡estaba bien claro que había que moverse por carreteras nacionales!!

A la altura de Toulouse hubo un drástico cambio de planes. Ojeando el mapa de Francia encontré Bergerac, el lugar del que se sirvió Edmond Rostand para recrear la vida del escritor Savinien Cyrano de Bergerac. Era obligado, casi imperativo religioso, ir allí. Durante el largo camino, atravesando diversos departamentos (lo equivalente a nuestras provincias), observé que el verano no parecía hacer mella en Francia, conservando sus extensas arboledas y cultivos de girasoles intactos.

crofra2crofraIIITras un interminable camino por carreteras secundarias, después de enterarnos en una tienda de un pueblo que en Francia es casi imposible encontrar hielo, llegamos a Bergerac. En un primer momento, mientras atravesábamos el río Dordoña camino del centro de la ciudad, pensé que quizá no iba a ser para tanto, que simplemente era un nombre ilustre y romántico. Por suerte me equivoqué.

Al aparcar y empezar a caminar por su casco antiguo, nos encontramos con una maraña de calles sin orden aparente, pequeñas plazas animadas con terrazas «muy francesas» y coloridas casas bajas apiñadas entre sí y, enseguida, la primera estatua de Cyrano, en el centro de una plaza irregular. Continuamos bajando por las calles hasta encontrar una segunda estatua de Cyrano, más antigua que la anterior, escondida en un parque.

Crofra1De inmediato nos encontramos una puerta que iba a dar a un patio interior de dos plantas, dominado por un gran árbol que lo ensombrecía. Desde aquí, bajando unas escaleras, te topabas con lo que parecía ser una antigua bodega, reconvertida en museo del vino, con decenas de recipientes que desprendían múltiples aromas. Mientras tanto, fuera, en el río, se disputaban carreras de regatas. Nos despedimos de Bergerac, pero sólo físicamente, dirección a Bourges. Esta vez tuvimos la suerte de coger un gran tramo de autopista gratuita. No fuimos capaces de llegar, nos paramos a 50 kilómetros de la ciudad y nos echamos a dormir.

París-y-la-furgoneta

De Bourges, además del casco antiguo, cabe destacar sobre todo su descomunal catedral gótica, la más antigua de Francia, que se detalla en las fotos. Tras Bourges nos dirigimos al castillo de Chenonceaux, en el Loira. Tras la fructuosa visita a Chenonceaux, seguimos hasta Amboise, donde dimos un paseo. A París llegamos de noche, cenamos en un restaurante cerca de Les Halles, antes de ir a dar una vuelta, camino de la casa de nuestro amigo Thomas, donde cogimos cama por primera vez en el viaje. Nos despedimos de París, y más tarde de Francia, camino de Heidelberg, en Alemania, no sin antes pasar efímeramente por Bélgica y la aséptica Luxemburgo, donde dormimos a la vera de un prado.