Las Vegas, ciudad inventada
Abril – Mayo de 2013
Mientras tomábamos un tempranero café en el camping de Zion pensamos seriamente en quedarnos otro día, el buen sabor de boca que nos dejo la caminata del día anterior y las posibilidades que ofrecía el parque nacional eran motivos más que suficientes pero, por otro lado, nos quedaban pocos días de viaje y teníamos una agenda (quizá) demasiado apretada, decidimos finalmente proseguir camino, nuestro próximo destino sería el Death Valley, otro parque nacional del que habíamos leído maravillas.
Para llegar hasta allí ese día cruzamos tres estados, Utah, Nevada y California, por lo que no nos entretuvimos para salir, por fortuna ya sabíamos que conducir en este país es un placer en sí mismo, sarna con gusto….
Prácticamente desde que dejamos Zion nos encontramos con el ambiente desolador e implacable del desierto en Nevada, un paisaje monótono con carreteras vacías y un cielo plomizo pero que tenía su encanto. Ya en pleno estado de Nevada observé el mapa para ver si pasábamos por algún lugar interesante para desviarno, sinceramente hasta ese momento no se nos había pasado el nombre de Las Vegas, no entraba en nuestros planes, pero nuestra carretera pasaba a muy pocas millas de la ciudad, ¡Cómo no acercarnos a verla!, un ícono de US bien merecía una paradita, no podíamos dejar de visitar fugazmente esta ciudad inventada en medio del desierto, paradigma de las recreaciones arquitectónicas más inverosímiles, el juego y la diversión en Estados Unidos. Al principio estábamos reacios, pero la curiosidad finalmente nos convenció.
No voy ahora a ponerme a citar elogios a la ciudad, porque objetivamente, salvo si vas por cuestiones lúdicas no tiene ningún atráctivo. Ya desde unas millas antes empieza a verse a lo lejos la silueta de los rascacieelos, hoteles y otros edifcios. El enclavamiento de la ciudad está salido de la nada, nadie hubiese construido aquí una ciudad un territorio yermo y árido, con poca vida y muy limitados recursos. Pero Las Vegas fue levantada por otros motivos, el sustento sería proporcionado por el torrente de dólares de los casinos y no por las plantaciones de maiz.
Una vez entramos cogimos la que parecía una calle principal de la ciudad y sin saber muy bien donde aparcamos junto a un centro comercial y un hotel de carretera y nos pusimos a andar. Pronto empezamos a ver los inmensos hoteles, los neones o las tiendas de souvenirs, todo hecho a lo grande, simbolizando lo ecléctico y surreal, obviamente aquí el racionalismo arquitectónico no es una prioridad.
A medida que uno se va acercando al centro la locura va in crescendo y es cuando aparecen las aberraciones más espectaculares, entre otras cosas vimos una replica casi a tamaño natural de la Torre Eiffel o el Hotel de Ville de París, una reproducción del castillo de Blancanieves de Disneylandia, una recreación arquitectónica de Nueva York también a un tamaño considerable (no faltaba ni el puente de Manhattan) o una piramide egipcia que servía de emblema a un famoso hotel, el cartón piedra imperaba, las fuentes megalómanas a la entrada de los casinos, botellas de Coca-Cola con tamaño de edificios de tres plantas y un largo etcétera de cosas que decoraban edificios.
En realidad todo aquello tenía su encanto, era lo que la gente se puede imaginar de una ciudad así, aquí no se viene a visitar museos, tomar un café en una terraza o pasear por un parque. Venir a Las Vegas un fin de semana, con un buen puñado de dólares en el bolsillo, sin pareja ni padres y acompañado de unos buenos amigos puede ser una experiencia de lo más catártica y salvaje, me rémito en este momento a Resacón en Las Vegas, la loca película que plasma no muy lejos de la realidad lo que puede llegar a ser una noche que se va de las manos en esta ciudad.