El monte Olimpo, la morada de los dioses
4 de septiembre de 2005
Comienzo a escribir esta crónica al calor de la chimenea del comedor del refugio Spilios Agapitos, a 2100 metros. Acabo de terminar un chocolate caliente y estoy con las chanclas puestas, ya que no se permite andar por el interior con calzado. Aún así no he entrado en calor. Fuera las nubes lo cubren todo, ni siquiera al subir hemos podido ver el paisaje. En cierto modo mejor así, si mejora el tiempo la sorpresa será mayor mientras subimos al Myticas, la cumbre de Grecia, con 2918 metros.
Ayer por la mañana llegamos a Litochoro, a 300 metros sobre el nivel del mar. Este pueblo sirve como trampolín hacia el Parque Nacional del Olimpo. Se puede comprar comida y coger información sobre la zona en alguna de las asociaciones de montaña. Desde aquí se toma una carretera estrecha durante unos 18 kilómetros hasta llegar a Prionia, un aparcamiento con un bar desde donde empiezan muchas de las rutas del Olimpo. El último tramo está sin asfaltar. Aquí pasamos la noche.
Por la mañana nos levantamos temprano, tenñiamos mucho que andar. Mi primera pretensión era subir en el día al Myticas y luego bajar y dormir en el refugio. A medida que íbamos subiendo tal idea se fue transformando en una ilusión. El sendero está muy bien señalizado, con bandas rojas y blancas, es imposible perderse. La primera parte del camino es un bosque de hayas, más adelante se convierte en uno de pinos, rodeado de enormes moles de piedra. Es un camino con muchas curvas, casi siempre en cuesta arriba y en ocasiones bastante duro, no obstante el desnivel desde Prionia hasta el refugio es de 1000 metros y hasta el Myticas de 1800. Mientras subíamos encontramos varios carteles que indicaban la presencia de Belladona, una planta venenosa. Finalmente tras dos horas y media llegamos al refugio, que estaba bastante concurrido. Ese día se celebraba el maratón del Olimpo, donde se corre desde más arriba del refugio hasta Prionia. La zona de control de la carrera estaba en el refugio. Dejamos las pesadas mochilas y comimos algo, era obvio que no íbamos a seguir hasta el pico, así que decidimos quedarnos. La noche cuesta 10 € o si decides poner la tienda te cuesta 4,20 € por persona.
Tanto las habitaciones como el salón-comedor están bastante bien, te dejan hasta coger tres mantas por persona, cosa que se agradece. Por la tarde el tiempo no mejoró. Cenamos pronto, sobre las siete, al fin y al cabo las luces se apagaban a las diez y queríamos levantarnos pronto para subir al Myticas. Cenamos un hermoso plato de judías y otro de albóndigas con patatas cocidas, muy tonificantes. Un poco más tarde el tiempo dio un poco de cuartel, y pudimos ver la imponente garganta que forma el río Epineas, y al fondo Litochoro y el mar. A las nueve de la noche ya estábamos durmiendo.
Nos levantamos a las siete menos cuarto, tomamos un café y salimos enseguida. Hacía frío pero en cuanto empezamos a subir entramos en calor. Delante, a unos cien metros, teníamos una pareja de alemanes y más arriba un grupo de quince personas, que más tarde nos enteraríamos de que eran búlgaros.
El camino subía serpenteante, soportable, entre bosques de pinos. Íbamos bastante bien, el hecho de no llevar mochilas suavizaba mucho la marcha. Supusimos que las vistas tenían que ser increíbles, ya que por desgracia no se veía mucho, apenas quince metros miraras donde miraras. Estábamos en medio de las nubes, había mucha humedad, era un poco desalentador. Me puse a pensar en qué motivaría a los escaladores profesionales y porque aguantan tantas penurias, supongo que les mueve el afán de superación y el simple hecho de llegar, aunque muchas veces no disfruten demasiado.
Llevábamos una hora andando y el paisaje cambió bruscamente, sólo había piedras, nubes y algunos matojos. Llegó un momento, concretamente a 2.450 metros, en el que el camino se hizo muy duro, muy empinado, se nos hizo eterno. Por fin, a los tres cuartos de hora llegamos al Skala (2.866 m), donde uno de los búlgaros me invitó a rakia, un licor de patata muy fuerte pero que me hizo entrar en calor rápidamente. Desde la cumbre se podía ver un espectacular cañón, aunque no pudimos ver la cumbre del Myticas. El guía búlgaro nos explicó que aún quedaban cien metros de bajada y otros doscientos de subida hasta llegar a la cumbre del Myticas.
La bajada daba miedo, una grieta en la que tenías que bajar casi sentado y un fondo que no se veía por las nubes. Comenzamos a bajar con mucha cautela, el frío era muy intenso y apenas se distinguían las marcas. Después empezamos a subir, teníamos que ayudarnos con las manos, además tuvimos que pasar dos grietas infernales. Del respeto pasé al miedo y cada paso era muy medido. Para colmo no veíamos la cumbre, se hacía un poco desesperante y el frío húmedo se metía hasta los huesos. Eché de menos los guantes, pero por otro lado estaba con fuerzas así que seguí subiendo a buen ritmo. Silvia me seguía de cerca aunque no podíamos vernos. Tras otros tres cuartos de hora hicimos cumbre. Nos dimos cuenta de que se nos había formado escarcha en el pelo y las pestañas. Firmamos en un libro que hay en la cumbre y tras hacernos la foto junto a la bandera de Grecia bajamos. La bajada fue muy dura, una pareja de alemanes bajaban encordados, perdimos las señales en un par de ocasiones. Yo no soy un experto montañero pero creo que el camino fue bastante peligroso en el tramo del Skala al Myticas. Más tarde leeríamos que en el Olimpo muere bastante gente.
En algo menos de dos horas estábamos en el refugio con las rodillas bastantes cargadas. Descansamos un poco, entramos en calor y enseguida recogimos los bártulos, tardamos otras dos eternas horas en llegar hasta la furgoneta. Ya estaba hecho. Pensé que la próxima montaña podría ser un cuatromil, por qué no, al fin y al cabo acabábamos de subir una montaña muy dura y aquí estábamos, aunque hoy, al día siguiente me duelen todos los músculos de las piernas.
El Monte Olimpo
El río Epineas discurre entre espesos bosques de hayas y pinos dentro del parque nacional del Monte Olimpo.
La Morada de los Dioses
Los doce dioses principales de la mitología griega vivían en Ravines, los misteriosos pliegues de las cumbres del Olimpo, allí tenían sus palacios. El panteón, actual Myticas, era su lugar de encuentro.
Sus acaloradas discusiones eran escuchadas por el dios de dioses, Zeus, desde su trono en el cercano monte Stephani. Desde aquí lanzaba sus rayos mostrando así su ira divina.
Firmamos a 2.918 metros en el libro de honor del Parque Nacional; estábamos en la cumbre de Grecia.