Bikaner y el templo de las ratas

21 de noviembre de 2006

Bikaner-IIBikaner es, junto a Jaisalmer, una de las ciudades del Desierto del Thar, aunque mucho más poblada, sucia y poluta que su vecina del sur. Si incluimos su visita en nuestro tour por Rajastán fue debido a su cercanía al famoso Templo de las Ratas y a su situación estratégica a mitad de camino entre Jaisalmer y Jaipur, desde donde Ana y Marta regresarían a Delhi para tomar su vuelo de regreso. Si no se disfruta de mucho tiempo y se han de descartar visitas, Bikaner es uno de los destinos a sacrificar en un viaje por Rajastán.

La carretera atraviesa el desierto de sur a norte, está en muy buen estado por lo que circulamos deprisa, pocos son los lugares ‘turísticos’ donde parar a comer y es aquí donde encontramos el restaurante más caro de todos, en nuestra no breve andanza por la India. Se trata de un hotel-restaurante de carretera, con un aspecto muy normal, pero al ver la carta descubres que algo falla, los precios doblan el precio común de los restaurantes para extranjeros. Es obvio que al que confeccionó el menú se le cruzaron los cables, o bien supo incluir este lugar como parada para los autobuses de turistas que viajan durante diez o quince días, a los cuales todo les parece barato o disfrutan de un todo-incluido. Con la boca abierta del asombro salimos escopetados ante las no menos asombradas miradas de los allí presentes. No nos quedó más remedio que parar en un restaurante local donde la comida fue, como es habitual, muy picante.

Llegamos a Bikaner antes del atardecer y, casi por primera vez en Rajastán, encontramos un hotel rápidamente, el hotel Palace View, junto al palacio de Lalgarh, a dos kilómetros del centro. En los alrededores había mucho aparcamiento, sería perfecto para Rafa y para mí. Resultó ser la habitación de mayor calidad de todo el viaje, en una casa de huéspedes donde la propia familia se encargaba de todo.

Bikaner-IIILa facilidad con que nos acomodamos al lugar se equilibró con la surrealista noche que nos esperaba. Un rickshaw nos dejó no lejos de la estación de tren donde pretendíamos comprar los billetes de tren, de camino encontramos un cajero donde nosotros sacamos dinero con la visa, pero donde Ana no pudo usar la mastercard. Frente a la estación vimos una sucursal del banco de Baroda, mientras yo me acercaba a la gasolinera cercana a preguntar si aceptaban el pago con tarjeta Rafa, Ana y Marta entraron en el cajero, cuando regresé había dos hombres junto a ellos, algo iba mal. Marta había introducido su tarjeta, el cajero la había aceptado, había dado por correcta la transacción pero no había entregado el efectivo.

Bikaner-IVEn la puerta del cajero había un cartel en hindi que indicaba que el cajero no funcionaba correctamente, pero a nadie se le había ocurrido ponerlo en inglés o apagar la máquina o cerrar la puerta, el banco había indicado al guardia de seguridad que no dejara a la gente entrar o algo así, pero justo cuando ellos llegaron debía andar un poco despistado el hombre, y en el momento en que se dio cuenta y quiso avisarles pensaron que era el pesado de turno y no le hicieron ni caso. Así nos vimos, a las siete de la tarde, en una sucursal bancaria intentando hacernos entender con el responsable, después de diez minutos Rafa y Ana se fueron a comprar los billetes, Marta y yo decidimos que lo mejor era comprobar en internet o por teléfono si se había realizado la operación. De repente me vi sola en la puerta del banco esperando, acabé hablando con los dependientes de todos los negocios que había cerca, una farmacia, una tienda de móviles, un ultramarinos, hasta que regresó Marta. Le habían debitado el dinero, algo más de cien euros, entramos de nuevo al banco y el mismo hombre nos remitió al director de la sucursal que tenía potestad para entregarle las seis mil rupias, como no estaba en ese momento tendríamos que regresar por la mañana. Mientras Marta estuvo ausente Rafa apareció una milésima de segundo para pedirme dinero para los billetes, desapareció de nuevo entre la multitud sin dejar rastro. Cuando por fin regresaron eran más de las ocho y media, traían los billetes, pero de milagro, habían sufrido otra odisea para adquirirlos, de una oficina a otra hasta que dieron con la persona adecuada que les ofreció unos billetes para luego decir que no quedaban plazas y ofrecer otros más caros, por lo que Rafa tuvo que venir a por más dinero, mientras él venía a pedírmelo el vendedor le decía a Ana que no se los vendía, que regresara al día siguiente, la oficina cerraba a las ocho y media y quedaban sólo diez minutos, ella insistió para que los imprimiera segura de que Rafa regresaría a tiempo de pagar, ¡qué difícil es todo en India!

Casi a las nueve nos sentamos agotados en un restaurante para cenar, nos costó un rato relajarnos después de tanto caos y desvarío.

Por la mañana, tras el típico desayuno de café con tostadas nos dirigimos en rickshaw directamente a la fortaleza de Junagarh, no eran ni las nueve de la mañana por lo que nos sentó como un jarro de agua fría comprobar que no se podía visitar hasta las diez. Cambiamos de planes allí mismo y nos fuimos a la ciudad vieja, teníamos un par de horas hasta la hora fijada para ir al banco. Caminamos sin prisa por la ciudad, algunos edificios merecían algo de atención, pero en general no nos pareció nada del otro mundo. Anduvimos hasta los templos jainista y de Lakshminath y tras visitar sus alrededores decidimos regresar al centro.

Nos atendieron en seguida y la respuesta fue la que esperábamos, Marta tendría que reclamar en su banco el cual lo haría por su parte al Banco de Baroda indio.

BikanerSalimos de la ciudad tan rápido como pudimos, camino de Deshnok, donde se encuentra el famoso Templo de Karni Mata, más conocido como el templo de las Ratas. Convencidos de que allí habría restaurantes pospusimos la comida, cual fue nuestra sorpresa al ver que teníamos que escoger entre tan sólo un par de mugrientos restaurantes con arroz, lentejas y verduras. Esta no fue nuestra única desilusión, el templo desde un punto de vista arquitectónico no tenía nada de especial que no hubiésemos visto ya, la verdadera atracción son las singulares habitantes, cientos de pequeñas ratas pardas y grises, que campan a sus anchas por los rincones. Los miles de visitantes hindús que visitan a diario el templo les llevan ofrendas y alimentos, los enormes cuencos siempre están llenos de leche. Según leímos en las guías que una de las roedoras corretee por encima de tus pies descalzos trae buena suerte, y la fortuna será aún mayor si consigues ver una de las ratas blancas, en mi caso tuve la suerte de que me pasaran por encima pero no vi ninguna de las blancas.

Nos quedaba aún pendiente la visita a la fortaleza-palacio de Junagarh, que nos sorprendió gratamente. La visita fue guiada, en inglés, nos mostraron varios patios, algunas habitaciones y salas de audiencia, luego ascendimos a la terraza desde la que se ven los jardines, para más adelante visitar unas salas-museo, con objetos de todo tipo. Aunque no fue tan apasionante como la visita a Mehrangarh en Jodhpur fue bastante entretenida.

No quiero dejar de mencionar en estas páginas la pestilencia que sufren las gentes de Bikaner, no entendemos bien porque, pero lo que debió ser un estanque en tiempos de las Rajputs ahora es un foco de inmundicia y porquería que seguro que acoge en su seno mosquitos maláricos y otras enfermedades. Aunque muy cerca de Junagarh los efluvios no llegaron a nosotros durante la visita, sin embargo tuvimos que soportarlos en varias ocasiones los dos días que allí estuvimos, ¡esperemos que alguien drene el lugar y libre a estas gentes de este mal!

Bikaner y las Ratas

Bikaner fue fundada en 1488 por Rao Bika, un descendiente de Jodha, el fundador de Jodhpur. La ciudad vieja, el fuerte y algunos templos atraen a los viajeros, aunque en realidad la mayor parte de la gente que se deja caer por aquí lo hace de camino hacia el Templo de las Ratas, situada en Deshnok, unos treinta kilómetros hacia el sur.

Templo de Karni Mata 

Más conocido como el templo de las ratas por estar dedicado a tan usual roedor. El templo en sí no tiene nada de especial, desde un punto de vista artístico, pero en su interior corren, nacen, mueren y se alimentan cientos de ratas. Los peregrinos, que llegan por decenas en autobuses, dan alimentos y ofrendas para cuidar de las ratas.

Al contrario de lo que nos imaginábamos no son grandes y gordas, sino más bien pequeñas y flacuchas, aunque es evidente que no les falta qué comer.