Fort Cochin

Enero y febrero de 2007

Quién nos iba a decir que en dos distintas etapas íbamos a invertir casi 20 días en la pequeña ciudad de Cochin, lo que nos iba a permitir conocerla al extremo.

CochinCochin tiene muchos atractivos, su simple ubicación ya es una atracción. Se sitúa sobre una isla, a la que se accede desde la caótica ciudad de Ernakulam a través de dos puentes, por suerte todo el bullicio propio de cualquier ciudad de India se queda en Ernakulam, y Cochi, también llamada Fort Cochin, permanece tranquila, mostrando todos sus encantos, incluidos los propios de un histórico enclave colonial a lo largo de siglos.

Las dos etapas en nuestra estancia en Cochin las pasaríamos en el hostal Fort CochInn, un agradable lugar llevado a la perfección por Sunil y Aniz, con los que crearíamos un buen ambiente, sobre todo en nuestra segunda larga etapa, esperando pacientes para embarcar la furgoneta hasta Malasia. Cogimos una habitación grande y limpia, la misma en las dos visitas, se hizo imprescindible y vital el uso de la mosquitera, el mayor handicap de esta ciudad es que está atestada de mosquitos.

Sin duda el mayor espectáculo de Cochin es el de las Redes Chinas, unas enormes redes de pesca presentes en toda Kerala, pero que cobran especial protagonismo en toda la línea costera de Fort Cochin. Estas redes mantienen su estructura original del pasado, madera, piedras y cuerdas, sin ningún añadido de modernidad. El uso es sencillo y resulta espectacular observarlas, en la zona más turística de Fort Cochin habrá alrededor de 20 de estas redes, en cada una de ellas trabajan 8 ó 10 personas, que comercian con la mercancía pescada en el mismo lugar, por lo que el frescor está garantizado. La red permanece dentro del agua unos diez minutos cada vez que es tirada y atrapa cualquier pescado o molusco que pase, después es izada por cinco o seis hombres, que se ponen a tirar de unas cuerdas, elevando las piedras que sirven de contrapeso, tardan alrededor de tres minutos en izar la red, mientras otros desenredan la pesca y así una y otra vez, aunque se trabaja más durante el amanecer y el atardecer. Ya de por sí son un espectáculo único de ver, si a esto le sumamos que se da la perfecta casualidad de que el sol se pone en el lugar idóneo, no es de extrañar que todas las tardes el lugar esté repleto de turistas, intentando captar la instantánea perfecta.

Todas las tardes, en lo que se convirtió en una pequeña religión, íbamos puntualmente a una terraza ubicada entre dos de las redes, en realidad no éramos los únicos, otros muchos turistas iban a disfrutar del atardecer con algún zumo de mango, papaya o granada entre las manos. Nosotros pasamos en ocasiones más de tres horas en la misma mesa, viciándonos y cabreándonos con el ajedrez.

Cochin-III

En los alrededores de las redes se extiende un mercado de pescado, los restaurantes junto a él ofrecen cocinarlo por una pequeña cantidad de rupias, aunque nosotros sabíamos que el pescado vendido ahí era cinco veces más alto que si se iba al mercado local, pero eso lo sabíamos nosotros, los turistas que se acercaban en masa a ver las redes accedían a pagar el precio que se les pidiera por un pequeño tiburón, un manojo de gambas tigre o algún lenguado que luego disfrutarían en algún restaurante.

Algo más allá, dejando el mar, cuatro o cinco calles estrechas invitaban al paseo, todas casas bajas, de distintos estilos coloniales y la mayoría de ellas convertidas en hostales, a precio doble o triple que en el resto de India. Más allá del influjo turístico merece la pena perderse por la zona colonial, antiguas casonas holandesas o portuguesas se extienden por calles con frondosa vegetación y grandes espacios abiertos, donde los chavales juegan a crícket o fútbol y los locales pasean tranquilamente en bicicleta. Todo ello entremezclado con otros testimonios de la presencia colonial, antiguas iglesias, cementerios cristianos con lápidas cubiertas de musgo y demás señales.

Cochin-IIEn nuestra primera etapa asistimos a una actuación de Khatakhali, un centenario arte de actuación, teatro y mimo, pero para eso ya hacemos un especial.

Y también en nuestra primera visita conocimos el antiguo barrio judío de Cochin, que se situaba a unos tres kilómetros andando hacia el interior. Una calurosa y sudorosa mañana decidimos acercarnos andando hasta el mismo, para ello atravesamos parte de la ciudad por su parte menos turística, cogiendo la animada calle del bazar, que corría paralela al mar, las verdulerías, fruterías, ferreterías y tiendas de especias se apelotonaban a ambos lados de la calle, dándonos de nuevo todo el sabor de India, que parecía haberse disipado.

Antes de la entrada al barrio judío se encuentra el fuerte holandés, con grandes tejados rojos y construido en madera en su interior, haríamos una pequeña visita al fuerte, en donde se exhibían diversos objetos de la época colonial así como interesantes dibujos, aunque más que el fuerte lo mejor de la visita fueron las vistas que se tenían desde él del barrio judío y la sinagoga.

Al coger la calle de entrada al barrio judío empezaron a aparecer tiendas de souvenirs y todo tipo de placeres para el turista, cafés, restaurantes, etc. Es un pequeño barrio, apenas cuatro o cinco calles, caracterizado por casas bajas de distintos colores unidas entre sí. Una de las mayores atracciones del barrio son las tiendas de muebles coloniales, antigüedades, objetos de la marina británica, como relojes o catalejos, etc. Verdaderamente más que tiendas eran auténticos museos, grandes galerías en las que la luz entraba a través de agujeros en los techos de madera, en las que muebles y objetos de distinta índole y procedencia se apilaban en los pasillos o distintos salones, es imposible hacer una lista de lo que vimos entre las distintas tiendas, antigüedades en bronce, en las que destacaban los antiguos artilugios de navegación o astrología, la mayoría del imperio Mogol, estanterías de distinto tipo, como una de una barca típica india que estaba partida en dos, mesas de madera o mimbre, portuguesas u holandesas, marcos de ventana, puertas profusamente decoradas, espejos, cofres de distinto tamaño, infinidad de rústicos utensilios de cocina y los ya citados artilugios de navegación británicos, como brújulas, astrolabios, relojes fabricados en Suiza en los que se veía la maquinaria interior, con la inscripción Royal Navy, y un largo etcétera.

Yo me tiré cerca de dos horas entrando en algunas de las tiendas, perdiéndome entre los objetos y tomando fotos. Nos plantearíamos muy seriamente hacer una inversión para la casa que, paradójicamente, no tenemos, las tiendas organizaban el envío de todo lo comprado en barco, una caja de un metro cúbico costaba 150 dólares a un puerto de mar europeo, pero finalmente desistimos, aunque la tentación durante unas semanas fue grande. Al final adquirimos un par de cosas para nuestras respectivas madres, e intentamos no volver a entrar en las tiendas, por si caíamos de nuevo en la tentación.

Sinceramente, después de las tiendas, el atractivo que nos ofreció la visita a la sinagoga fue más bien pequeño. Se encontraba al final de una calle cortada, tenía las paredes blancas y una torre con un reloj con los números en hebreo, costaba dinero entrar y no se permitían las fotos, estaba atestada de turistas, muchos de ellos eran judíos que, al pagar la entrada, usaban la sala principal a modo de salón social, así que cuando entré muchos estaban charlando tranquilamente. Arquitectónicamente, las sinagogas están, bajo mi punto de vista, a un nivel bastante inferior que las grandes catedrales católicas o las mezquitas, por lo que mi visita duró poco, mientras que Silvia ni entró a visitarla.

Cochin-IVHabría un largo paréntesis que incluiría otras zonas de Kerala, así como nuestra visita a Sri Lanka, hasta volver de nuevo a Cochi, en primer lugar teníamos que recibir unos documentos importantes vía DHL desde España, para ello tuvimos que desplazarnos en ferry a la caótica Ernakulam. Pero finalmente nuestra estancia se alargaría por más de diez días, a nuestra vuelta de Sri Lanka nos entraron muchas ganas de dejar India, sabíamos que el puerto de Cochi era el cuarto en importancia del país, tras Bombay, Calcuta y Chennai (Madras), así que, tras ver que se podía embarcar la furgoneta desde aquí a Kuala Lumpur, decidimos que ganaríamos en calidad de vida si no teníamos que conducir hasta Chennai para embarcar (atravesando todo el sur de la India). Fue una de las mejores ideas que pudimos tener, más cuando vivimos el caos de Chennai, al viajar en tren nocturno desde Cochi, una vez embarcada la furgo y pasar dos días allí antes de coger nuestro avión a Singapur.

Por lo que estaríamos diez días en la tranquila ciudad india, alojados en el mismo hostal, en la misma habitación y degustando repetidas veces la cocina de Sunil, hicimos hogar muy rápido y fue una dulce espera, sólo empañada por el caos de nuestro embarque, que estuvo lleno de irregularidades que Silvia relatará con detalle en otra crónica. En los días que pasamos en Cochi nos daría tiempo para lavar y ordenar la furgoneta, mandar dos cajas de veinte kilos a España y otras cosas que teníamos que hacer, digamos que sentíamos que debíamos de cerrar nuestra etapa en India para abrir la del Sudeste Asiático, un cambio que se iba haciendo muy necesario.

El resto de nuestra segunda estancia en Cochi lo pasaríamos tranquilamente, todas las tardes iríamos a nuestra cita obligada con las redes chinas, con el zumo de mango o piña en la terraza y con nuestra partida de ajedrez, que nos depararía alguna que otra bronca.

También tuvimos otro gratísimo encuentro, cuando nos reencontramos con Rakel, con la que habíamos viajado unos días, junto con Teresa, en Sri Lanka, aquí se separarían nuestros caminos, a ella aún la quedaban unos meses más de viaje por India y Nepal, (¡¡¡ gracias por el regalo !!!).

Y así y asá llegó nuestra despedida de Cochi y casi de India, desde luego si alguna vez volviera a este país, este sería un lugar que repetiría.

Ya en el tren de camino a Chennai, en el que a propósito, pasamos una noche mucho mejor de lo que esperábamos, sólo empañada por el frío de los potentes ventiladores y del viento que entraba por las ventanas, pudimos respirar tranquilos, nuestra furgo estaba en el contenedor y a nosotros se nos abría la perspectiva de Singapur y de Malasia, nuestro siguientes destinos.

Ni que decir tiene que nuestros dos días en Chennai pasaron sin pena ni gloria, así que contamos las horas hasta coger nuestro avión. Se acababa nuestra etapa en India, supongo que con el tiempo asimilaríamos que ha sido India, o quizá no. Pero tuvo un final feliz y tranquilo en Cochi, la ciudad con espíritu rural y tranquilas calles.

Cochin

Portugueses, holandeses, ingleses y judíos han andado y dejado su huella en esta pequeña ciudad. El cristianismo está muy presente en Cochin, iglesias y basílicas abundan en la ciudad, al igual que estractos de la Biblia escritos en algunas paredes. La pesca, junto con el turismo, constituyen la mayor fuente de ingresos en Cochin. La diáspora judía se extendió hasta Cochi, que fue hogar de una pequeña comunidad descendiente de aquellos que abandonaron Palestina hace dos mil años. La Sinagoga de Cochi fue construida en 1568, pero fue destruida por los portugueses y construida de nuevo en 1662 tras la llegada de los holandeses.

El comunismo está presente en toda la provincia de Kerala, sin exceptuar las barcas de pesca, que lucen banderas con la hoz y el martillo, que para el que no lo sepa simboliza la unión entre obreros y campesinos.

Las tiendas de antiguedades y muebles coloniales son una de las mayores atracciones del barrio judío de Cochi, son verdaderos museos donde se pueden encontrar auténticas obras de arte, antiguedades de la época mogol, antiguos muebles de India, portugueses, holandeses o británicos a unos precios no muy excesivos.

Redes chinas de pesca

Las redes chinas fueron introducidas por mercaderes chinos de la corte de Kublai Khan, están presentes en toda Kerala y en especial en Cochi. Siguen siendo usadas y requieren la fuerza de al menos cuatro hombres para izar la red, venciendo el arcaico pero efectivo sistema de contrapesos.