Jaisalmer, la ciudad dorada
17 de noviembre de 2006
El mismo día que realizamos la visita a los Bishnoi ponemos rumbo al desierto. La carretera que une Jodhpur con Jaisalmer es excelente pero no la autovía de cuatro carriles que algunas personas nos habían anunciado. Circulamos deprisa gracias al buen estado del firme y al poco tráfico, que sólo se intensifica en los núcleos de población. En el trayecto nos detenemos cuatro o cinco veces, la primera para echar gasoil, ya a casi 36 rupias el litro (unas cien pesetas), la siguiente para tomar un refresco y Rafa unas dhal, no es la primera vez que merienda lentejas desde que salimos de España. Nuestra tercera parada, justo durante la puesta del sol, nos permite tomar unas bonitas fotografías del desierto, que nada tiene que ver con el desierto de dunas que todos nos imaginamos, aquí está formado por grandes extensiones de pastizales y tierras yermas, con escasa vegetación y muy llano. Ya de noche paramos para cambiar de piloto, unos minutos después de que el cansancio de Rafa y la poca visibilidad nos hagan saltar por los aires en lo que pareció ser el final de la carretera, aquello parecía una zanja.
Para nuestra desesperación aún tenemos que parar una vez más, un tren de mercancías de miles de kilómetros de largo provoca una espera de casi media hora, no sólo por su longitud y lenta velocidad sino porque en India los pasos a nivel son cerrados entre diez y veinte minutos antes de que pase el tren, generando largas colas de conductores indios nerviosos que, para dificultar aún más las cosas, ocupan ambos carriles (o incluso tres o cuatro como si fuera una parrilla de salida), generalmente, cuando se abre el paso, a ambos lados hay coches enfrentados, nadie puede pasar, entonces se inician las maniobras para hacer pequeños huecos para que circulen los coches, los camiones tendrán que esperar a que el caos se disuelva, lo que puede suponer fácilmente otros diez minutos. Esta situación la habremos vivido en no menos de una docena de ocasiones, tanto en carretera como en ciudad, si ocurre en la ciudad es si cabe más divertido, todo se ve aderezado por decenas de peatones, ciclistas y motoristas que no respetan el alto y se juegan la vida cruzando sin mirar, carretas de ventas de fruta, vacas, rickshaws, carros tirados por camellos o bueyes, que forman en conjunto suficiente material para un largometraje, ¡seguro que hurgando en Bollywood encontraríamos algún ejemplo!
Las ocho, nos morimos de hambre y de ganas de abandonar la furgo, buscamos el hostal que nos habían recomendado en Jodhpur, es barato, sí, pero da grima, decidimos ir a otro, el Golden City, por 250 rupias la habitación, no es ninguna maravilla pero al menos no huele tan mal como en el otro y yo disfrutaré de un chapuzón en su piscina la segunda tarde.
No nos complicamos mucho la vida para cenar, subimos a la terraza del hotel y compartimos unos platos ya clásicos entre nosotros cuatro, algo de ‘comida china’ (arroz frito o noodles), algo de ‘comida continental’ (pasta o pizza) y algo de ‘comida india’ (paneer o dhal, los preferidos de Rafa). La primera noche es suficiente para ver los defectos de nuestro nuevo hogar, el agua caliente, para no variar, brilla por su ausencia, nuestra cisterna en vez de echar el agua a la taza la vierte fuera, inundando el baño cada vez, en el baño de las chicas unos trazos de arena en el suelo indican que no son los únicos habitantes del lugar; nada que no se pueda soportar.
Primera mañana en el desierto, desayunamos frente a la entrada principal de la ciudad fortificada que otorga a Jaisalmer el título de Ciudad Dorada, por sus piedras de arenisca amarilla. Pasando el primer arco comenzamos a ver lo que nos espera allí dentro, puestos de telas y de cueros, mujeres y niños intentando vender pulseras o sacar unas rupias a cambio de una fotografía, hay muchas familias pobres en el desierto y vienen a la ciudad a buscarse la vida. Tardamos un rato en cruzar el siguiente arco, nos detiene la visión de un grupo de mujeres vestidas con vivos colores y cargadas de joyas que adornan sus brazos y sus cabezas, una de las joyas conecta la nariz con una oreja o con el pelo atravesando media cara en diagonal.
Por fin estamos dentro, caminamos sin rumbo fijo y pronto nos hayamos en los templos jainistas, mientras Rafa se queda fuera tomando fotografías nosotras tres visitamos los templos, están bastante recargados, con muchas esculturas y relieves, los murciélagos campan a sus anchas en los rincones más oscuros. Al salir Rafa nos comenta que ya ha encontrado un tour para ir en camello al desierto por 500 rupias cada uno, es el gancho, cuando nos ponemos en serio a hablar con el encargado vemos que ese tour no incluye ver dunas, negociamos un rato y al final conseguimos que nos deje por 900 rupias un paseo de dos días en camello con una noche en las dunas, todo incluido, jeep, camellos, comida y agua.
Nos perdemos por la ciudad, es más bien pequeña, con cuatro o cinco calles principales de no más de doscientos metros de largo, pero tardamos siglos en recorrerlas, en cada puerta hay una tienda con artesanía. Comemos en un restaurante italiano, La Purezza, la comida es deliciosa y corre una brisa que apacigua el calor del desierto. El mismo calor que a Rafa le lleva hasta la cama del hotel, no perdona su siesta, nosotras aprovechamos para ir a sacar dinero e intentar comprar los billetes de tren de Jaipur a Delhi para Marta y Ana, es imposible, sólo hay una cola en las taquillas de la estación pero en los primeros veinte minutos no han despachado ni al primer cliente, no es buena idea, abandonamos la estación, lo volveremos a intentar en Bikaner.
Regresamos a buscar a Rafa, yo me pongo el bikini y me lanzo a la piscina, es un poco tarde, el agua no está fría pero no hace sol para tumbarse en una hamaca, me conformaré con el chapuzón. Regresamos a la ciudadela, al atardecer sus torreones adquieren una tonalidad dorada, está todo más tranquilo, pero los vendedores aún están sedientos de clientes, caemos en sus redes por enésima vez, las chicas encargan unas prendas y Rafa se compra una camisa de algodón de manga larga, yo me resisto a la ropa, me he encaprichado de una tela azul con espejos, no sé porqué, total, no tenemos casa donde colocarla. Escapamos a otro restaurante italiano, La Trattoria, la lasaña se gana a Rafa que insistirá en regresar al mismo lugar a la vuelta del tour en camello que nos espera.
Por la mañana recogemos nuestras cosas y nos mudamos al parking del fuerte, las chicas dejan sus cosas en una habitación del hostal donde dormirán la última noche en la ciudad, las habitaciones dentro de la ciudadela resultan ser más baratas y mejores que las de los alojamientos del exterior; la camioneta se quedará en el aparcamiento hasta que regresemos, no nos preocupa, India es el país donde más tranquilos nos quedamos dejando el vehículo en cualquier sitio, serán pesados y tratarán de sacarte más dinero en cada transacción pero no parecen de esos que rompen cristales de los coches para robar en el interior.
Efectivamente a nuestro regreso está sana y salva en el mismo lugar, y allí mismo dormimos esa última noche, con las agujetas del paseo en camello y con nuestra mente puesta en la siguiente parada, Bikaner y el Templo de las Ratas.
Jaisalmer, la ciudad dorada
El fuerte de Jaisalmer es el que posee mayor vitalidad de todo Rajastán, en su interior viven familias en las numerosas casas que hay. Fue construido en 1156 por el gobernador rajput Jaisala, aunque el actual es fruto de diferentes modificaciones posteriores.