La frenética lonja de Harnai

21 de diciembre de 2006

La diminuta población de Harnai se podría considerar como uno de los millones de tesoros que oculta India, no aparece en ninguna guía de viaje, de ahí que permanezca desconocida, manteniendo toda su esencia, aislada a orillas del mar de Arabia, en la provincia de Maharastra. Supimos de este pueblo de boca de la familia Bodineau y fue su entusiasmo al hablar de él lo que nos convenció para ir.

HarnaiTodos los días se repite en Harnai la misma situación, quién sabe lo que habrá evolucionado a lo largo de los años, quién sabe desde cuando se hará. Dos horas antes del atardecer van llegando los barcos de pesca, que anclan lo más cerca que la profundidad les permite a lo largo de una de las bahías que se forman en el pueblo. Mientras, en la orilla, coronada por los restos de una fortaleza portuguesa, van llegando los carros de bueyes, se van acumulando, a la espera de un invisible silbato, que indicará el comienzo de la acción.

Desde mi posición, cercano al faro, rodeado de redes y un fuerte olor a pescado, la vida cotidiana sigue su curso, hay dos chavales que desenredan con maestría y agilidad una red; un hombre y una mujer están sentados, mirándome fijamente, tanto a mí como a mi agresiva cámara, ladrona de su intimidad, a su lado hay una ordenada fila de peces puestos a secar, los bueyes siguen llegando, con el marco de una larga hilera de palmeras y una tímida colina.

Los carros, junto a sus bueyes y a sus conductores, entran al mar, mientras las barcas se acercan a ellos, comienza el desembarco de la pesca del día, una vez cargadas las cestas de mimbre, los carros vuelven a la orilla a dejar el pescado, el proceso se va repitiendo una y otra vez. La playa se va abarrotando de gente, principalmente mujeres, que empiezan a rodear los distintos grupos de cestas, distribuidas en la orilla.

La-lonja-de-HarnaiQueda poco de sol, el mercado está a punto de empezar, ahí mismo; algunos peces aún coletean y brincan en las cestas, se va acercando más y más gente que se agrupa alrededor de la mercancía. Yo ando haciendo fotos y unos gritos llaman mi atención hacia uno de los grupos, son las mujeres, que dan comienzo a la subasta del pescado.

A partir de este momento entro en una algarabía de gritos, mujeres sudorosas manejando billetes en las manos, vendedores que remueven en las cestas en busca de la mejor pieza y un penetrante olor a mar y pescado. Me pongo a tomar fotos como un loco, intentando obtener gestos desencajados, la gente ni siquiera se percata de mi presencia, aunque sea el único occidental, ellos están demasiado ocupados con su compra-venta. Hace un rato que no veo a Silvia, me la encontraré después, en todo el meollo de un grupo, regateando por un pescado.

La variedad de peces es enorme, los moluscos, gambas o langostas están bien distribuidos en las cestas, sin embargo hay otras en las que se entremezclan colas y cabezas de distintas especies, entre la masa de gente, asomando mi cabeza, logro distinguir peces martillo, rayas, algún tiburón, y decenas de otros que desconozco.

La-lonja-de-Harnai-IIPermanezco tomando fotos un rato más, el mercado está en su punto álgido, las mujeres locales se disputan el premio al grito más fuerte y otras, de una clase más alta, luciendo coloridos saris se disputan también obtener las mejores piezas al mejor precio.

Para mí es suficiente y siento que necesito salir del ojo del huracán, tanto griterío, cuerpos pegados y olor a pescado me están empezando a saturar. Algo alejado del mercado, pero aún en la playa, hay unos camiones que cargan pescado, junto a unas casetas con tejados de palma, a su lado hay unas máquinas que machacan el hielo, grandes piezas que son lanzadas con grandes pinzas que portan algunos hombres, tras pasar por la trituradora, ese hielo será usado para preservar el pescado fresco, en sus respectivos caminos a distintas ciudades y mercados. Estos han sido los únicos rasgos de modernidad que he visto esta tarde.

Vuelvo a buscar a Silvia, que sigue en medio de todo el pitote, ha conseguido una pieza de un pez tropical, que aún se mueve en la bolsa cuando nos vamos. Antes de dejar la playa nos llama un conductor de bueyes, al que previamente había fotografiado, nos lleva hacia un lugar repleto de gambas, abre una bolsa y nos echa un buen puñado de ellas, nos viene a la cabeza lo que nos hubiera costado esto en España, más en estas fechas, desde luego hoy nos daremos un buen banquete.

Camino de vuelta, andando entre barcas a la deriva y redes viejas llegamos a la conclusión de que hemos visto algo único y nos alejamos del lugar, en busca de un camión que nos acerque hasta la furgoneta con un pensamiento en la cabeza, volver a ver esto algún otro día.

La lonja de Harnai

En esta estupenda playa se realiza a diario la descarga y el posterior mercado de pescado, es un lugar desconocido y un tanto recóndito, no dispone de ningún alojamiento, ni hostales ni casas de huéspedes, al menos por el momento. Las mujeres son las reinas del mercado, manejando precios y luchando por conseguir las mejores piezas, incluso en ocasiones levantando la voz más de la cuenta.

En India las gambas, langostas, etc, no tienen ni el valor culinario ni el valor monetario que tiene en España, por lo que es sencillo comprar un Kilo por apenas 3 euros, ¡¡menudo negocio que hay aquí con la exportación!, a lo Forrest Gump.

La competencia entre los vendedores es brutal, todos intentan vender su mercancía a toda costa, de lo contrario gran parte del pescado se echará a perder.