Los acantilados de Varkala

Enero y febrero de 2007

Varkala-VLlegamos a Varkala del tirón, en algo más de cuatro horas de conducción desde Cochín. No pensábamos quedarnos allí mucho tiempo así que aparcamos en el parking del helipuerto, junto a la barandilla que daba directamente al acantilado, donde las vistas de la playa y el mar eran impresionantes. El lugar se animaba bastante al atardecer pero el resto del día estaba muy tranquilo, aunque después de las diez de la mañana el calor castigaba sin justicia y sólo se podía estar en la furgo para echarse la siesta con las ventanas y puerta abierta para que la brisa refrescara nuestros cuerpos. Lo que en un principio iban a ser un par de noches se fue alargando y alargando, de no tener los billetes para Sri Lanka no sé cuantos días nos habríamos quedado allí apalancados.

Junto a nosotros, a cincuenta metros comenzaba una larga hilera de negocios para los visitantes, restaurantes, hoteles, hospitales ayurvédicos, cybercafés, tiendas de recuerdos, de libros y de refrescos, lo mismo a lo largo de unos dos kilómetros, de tanto recorrer la misma calle legamos a desubicarnos por completo, cada esquina parecía la anterior, unas veces se nos hacía eterno regresar a nuestro hogar y otras parecían cinco minutos. Este efecto no es la primera vez que lo vivimos, recuerdo en Nepal, Lakeside en Pokhara, o la calle principal de Thamel en Kathmandu, en Delhi el gran bazar, en Pushkar la calle de las tiendas o en Islamabad el Abpara Market, puede llegar a volverse enfermizo, parece que a uno le ha atrapado el espacio y que no puede salirse del mismo recorrido una y otra vez. Aunque me negué a volver a pasar por allí más de una vez siempre acabábamos regresando, el pueblo estaba demasiado lejos. Los restaurantes aquí son bastante caros, sobre todo para comer pescado o comida occidental, las dhal o el panneer costaban casi el doble que en los restaurantes donde solemos parar en la carretera.

VarkalaEl otro lugar donde pasamos bastante tiempo fue la playa, aunque mucho menos que en Agonda, quizás la pereza de tener que subir y bajar los escalones cada vez nos echó para atrás más de una vez, y nos conformamos con disfrutar de la vista desde arriba. Uno de los reclamos que tenía esta playa para nosotros son las aguas de manantial que brotan en ambos extremos, las del sur son muy abundantes y perfectas para ducharse, como hacen los varkalenses, que además no dudaban en hacer la colada allí mismo.

Aunque había bastante turista era fácil encontrar un lugar donde poner la toalla a una distancia razonable del vecino; por la mañana era la mejor hora para nadar y bañarse, el mar estaba tranquilo y rompía en bonitas olas junto a la orilla, por la tarde se picaba mucho y no era nada agradable bañarse. En cambio a eso de las cinco, cuando las temperaturas ya lo permiten, era una gozada sentarse en la arena y esperar a la puesta de sol, observando como el grupo de yoga comenzaba con sus sesiones diarias. Ellos no eran los únicos, cada día algún otro grupúsculo de tres o cuatro personas practicaba un arte marcial, o capoeira, o alguna actividad que nosotros desconocemos.

Las sesiones de yoga eran amenizadas por el saxo de José, un palentino afincado en Mallorca; le conocimos una mañana, se acercó a conocernos, las matrículas españolas no abundan en India. José es músico, su especialidad son las harmónicas, pero también toca muy bien el saxo, suele pasar unos meses cada año en India, esta no era su primera visita a Varkala, y posiblemente no la última. Varias veces nos encontramos en la playa o los aledaños de la misma, tanto en la primera visita como en la segunda, al regresar de Sri Lanka.

José no fue el único en acercarse a conocernos, estando en el helipuerto fueron muchos los que lo hicieron, algunos españoles y otros no, aunque casi todos europeos. Recordamos a una pareja alemana que vive en Mallorca, él, treinta años antes, había seguido un itinerario parecido al nuestro con varios camiones y autobuses desde Europa, entonces la frontera entre Irán y Pakistán no se podía cruzar y había que llegar a través de Afganistán, a eso se le añadía la guerra por Cachemira que mantenía el 99% del tiempo las frontera cerradas, pudieron cruzar con la excusa de llevar material humanitario y medicinas en una de las cortas treguas que permitían el paso entre India y Pakistán, al hombre se le iluminaban los ojos recordando la aventura.

También conocimos a una mujer catalana, que un día nos dejó un cartel en la luna del coche ofreciendo su ayuda por si necesitábamos algo, la conocimos unos días después, estaba de vacaciones en Varkala después de unas semanas en el Ashram de Ama (la Guru que da Abrazos de Oso junto a unos canales en Kollam, famosa en el mundo entero). Por último está el Pi, un tío majísimo de Cuenca, pero que también anda por Baleares, ¿qué tendrán las Baleares? Pi se dedica a distintas cosas, fabrica artesanía, hace música, malabares con fuego y ahora se está formando para dar masajes, el chaval tiene dotes para ello, pudimos comprobarlo, en Varkala estuvo recibiendo lecciones de masaje ayurvédico y practicó con nosotros una noche, ¡¡cuando quieras, Pi!!

Varkala-II

La anécdota del Rafita: En nuestra primera visita a Varkala, una de las mañanas, Rafa fue empotrado contra el suelo por una preciosa ola del mar de Arabia. No os podéis imaginar la cara de susto con la que me llamó y el miedo que se apoderó de su mente, sentía que algo no iba bien en su cabeza (sin comentarios…ejem). Hice que se acostara en la cama para ver si se relajaba pero sus dudas iban in crecendo y acabamos en un hospital privado de la ciudad. Allí un simpático médico nos atendió bastante rápido y con un inglés perfecto examinó a Rafa y le comentó que él no veía nada extraño, pero, consciente de la hipocondría que padece Rafa, le comentó que la única forma de estar 100% seguros era hacer un scanner cerebral, exactamente lo que Rafa llevaba horas diciéndome. Nos extendió un volante para el scanner, por si decidíamos hacerlo, y le recetó unas medicinas para bajar la hinchazón y contra el dolor. Esa tarde la pasó descansando pero la idea no se le quitaba de la cabeza y por la mañana nos fuimos a Attingal a que le hiciera el scanner, la prueba nos costó 2.000 rupias, le metieron en el tubo ese que sale en las películas y media hora después nos dieron una serie de fotografías del perfecto estado de su cerebro, no sólo la ola no le había afectado sino que ahora estábamos seguros de que tampoco tenía ningún tumor o afección cerebral… o al menos eso pensé yo, porque cuando se lo transmití a Rafa su respuesta fue: ¿pero cómo podemos estar seguros de que no se me forme algo mañana? A pesar de su hipocondríaca respuesta se tranquilizó bastante con la prueba, el médico vio el scanner dos días después y viendo que se encontraba perfectamente no le suministró más pastillas.

Al día siguiente conocimos a una mujer francesa, tenía media cara destrozada, el mismo día que Rafa tuvo el accidente ella también lo sufrió, ni scanner, ni médico, ni nada, tan sólo esperar a que las heridas se curasen, ¡qué diferentes son las personas!

Varkala-IIIJoanna, una chica italiana, acompañaba al Pi esos días en Varkala, juntos los cuatro nos fuimos una tarde a un pueblo camino de Kollam, a ver un festival religioso. No fue difícil encontrar el lugar, las gentes fluían desde la nacional por una carretera secundaria donde unos carteles enormes anunciaban el festejo. Cometimos el error de no aparcar a la entrada y caminar junto a los demás, en vez de eso dejamos el coche a medio camino del templo, no fue un problema al principio, pero cuando quisimos regresar varias horas después las calles estaban tomadas por la gente, los elefantes y las carrozas, y muchos de los jóvenes estaban exaltados y posiblemente borrachos, tuvimos un par de encontronazos y la gente que disfrutaba desde las aceras nos aconsejó que saliésemos de allí pitando ya os imaginaréis, cientos de indios bailando y gritando a nuestro alrededor, ¡qué agorafobia! En las horas que estuvimos allí prácticamente no pasó nada, salvo al principio que vimos caminar a los elefantes calle abajo, seguramente iban a engalanarse a algún otro lugar, tres horas después desfilarían con sus máscaras doradas y de colores. También al principio vimos varios grupos de percusionistas, los chicos, vestidos de cintura para abajo, tocaban los tambores como si estuvieran en trance, quizás lo estaban. Entre una cosa y otra pasamos más de una hora en la terraza de una casa charlando y tomando fotos de los presentes, que continuamente exigían nuestra atención, o más bien la de nuestras cámaras. Fue, en conjunto, una experiencia muy interesante pero si no eres hindú y sabes de qué va todo, la mayor parte del tiempo te aburres y esperas al siguiente acontecimiento.

Varkala-IVNos despedimos de Pi y quedamos en vernos al regresar de Sri Lanka, para entonces ya sería un monstruo de los masajes y le dejaríamos que practicase con nosotros varios días. No sabemos muy bien qué ocurrió, cuando volvimos no le encontramos allí, un email diez días después nos desveló que andaba en las montañas de Kerala, a más de 2000 metros, disfrutando del frío. Seguramente el no encontrarle allí fue una de las razones para que no nos quedásemos mucho en nuestra segunda visita, otra de esas razones era la de irnos de India, se nos había ocurrido la brillante idea de embarcar desde el puerto de Cochín, ¿para que conducir hasta Chennai si podíamos embarcar allí? En Sri Lanka Rafa decidió que quería un cambio, no quería más India, ni siquiera las Islas de Andamán, él quería dar el salto al Sudeste Asiático cuanto antes, yo no tenía tanta necesidad del cambio pero me pareció bien, miraríamos en Cochín la posibilidad de embarcar allí y volaríamos, a principios de marzo podríamos estar ya en Malasia o Singapur.

Varkala

 

Varkala es famoso por su playa bajo un bello acantilado de tierra rojiza. Se encuentra a poco más de cuarenta kilómetros al norte de Trivandrum, la capital del estado de Kerala.

Los chiringuitos y alojamientos se asientan junto al extremo sur de la playa y sobre el acantilado, desde el cual hay tres accesos. También es posible encontrar alojamiento más barato y para largas estancias con algunas familias locales fuera de los dos enclaves turísticos. Lo que hace treinta años movía a los hippies a asentarse en la playa de Kovalam (hoy copada por packs turísticos de quince días) atrae en los últimos años a artistas, neohippies y simples viajeros que buscan lugares bellos y tranquilos donde pasar una temporada. Aunque se está cometiendo el mismo error que en su vecina del sur y pronto será un lugar para turistas con un presupuesto medio-alto.

Una de las noches que pasamos en Varkala en nuestra primera estancia tuvimos la suerte de poder asistir a un auténtico festival keralense en una población a treinta kilómetros de Varkala y diez de Kollam.