Udaipur, la Venecia de Oriente
30 de noviembre de 2006
Quizá resulta harto exagerado la cita que aparece en la guía Lonely Planet, que llama a Udaipur la Venecia de Oriente, efectivamente, resultó incomparable a la gloriosa ciudad italiana.
Pero sí vimos reminiscencias de la vieja Venecia; Udaipur crece junto a un lago, que bien podría parecer un mar, también tiene algunos canales con diversos puentes que atraviesan de un lado a otro de la urbe y sí, también rezuma cierto aire romántico al pasear por sus tranquilas y cuidadas calles o al asomarse a algunos buenos miradores, desde luego es una ciudad preciosa, pero como otras veces la Lonely tiende a exagerar y a usar excesivos clichés.
Tuvimos mucha suerte al llegar a la ciudad, y encontramos un plácido lugar sin tener que meternos en muchos atascos, nuestro sitio fue el sunset point, desde donde se divisaba parte de la ciudad, tuvimos que pagar algo por usar el aparcamiento del parque, pero a cambio pasamos una tranquila noche, sin visitas inesperadas. De todos modos nuestra idea era coger una noche de hotel, tras Udaipur nos esperaban unos días de carretera y carretera hasta llegar hasta el mar, por lo que había que tomar fuerzas, estábamos a un corto paseo del centro, por lo que, pasada la luz del día, nos fuimos a dar una vuelta nocturna por la ciudad, también para encontrar un hotel. Tras bajar una pequeña cuesta cogimos una calle que, hacia la derecha, iba hacia la parte vieja de la ciudad, que queda a la sombra del lago Pichola y del palacio de la ciudad, el mayor complejo de este tipo de todo Rajastán. Atravesábamos una de las calles principales de la ciudad vieja, jalonada de internets, cafés, hoteles y tiendas de souvenirs, muy turístico, pero más relajado que otros lugares de Rajastán, en los que los vendedores te acosan literalmente para que les compres algún recuerdo. La calle iba a dar a una animada plaza, en la que unas escaleras ascendían a los pies del principal templo hinduista de la ciudad, Jadgish, apenas a doscientos metros de la entrada al palacio. A partir de aquí, camino del lago, entramos en un entramado de callejuelas que subían y bajaban de una pequeña colina a otra, por ahí andamos un rato, disfrutando de la decoración de algunas casas bajas, con los muros pintados de diversos colores, azul, amarillo, blanco, etc.
Fuimos a dar a una de las orillas del lago a través de unos monumentales arcos, algunas mujeres lavaban la ropa en los ghats, al igual que lo hicieran en Varanasi. Frente al lago, en la orilla opuesta, veíamos las terrazas de algunos hoteles, fuera de nuestro presupuesto. En medio del lago estaba la isla donde se ubica el Hotel del Lago, el más lujoso de la ciudad, en este lugar se rodó «Octopussy», y encontraríamos numerosos hoteles que anunciaban que se podía ver la película de James Bond en sus salones. Desde aquí fuimos andando por la orilla hasta uno de los puentes que cruzaban a la otra orilla, había pequeños templos y gente rezando a nuestro paso. Desde la otra orilla e incluso desde el puente, las vistas de la ciudad eran espectaculares, por lo que nos quedamos un rato sentados y apurando las últimas horas de sol. No fue sencillo encontrar un hotel adecuado, los que daban a la orilla del lago eran demasiado caros, optamos por coger una correcta habitación en segunda línea.
A la mañana siguiente cogimos la habitación temprano y nos fuimos a hacer el turista, primero visitamos el templo, entrando por una entrada secundaria para bajar las escaleras principales después, estaba atestado de turistas fotografiando las esculturas grabadas en las paredes del templo.
Más tarde subimos la calle que iba a dar a la entrada del palacio, había dos tipos de entrada, la primera sólo te permitía visitar los alrededores del palacio, rodeándolo, la segunda, mucho más cara, te permitía acceder al interior y visitar los distintos museos, nosotros optamos por la primera. Una gran puerta daba acceso a otra serie de arcos que a su vez accedían a la fachada principal del palacio, que era enorme, estaba lleno de balcones de distinto tamaño, terrazas, escudos, etc., el estado era impecable. Accedimos a una serie de patios interiores a través de otra gran puerta hasta llegar a la parte trasera del castillo, desde aquí entramos a otro pequeño museo, al margen de los principales, estaba dejado y sucio, pero desde sus ventanales tuvimos unas buenas vistas del lago y del otro lado de la ciudad.
Disfrutaríamos de una buena siesta hasta la tarde, donde seguiríamos descubriendo la ciudad, llena de pequeños rincones entre las calles, en las esquinas.
Nos embaucarían de nuevo las miniaturas Rajastanis, dibujadas sobre seda, madera o hueso de camello, obviamente las más caras tenían precios imposibles, pero sí que nos dimos el gustazo de comprar un juego de tres pequeñas miniaturas sobre seda, en donde se mostraban un caballo, un camello y un elefante. Después fuimos dando un paseo hasta la furgoneta, para coger algunas cosas, nos llamo la atención un gran cartel que anunciaba un mercado tibetano, le echamos un vistazo, pero sólo vendían ropa normal y estaba lleno de gente, lo atravesamos rápidamente. Nos daríamos otro pequeño lujo esa noche y cenaríamos en un bonito restaurante en un ático, con vistas al templo de Jadgish, que disponía de una bonita iluminación, recuerdo que me comí unas albóndigas de ternera con salsa de ajo, que disfrute hasta el final.
Después de la cena Silvia se iría a la habitación y yo me quedaría recorriendo algunas calles de la ciudad de noche, tomando algunas fotos nocturnas con trípode en mano.
A la mañana siguiente nos levantamos temprano y dejamos la habitación, queríamos ir y volver ese mismo día del templo Jainista de Ranakpur, que distaba ochenta kilómetros de la ciudad. Pero primero nos fuimos en busca de una tienda de neumáticos, ya que teníamos que comprar un par nuevos, de los otros dos uno estaba irreparable y el otro tenía tantos parches que no merecía la pena seguir manteniéndolo. En una tienda nos facilitarían dos, pero al día siguiente, así que nos tocaría volver a la ciudad.
A nuestra vuelta a la ciudad, después de la visita al espectacular templo de Ranakpur, haríamos poco turismo y nos tocaría esperar en el garaje unas horitas hasta que nos trajeras las ruedas, gran parte del trabajo lo tuvimos que hacer nosotros, usar nuestro gato o cambiar la ruedas, se puede decir que no les gustaba trabajar mucho y preferían fijarse en qué hacíamos y echar ojos indiscretos a la furgoneta, aunque al final hicimos migas tomando un par de tés con leche en un chiringuito. Finalmente dejamos Udaipur con nuestras dos flamantes nuevas ruedas ubicadas y fijadas.
Desde luego esta ciudad de Rajastán no es Venecia, pero sí que es una de las más bellas y tranquilas del Rajastán, quizá habría que volver otra vez para seguir descubriendo bonitas casas, pequeños templos y estrechas callejuelas.
Ahora comenzaba nuestro largo viaje hasta la colonia portuguesa de Diu, nuestro reencuentro con el mar, que no veíamos desde el Golfo pérsico Iraní, hacia ya muchos meses, el camino era largo pero había ganas de volver a mojarse, además tendríamos a nuestra llegada una gran sorpresa, el reencuentro con Nico, que no veíamos desde Katmandú.
Udaipur y el lago
La vieja ciudad de Udaipur se extiende a lo largo de canales, a orillas de rio Pichola, al gual que en Varanasi y en algunas otras ciudades, a orillas del lago se encuentran los Ghatas, donde las mujeres lavan o se va a rezar a alguno de los templos existentes. El lago fue extendido por el Maharaja Udai Singn II, que fundó Udaipur en el 1568,En la actualidad el lago ocupa una superficie de cuatro Km de largo por tres de ancho. A raíz de su fundación Udaipur se convirtió en un centro cultural de primer orden.