Srinagar, capital de Cachemira
8 de julio de 2006
Huyendo del calor del Punjab indio pusimos rumbo a la famosa región de Cachemira. Habíamos estado estudiando las distintas posibilidades para ir a Ladakh en vehículo, sólo existen dos vías de acceso, una por el oeste desde Cachemira donde el mayor puerto de montaña no supera los 3.600 metros y otra por el sur desde Himachal Pradesh con tres puertos de más de 5.000 metros. Yo llevaba meses preocupada por esa segunda carretera, me daba miedo que la furgo no estuviera preparada para algo así, y con razón.
Escogimos el camino de Cachemira para ir, ya regresaríamos por la otra. A pesar de ser una zona en conflicto lleva unos años bastante tranquila y los turistas, los pocos que allí se acercan, no son objetivo de las guerrillas que militan en la frontera con Pakistán; otros viajeros habían pasado por allí el año anterior y, aunque el ambiente militar no era el más acogedor, no sintieron peligro alguno, además para entonces ya no estábamos solos, íbamos acompañados por Nico, Roger y su mercedes ‘balancemobile’, desde Srinagar no nos separaríamos hasta Leh.
La noche que dormimos cerca de Pathankot fue una de las peores del viaje, el calor era tan asfixiante que ninguno de los tres pegó ojo, por la mañana era tal la desesperación por encontrar un lugar fresco que nos lanzamos a la carretera como posesos, puede que ese día condujésemos unas doce horas. Las carreteras estaban en buen estado sin embargo la intensidad del tráfico no permitía avanzar muy rápido. Atravesamos la ciudad de Jammu sobre las once de la mañana, no sin perdernos por sus calles, nada más salir de allí comenzamos a ascender, aún así seguíamos necesitando el aire acondicionado. Rafa y Laura se hacían el relevo para conducir una hora cada uno, era bastante estresante con tanto camión loco yendo y viniendo.
A mitad de camino paramos a comer en un restaurante-casa regentado por una familia de sikhs, comimos lo que había: dhal (lentejas), arroz y verduras, un clásico, pero muy sabroso.
Ya por la tarde, tras pasar el control de pasaportes donde nos registraron en un libro, nos asomamos al fértil valle de Cachemira, tan deseado por indios y pakistaníes, un mirador nos daba la bienvenida, las vistas eran bellísimas.
Cuando se negoció la separación entre India y Pakistán muchas regiones tenían claro en qué lado debían estar, sin embargo existían varios pequeños reinos gobernados por maharajás a los cuáles el gobierno británico dejó escoger su adhesión a uno u otro estado. Cachemira fue un caso especial y único, se trataba de una región de mayoría musulmana pero con un líder hindú, éste dudó durante mucho tiempo y fue retrasando la decisión hasta que el conflicto estuvo servido y parte quedó bajo control pakistaní y parte bajo control indio. La situación actual es el resultado de cincuenta años de lucha y, por lo que pudimos hablar con algunos locales, el pueblo de Cachemira quiere la independencia, ni para Pakistán ni para India, pero la solución aún está por llegar y hoy por hoy parece difícil que ambos países renuncien a sus aspiraciones territoriales en la región.
Este conflicto bélico se traduce en miles y miles de efectivos por todas partes, nunca habíamos visto algo así, en las ciudades y los pueblos no das un paso sin toparte con un soldado, los convoyes atoran el tráfico cada día, convoyes de más de cincuenta camiones, ¡imaginaos la locura que es adelantarlo!, controles en la carretera y campos militares cada pocos kilómetros. Nosotros que habíamos estado en el otro lado, en el lado pakistaní, nos sorprendimos al ver lo descompensado de los efectivos entre ambos países, lo de India es espectacular.
La última etapa hasta Srinagar fue muy agradable, conduciendo entre campos sembrados y bosques, el tráfico se intensificó de nuevo al llegar a la ciudad. Entrar no fue difícil, lo difícil fue decidir donde pasar la noche, al contrario de lo que esperábamos allí también apretaba el calor, toda la región estaba sufriendo una ola de calor con temperaturas records, nuestro gozo en un pozo. Aparcamos la furgo en una calle céntrica y nos fuimos en busca de un alojamiento; perseguidos por varios cazaturistas visitamos unas cuantas houseboats (barcos convertidos en hoteles) y dos o tres hoteles, seguramente el cansancio y el miedo a pasar una noche como la anterior nos llevó a escoger el hotel más caro y más confortable, el hotel Akbar. La elección fue bastante acertada, descansamos y desayunamos en el jardín a la mañana siguiente, se presentaba otro día caluroso.
Nos dimos un paseo por la ciudad aquella mañana y más tarde nos dirigimos andando a los jardines mogoles que, mal informados, esperábamos encontrar en media hora, tuvimos que coger un rickshaw a mitad de camino, en vez de un par de kilómetros estaban a siete u ocho. Los jardines estaban muy animados, con muchas familias de turistas indios venidos de todas partes; los niños se refrescaban en las fuentes y los adultos se cobijaban bajo los árboles, nosotros les imitamos.
Regresamos a la ciudad con la intención de tomar algo, coger la furgo y buscar un lugar donde pasar la noche, el día parecía menos caluroso. Encontramos una cafetería para extranjeros y tomamos un tentempié disfrutando del aire acondicionado y los ventiladores. Cogimos la furgoneta y recorrimos el camino hacia los jardines, pero no llegamos muy lejos, frente a nosotros la mercedes de los chicos hacia un maniobra para cambiar de sentido, interrumpiendo el tráfico intercambiamos unas frases, un kashmiri llamado Jimmy les guiaba, iban a dormir en su houseboat esa noche por 100 rupias cada uno, nos invitaban a acompañarles, aparcaríamos los vehículos en un aparcamiento de pago por 30 rupias todo el día y luego iríamos a la houseboat. Interrumpiendo el tráfico de nuevo, y gracias a un militar que nos ayudó, cambiamos el sentido y les seguimos.
La houseboat de Jimmy era parecida a las que ya habíamos visitado la noche anterior pero su ubicación era privilegiada, con vistas al lago Dal, no encajonada en un canal. Tenía dos habitaciones para invitados, cada una con su baño y su enorme ventilador, un salón con televisión (imprescindible para ver la final del mundial esa noche), y una terraza con vistas al lago y al ajetreo de shikaras yendo y viniendo. Nos acomodamos los cinco en las dos habitaciones, Nico verificó nervioso si la televisión funcionaba, sólo se veían bien dos canales. Sentados en la terraza decidimos tomar allí mismo la cena, Jimmy nos ofreció un menú non-veg a base de verduras, pan, arroz, ensalada y pollo asado por otras 100 rupias por cabeza, sabíamos que el precio era excesivo, era su manera de hacer negocio, hace años esa houseboat la habría alquilado por veinte o treinta euros la noche, pero el turismo anda de capa caída y nos la ofreció por ocho.
Nico, Roger y Rafa se fueron con Jimmy a tierra firme a aparcar las furgonetas mientras Laura y yo nos relajábamos como marquesas en los asientos acolchados de la terraza. Era apasionante ver las embarcaciones pasar, tiendas flotantes con todo tipo de mercancía, verduras, refrescos, chocolatinas, etc., shikaras con turistas indios, familias enteras, algunas con música estridente a tope, al día siguiente nosotros cinco seríamos otra de esas familias paseando por los canales.
La velada fue muy agradable, rodeados del mobiliario colonial británico del salón disfrutamos de una sabrosa cena donde sólo faltó un poco más de pollo, se hacía evidente que la carne iba a ser un alimento duro de encontrar en este país, incluso en la única región de mayoría musulmana.
La sobremesa se alargó, quedaban horas para el partido, los cinco íbamos con Italia, siempre mejor que nuestro vecino del norte, pena de no ver el partido con Bobo y Cesco, nos habría gustado ver sus caras, aunque yo tengo que reconocer que me dormí antes del final, para no variar.
Al día siguiente desayuno inglés y despedida del houseboat, intentamos quedarnos una noche más pero Jimmy no quiso, no hacía negocio con nosotros y no hay que olvidar que a los kashmiris se les conoce como los ‘judíos’ de la región, son unos auténticos hombres de negocios, ya se sabe, ‘la pela es la pela’; nos despidió con excusas de que ya tenía otros clientes pero sabíamos que no era cierto. El contratiempo nos hizo cambiar de planes, nos separaríamos para dedicarnos a nuestros asuntos y quedaríamos en un muelle a las cuatro para dar un paseo de una hora en shikara, así podríamos salir de la ciudad con tiempo de conducir a un lugar en las cercanas montañas.
Roger desapareció con la bici y los demás nos acercamos al centro en busca de cajeros automáticos e internet, y así se nos pasó el día volando. Nos reunimos con Roger y negociamos un trayecto por 150 rupias, aunque un poco caluroso fue muy entretenido, navegando entre jardines flotantes, barrios de madera y negocios al borde de las aguas. Srinagar tiene algo especial, pero mejor venir en primavera…
Srinagar
Lo que hace realmente de Srinagar un lugar único en el mundo es el famoso lago Dal y todos los canales que se adentran serpenteantes en la ciudad.
Los niños sofocan el calor en las aguas del lago, disfrutando de unas improvisadas vacaciones otorgadas por las autoridades a causa de la canícula; mientras ellos se refresan, en las houseboats que plagan las aguas se preparan para la caza del turista, la competencia es brutal desde que el turismo se redujo drásticamente a causa del conflicto bélico.