Ladakh, el pequeño Tíbet

14 de julio de 2006

Sin duda alguna elegir Ladakh como primera etapa en nuestro periplo por la India ha sido una elección acertada, remanso de paz, tranquilidad y despoblación es todo lo contrario de lo que nos podemos encontrar en el resto del país. Hacía ya muchos años que habíamos oído hablar del Pequeño Tíbet, reducto de la cultura budista abierto al turismo a mediados de los años setenta, era uno de esos lugares con los que soñábamos desde antes de comenzar el viaje.

Furgo-en-Ladakh

La elección no fue a la ligera, llegábamos a la India en pleno verano, con el monzón arreciando en todo el país, y teníamos el honor de volver a contar con la compañía de nuestra incondicional Laura, que finalmente se había decidido a pasar un mes con nosotros en la India. Le habíamos prometido un viaje por tierras budistas con el Himalaya como telón de fondo.

Penetramos en este pequeño paraíso por el oeste, por la carretera que parte de Srinagar, corazón de Cachemira. Ya pasado el alto del Zoji La comenzaron a aparecer rasgos más orientales y fue en Mulbek donde vimos el primer buda escavado en la roca protegido por un pequeño templo. También fue en este punto donde vimos a los primeros turistas, un grupo de italianos que viajaban en autobús. Ya teníamos ganas de dejar atrás el Islam y sumergirnos del todo en el Budismo, así fue para Rafa, que desapareció con la cámara de fotos y vino con un reportaje completo del único monje que guardaba el templo.

Ladakh-VI

Balance Mobile

Nos habíamos despedido de las lluvias, en Ladakh nos acompañaría siempre el buen tiempo, nubes altas y rápidas pero ni gota de agua en diez días, y disfrutamos de unos cielos asombrosos, cuyo contraste con el marrón y el verde del paisaje hacía las delicias de los fotógrafos.

La primera jornada fue de conducción, tras visitar el buda en Lha Khang, de más de dos mil años de antigüedad, condujimos hasta el siguiente pueblo donde hicimos las compras y unas llamadas, fue aquí donde conocimos la posibilidad de que a Rafa le tramitaran en Delhi el pasaporte normal. Un amigo de mi hermano Enrique, Héctor, había movido unos contactos en Madrid y parecía posible, sino tendríamos que conformarnos de nuevo con otro pasaporte de emergencia de un año, como el que nos dieron en Ankara. Aunque el pasaporte en vigor tenía caducidad a finales de enero del 2007 nos encontramos con el problema siguiente, si entrábamos en Nepal en agosto no podría regresar a la India porque le exigirían seis meses de validez y no los tendría, teníamos que gestionar de nuevo un pasaporte, y todo por la incompetencia de alguna funcionaria de Santa Engracia en la primavera del 2005.

Ladakh-V

Ascendimos lentamente por una carretera desolada donde ni un atisbo de agua o vegetación se hacían sentir, el primer paso, en Namika La, de unos 3.700 metros fue superado sin dificultad. Continuamos y en el descenso hallamos un valle con un pequeño pueblo rodeado de árboles y huertas, allá donde el agua hacía presencia la naturaleza aprovechaba la ocasión para abrirse paso. El valle se fue abriendo y como escenario unas cumbres nevadas aparecieron en el horizonte, paramos por enésima vez a fotografiar el paisaje, no podíamos dejar de mostrároslo en la web.

Ladakh-IILos pueblos eran escasos y las infraestructuras mínimas, no pudimos encontrar ni un restaurante donde comer, sólo una pequeña cantina junto a un campamento militar donde nos prepararon ‘momos’ para todos (unos raviolis rellenos, en este caso, de verduras), fue suficiente para apaciguar nuestros voraces apetitos, aunque Nico repitió, no le supo bastante un plato. El paraje era de nuevo desolador, ascendíamos entre montañas marrones y grises hacia el siguiente paso, de nuevo un record para nuestra furgo, el Fotu La, de 13.479 pies o 4.100 metros. Como ocurriese en todos los altos de la región un hito amarillo y ristras de banderas de oración budistas nos daban la bienvenida, lo que veían nuestros ojos a ambos lados del paso quitaba la respiración, decenas de cumbres, cada una de una tonalidad, se superponían unas a otras mientras las nubes sombreaban las laderas, el viento arreciaba con fuerza pero no impidió que disfrutáramos de un paseo.

Como colofón pocos kilómetros después divisamos Lamayuru, el primer gran monasterio o gompa del camino, no eran más que las cuatro, lo visitaríamos antes de que anocheciera, allí coincidimos con un gran grupo de turistas catalanes, debía ser un viaje organizado por el RACC porque vimos varios jeeps con carteles y uno de ellos con la bandera catalana ondeando al viento. Tras la visita echamos un ojo a los campings, en uno de ellos no nos permitían entrar con el coche, ni aparcar en su parking, en el otro no preguntamos, no pareció convencernos a ninguno, y menos mal, porque a unos kilómetros encontramos un chiringuito perfecto donde pasamos las dos noches siguientes. El lugar estaba regentado por dos jóvenes hermanos ladakhis y éramos los primeros clientes, estaban en plena inauguración, colocando emparrados, carteles, trayendo suministro para comidas; al anochecer vinieron los padres, una pareja encantadora que nos contó que para el año siguiente pretendían hacer unas cabañas junto al río. Tuvimos suerte, como no había cabañas ni turistas pudimos disfrutar del río nosotros solos, sobretodo después de que a Roger se le ocurriera la brillante idea de empresar agua y hacer una piscina, ya podíamos paliar el calor dándonos un chapuzón.

Ladakh-VIIIAunque estábamos muy a gusto nuestra vida nómada nos empujó a continuar, nos pusimos de nuevo al volante y fuimos en busca de nuevos monasterios, ese día visitaríamos Rizong, cuya carretera de acceso no fue del agrado de la mercedes que nos dio un susto con la temperatura, hicimos un alto en la residencia donde viven los niños que estudian para monjes en el monasterio. Nico, quizás con demasiada premura, abrió el depósito del agua que salió disparada abrasándole un brazo entero, lo alivió con agua fresca y más tarde con una pomada para quemaduras que Carlitos había incluido sabiamente en nuestro botiquín. Descansamos de tantas emociones comiendo una ensalada y una bandeja de embutido que Laura había traído de España, y continuamos hasta el monasterio. En mi modesta opinión Rizong es uno de los monasterios más bonitos que hemos visitado, primero por la carretera de acceso que sigue un arroyo y luego por su ubicación, encajonada en las laderas de las montañas.

LadakhEsa misma tarde visitaríamos la gompa de Alchi, una de las más famosas, en las calles aledañas encontramos por fin la huella del turismo que la gente nos iba anunciando, varias tiendas y mercadillos ofrecían artesanías, Nico se compró un par de collares como el que ya tenía, pero a 2 euros en vez de a 20 que le había costado en Holanda, Roger una pulsera para una sobrina y Laura un cuenco tibetano por muy buen precio, por la cara de disgusto que puso la mujer que se lo vendió. En el mismo Alchi, a las afueras del pueblo, junto a unos chortens blancos, aparcamos para pasar la noche.

Lo bueno se acababa, ese mismo día llegaríamos a la ciudad de Leh, las ciudades siempre son más hostiles para dormir en una furgoneta, sin embargo antes queríamos visitar otra gompa, la de Likir. Aparcamos la mercedes junto a la carretera y nos subimos los cinco en nuestra furgo, preferíamos dejarla descansar después de los últimos calentones, al cabo de siete kilómetros llegamos al monasterio que, sin saberlo nosotros, tenía una gigantesca estatua de buda dorada, una maravilla.

Y así llegamos a Leh, la capital de Ladakh y la única población con infraestructuras desde Kargil. Tuvimos la suerte de encontrar un hostal donde nos dejaron aparcar en el jardín a cambio de coger una habitación por 100 rupias, lo cual nos vino bien, tuvimos baño y electricidad por el mismo precio. Esa misma tarde hicimos una toma de contacto, tiendas y restaurantes con comida occidental saciaban las necesidades de todos los visitantes, en ese mismo paseo pudimos comprobar la voracidad de los vendedores, parecía el bazar de Estambul, todo el mundo a la caza del turista.

Ladakh-IVEn Leh comimos nuestra primera lasaña desde hacía meses, nos pusimos al día con el correo y nos gastamos las primeras rupias en recuerdos. Laura y yo nos compramos unos vestidos al estilo tibetano y ella se hizo un traje típico de camisa pantalón en una sastrería, también compramos banderitas tibetanas de oración, otros cuencos tibetanos, Rafa unos colgantes y unas figuritas, y alguna cosilla más que seguro se me olvida. No significa que nos pasásemos el día de tiendas, también recorrimos la ciudad, subimos hasta el palacio que está en plena reconstrucción por lo que resulta un timo pagar la entrada de 6 euros (precio desorbitado si se compara con las 20 o 30 rupias que piden en los templos, de 40 a 60 céntimos de euro). Laura y yo también inspeccionamos las afueras de la ciudad donde hallamos una intensa vida rural, con algún monasterio escondido y alguna asociación cultural y ecológica regentada por extranjeros.

Ya llegaba el momento de la separación, el día 20 nosotros tres abandonaríamos Leh camino de la tortuosa carretera a Manali, Nico y Roger esperarían un día más para obtener un permiso para cruzar al Nubra Valley, pasando así por el paso y la carretera más altas del mundo. El mismo día 20 comimos juntos y nos despedimos de ellos frente a la puerta del internet que frecuentábamos, nos dijimos hasta pronto, si todo va bien nuestros pasos nos volverán a juntar en Nepal y seguramente en mucho sitios más, quién sabe, incluso en el embarque a Tailandia…

Apenas recorrimos quince kilómetros esa tarde, pero ya estábamos en marcha. Visitamos un gompa que había en el camino, Shey, donde se aloja el mayor buda de la región, no tan vistoso como el de Likir por estar dentro de una edificación. Y aparcamos en el pueblo que separa Shey de Thikse, donde disfrutamos de una soleada tarde rodeados de vacas y burros, y en donde nos robaron tras anochecer el cubo rojo donde habíamos dejado en remojo la olla exprés que con tanto cariño me había regalado mi madre, y los dos cuencos de sopa de la trangia.

No tanto por el valor económico como por el sentimental me llevé un buen disgusto y al día siguiente no me apetecía ya ni visitar un monasterio más, además presentía el peligro que nos acechaba en el camino a Manali, estaba intranquila por los 474 kilómetros que nos esperaban.

Ladakh

Ladakh, también conocido como el Pequeño Tibet, está situado en el Himalaya occidental, compartiendo frontera con China (con lo que era Tibet), con Jammu y Kashmir y con la provincia de Himachal Pradesh. Aunque nada tiene en común con Jammu y Kashmir administrativamente son la misma provincia, aunque no sabemos que papel jugaría en la independencia de Cachemira.

Ladakh significa ‘mil pasos de montaña’ (‘La = paso de montaña’) es una región situada a una altura media superior a los 3.000 metros de altitud y flanqueada por montañas en todas sus vertientes.

El trayecto de Kargil a Lamayuru, con un paso de 3.700 metros y otro de 4.100 metros, merece la pena de ser recorrido una vez en la vida, los cielos más fantásticos y las imágenes más sobrecogedoras las vimos allí.