Refugio Hippie en Manali
24 de julio de 2006
Y después de una correosa y trabajada vuelta de Ladakh, en la que tuvimos que recorrer los últimos 150 Km sin respirar, llegamos a Manali, refugio de hippies desde los años 60 y todavía un importante centro turístico de India. La ubicación de la población es excepcional, en el fondo de la jungla que se forma en el Valle de Kullu, con una frondosidad exagerada, exuberante, que lo cubre todo. Manali está rodeada en su totalidad por colinas y bañada por el río, procedente de las montañas del Himalaya. Por desgracia, gran parte del panorama estaba cubierto por las nubes monzónicas, que aparecen y desaparecen por arte de magia, en cuestión de minutos.
Pero cuando llegamos no prestamos mucha atención a los potenciales encantos de Manali y sólo nos preocupaba agarrar una cama. Nos alojamos en el Hotel Pine Wood, en el camino hacia la parte alta del pueblo, era una antigua casa colonial y la habitación desbordaba lujo por los cuatro costados, de ahí el desmesurado precio de la misma, para la India, por supuesto, 1000 rupias la noche, unos 17 euros al cambio, pero una habitación de estas características costaría en España alrededor de los 100 euros, o más.
Nos duchamos y descansamos un rato para después chequear internet y pegarnos una buena cena a base de comida italiana, después volvimos a disfrutar del hotel y sobre todo de su enorme cama. El plan a la mañana siguiente estaba bien claro, intentar arreglar por la mañana el embrague, esperando que no fuera de nuevo el disco y volver antes de las 12h al hotel, para hacer el check out, un poco de turismo y continuar camino, quién nos iba a decir que las cosas se complicarían demasiado y que nos tendríamos que tirar 6 días en la ciudad.
A la mañana siguiente Silvia y yo nos levantamos temprano en busca de un garaje, nos mandaron a uno bastante cutre cerca del río, pero los mecánicos nos dieron confianza, qué otra nos quedaba. Lo que hizo fue purgar de aire la pieza maestra del embrague, junto al pedal, en dos horas estuvo hecho, estábamos muy contentos pero, al subir la cuesta de nuevo hacia el hotel el embrague se reventó, del todo, de nuevo el cuero del disco habría desaparecido, aparcamos como pudimos en un hotel y fuimos en busca de un buen taller, avisamos a Laura y algo más tarde llegaríamos al taller, donde a los dos días nos dirían lo que ya sabíamos, de nuevo el disco de embrague se había gastado por el esfuerzo.
Ese día lo pasaríamos prácticamente entre el taller y el hotel, otro gasto de dinero inútil, no nos había dado tiempo a hacer el check out.
Por lo menos nos arreglaron la nevera, que también estaba rota desde hacía un tiempo. Durante ese día y los siguientes observamos a algunos de los personajes extranjeros que andaban por la ciudad, calculando que desde finales de los 60 a la fecha en la que estamos han transcurrido casi cuarenta años, parte de la gente que veíamos rondaría los sesenta años, muchos tenían un aspecto lamentable, totalmente dejados. También vimos a muchísimos israelís, disfrutando del año sabático después del duro servicio militar.
Al día siguiente cambiamos de alojamiento, encontramos uno bastante bueno por 200 rupias, de haberlo sabido lo hubiésemos cogido el primer día. Nuestra vida se limitaba a dormir, comer y hacer compras, Laura a todos sus amigos, yo a los míos y a mis padres y Silvia a sus padres. Manali es una ciudad dominada por una calle principal, generalmente llena de tráfico y ruido, tanto de mañana como de noche, tiene todos las facilidades que un turista occidental pueda necesitar, multitud de restaurantes con comida italiana, china o japonesa, tiendas de comida con todo tipo de alimentos occidentales, cafeterías estilo europeo y bazares, muchos bazares, muchos de ellos auténticos mundos que se abren en los subterráneos de la población, recorriendo galerías y galerías laberínticas, pero no es un lugar atractivo, al menos bajo nuestro punto de vista, el ruido extremo, el tráfico y las masas estropean un lugar que mejor llevado podría ser un paraíso…, si este lugar estuviera en Alemania, ¡¡qué distinto sería!!
Visitamos el templo de Manali, uno de ellos, que se alcanza tras media hora de dura subida, también hicimos una pequeña excursión hacia otro templo en Nagar, una localidad mucho menos ajetreada a una hora de autobús de Manali, decorado en madera y que estaba reformado.
Y entre bazares, siestas y panzadas a comer, el jefe del taller, un hombre bastante profesional y honrado por cierto, nos iba dando cuenta de los progresos, que no fueron tales, ya que una de las mañanas nos dijo que había sido imposible encontrar el nuevo disco del embrague en Delhi y que, tal y como ya pasara en Pakistán, nos tendrían que poner cuero nuevo, pero el resto de la pieza se quedaría en el mismo estado, esa misma mañana Silvia y yo decidimos pedir las piezas originales en España, era el único modo de solucionar el problema de una vez por todas.
Frecuentábamos un coqueto restaurante que servía comida de distintas nacionalidades a un precio escandalosamente barato, en una de las ocasiones probaría la comida japonesa por primera vez, tempura sería el plato, a base de verduras rebozadas, bastante bueno, pensé en un primer momento en probar el famoso sushi, pero estábamos demasiado lejos del mar, por lo que no confié en el frescor del pescado.
A Laura le dio por la ropa, que compraba con determinación y empuje, desde luego es barata y bonita,, muy barata, incluso encontramos un sastre sij que hacia todo a medida y al que le hicimos un buen negocio, a base de camisas y demás prendas.
Silvia y yo andábamos un poco disgustados por Laura, que al fin y al cabo estaba de vacaciones y por las circunstancias se veía «obligada» a gastar 6 días en este lugar, pero ella no mostró en ningún momento disgusto, al contrario, cosa que le agradecemos.
En los últimos días Manali se convirtió en una trampa de la que queríamos salir lo antes posible, estábamos gastando mucho dinero entre el hotel, todas las comidas en restaurantes y compras, además la oferta turística se había esfumado al segundo día, por lo que hacíamos una vida totalmente sedentaria, tanto, que hasta engordamos todos un par de kilos, las lasañas eran muy poderosas.
Y quién me iba a decir que entraría en mi primer año de la treintena en este lugar, cenamos en un restaurante y al empezar Laura y Silvia me regalaron un bote de Nutella, producto al cual estaba enganchado, la broma continuó hasta el final de la cena, ellas alegaban que era mi único regalo de cumpleaños, pero sabía que no era verdad.
Sacaron un enorme paquete, dentro del cual había una estupenda hamaca naranja, para mis siestas, será mi San Benito durante toda mi vida, después me sacaron un Thanka, que no un tanga, precioso.
Los Thankas son tapices tibetanos en los que, a modo de miniaturas, se dibujan escenas, en este caso estaba dibujada la vida de Buda. Son unos trabajos de filigrana, obras de arte, algo alucinante, de una variedad y colorido ilimitado.
A la mañana siguiente me levanté temprano para visitar Old Manali, en lo alto de la ciudad, me cogí un rickshaw y bajé todo el camino andando, haciendo una parada en un agradable café, al ritmo hipnotizante del Oh Mani Padme Um, que no paraba de sonar. Me encontré con una vida totalmente rural, nada que ver con lo que se cocía en la parte baja, la gente me miraba extrañada, más todavía cuando me colaba en los jardines de las casas, decoradas en madera y coloreadas en sus paredes, lo más auténtico que se puede encontrar en Manali.
Y esa noche la furgo quedó lista para probarse sobre las diez de la noche, el dueño del taller y yo nos fuimos a probarla y bueno, no nos podíamos quejar del trabajo que habían hecho, aunque ya me previno que no podía asegurarme lo que iba a durar el cuero del embrague ya que las otras piezas de las que está compuesto el disco estaban desgastadas.
La reparación costó algo más barata que la de Pakistán, intentaron averiguar el tema del ABS, pero es un sistema que en India no está muy implantado, salvo en los coches de importación.
Pero por fin nos íbamos, camino de Chandigarh, una ciudad de apenas 70 años diseñada por el arquitecto francés Le Corbusier, nada que ver con el resto de las ciudades indias que habíamos visitado, con calles ordenadas y estructuradas, el camino desde Manali fue descendiendo gradualmente, al igual que la temperatura ascendía también gradualmente. En el camino tendríamos nuestra primera visión de un elefante, coloreado de arriba a abajo, luciendo tipito junto a la carretera. En Chandigarh sólo paramos para dormir en un hotel de una zona comercial, bastante caro por cierto y mucho menos atractivo que nuestro Pine Wood de Manali. Disfrutamos de los últimos días con la compañía de Laura, a la que le quedaba el apetitoso postre del Taj Mahal, la mayor obra construida por amor.
Aunque no sería sencillo llegar hasta allí, tendríamos que cruzar la caótica Delhi, con comitivas fúnebres incluidas, atravesando la carretera, …India.
La comida en India
La comida en India puede resultar una delicia o un infierno, para aquellos a los que les guste el picante India es su sitio. Se puede pedir la comida sin picante (masala), otra cosa es que te hagan caso. El plato por excelencia es el Dhal, que no son otra cosa que lentejas, eso si, ni punto de comparación a como se cocinan en España, suele ir a compañado de arroz.