Perdidos en Dieng Plateau y Cirebon
15 de mayo de 2007
Borobudur distará unos 100 kilómetros de Dieng Plateau, pero eso en Indonesia es un dato incierto, ¿cuánto tardaríamos en llegar?, ¿cuántos medios de transporte serían necesarios para tal hazaña?, ese día no fue tan duro aunque llegamos muy cansados tras el madrugón, comenzamos nuestro viaje a las 9 de la mañana y sobre las dos ya estábamos allí. Primero fue un autobús hasta Maelang, de allí otro autobús hasta Wonosobo, desde allí…, no, fueron cuatro, desde allí un bemo hasta otra estación, y por fin un autobús hasta Dieng pueblo. El último tramo fue el mejor, ascendíamos una carretera sinuosa pasando por aldeas rodeadas de huertas, el valle se abría ante nuestros ojos para mostrarnos los no tan lejanos conos volcánicos, fuente de la riqueza de estas tierras.
Desembarcamos en uno de los pueblos más polvorientos e inhóspitos que habíamos visto en el país, no se intuía el menor atractivo en la zona, sin embargo nuestra guía y los carteles en las agencias de viajes de las ciudades turísticas mostraban lagos, cráteres en acción y paisajes volcánicos de ensueño. Visitamos todos los alojamientos del lugar, a cada cual peor, no había mucho donde elegir, comenzaba a ensombrecerse el plan de pasar tres noches en esa planicie a 2.000 metros.
Rafa dudó si echarse la siesta o no, finalmente optó por lo segundo, la cama no invitaba nada a quedarse, en su lugar decidimos comenzar a inspeccionar el lugar, si nos organizábamos bien entre esa tarde y la mañana siguiente lo veríamos todo y podríamos huir del lugar. El paseo nos vino bien, aparecieron ante nosotros los atractivos de esa región rural de Indonesia, las huertas se extendían en todas las direcciones, ni atisbo de campos de arroz, patatas, judías, todo tipo de hortalizas, sólo afeadas por algunos plásticos (suponemos que utilizados para proteger algún cultivo o para hacer efecto invernadero). Caminamos por la carretera, cruzándonos con gentes que iban y venían con sus sacos en la espalda, íbamos en busca de uno de los cráteres, que parecía estar más lejos de lo que indicaban nuestros esquemas, de hecho cuando nos desviamos por otra carretera dudamos entre continuar o darnos la vuelta, la bajada era considerable y luego nos tocaría subirla ¡vaya dos vagos! Pero continuamos y continuamos, y llegamos a nuestro destino, no se veía el cráter, era como un lago del que emergían burbujas y vapores sulfurosos.
Nos quedamos allí unos minutos con la compañía de una familia que regresaba de sus labores en los cercanos campos, y así pudimos ver cómo otros trabajadores daban por terminada la dura jornada de trabajo; Rafa los fotografiaba tranquilo, pero uno, un hombre mayor, primero puso cara de pocos amigos y luego nos pidió dinero por haberle sacado una foto, yo me enfadé y acabamos los dos discutiendo, cada uno en su idioma. Ya atardecía, nos quedaba una buena paliza, en eso estábamos pensando cuando paró un motorista y se ofreció a llevarnos; muchos hombres y chavales trabajan de ojek en Indonesia, tienen su moto y se ofrecen a llevar a gente a cambio de un dinero, taxistas pero en moto, negociamos un precio de 8.000 rupias (unas cien pesetas) y en menos de diez minutos estábamos de vuelta en Dieng, como siempre a la hora de pagar redondeamos a 10.000, solemos hacerlo así, intentamos negociar un precio local, que es lo justo, y luego les damos una propinilla, así queda claro que se lo damos porque queremos no porque nos ha tomado el pelo.
El hostal era tan poco acogedor que decidimos apurar todo el tiempo en la cena, había otros dos extranjeros por allí, una mujer holandesa muy simpática y un francés pedante y sabelotodo de los que trabajan en ONGs haciendo informes, papeles y documentos. Se molestó un poco cuando comentamos que habíamos conocido a muchos ongistas en Pakistán que estaban allí para ayudar tras el terremoto de Cachemira, y que de todos ellos sólo uno o dos decían haber trabajado realmente y te explicaban en qué, los demás sólo hacían documentos y se paseaban en jeep de un campamento a otro, éste era uno de ellos. Intentó darnos unas lecciones sobre qué hacer y no hacer en Pakistán, Vietnam y otros países donde había estado en los últimos meses, la lección de humildad él aún no la había recibido; en general viajando conoces a gente interesante pero a veces te encuentras con cada petardo, muchos de ellos franceses…
Al final sucumbimos a la típica actividad de la zona, ¿por qué habrá tantos lugares en el mundo que se han de ver al amanecer?, ¿es que no puede uno verlos en cualquier otro momento?, para no meternos tanto madrugón tuvimos la brillante idea de alquilar unas bicis, digo brillante con ironía, las pobres funcionaban tan mal que acabamos llevándolas nosotros a ellas y no al revés, total, que el amanecer nos pilló comenzando la ascensión al mirador. A pesar del retraso creo que llegamos en el momento perfecto, las vistas eran muy bonitas, con varios volcanes, uno de ellos muy cercano coronado con una nube a modo de gorro.
Pocos minutos después de llegar al mirador comenzó a llover, y prácticamente no paró en toda la mañana. Regresamos con las bicicletas a cuestas, a tramos andando a tramos pedaleando y caladitos hasta los pies.
Un kilómetro antes de llegar al pueblo pretendimos visitar uno de los lagos volcánicos de la zona, para verlo había que pagar una pequeña entrada en una taquilla, en el lado opuesto de la carretera había un parking con unos chiringuitos donde decidimos tomar un té caliente antes de entrar, y a ver si así dejaba de llover, no nos apetecía nada andar hasta el lago con este tiempo. Mientras disfrutábamos del humeante té vimos a un hombre acercarse a la taquilla, de lejos el hombre parecía español, ¡ni de coña, un español aquí perdido como nosotros! Y así fue como conocimos a Antonio de la Madrid, un profesor madrileño jubilado amante de los viajes y la aventura, compartimos otro té y una larga charla, ¡como echamos de menos esas conversaciones en nuestra lengua! Fue sin duda lo mejor de la visita, de hecho ni siquiera fuimos a ver el lago, nos quedamos allí conversando con Antonio, el hombre llevaba ya unos meses de viaje y no sabía cuándo iba a estar, en breve se dirigiría hacia la India y, si no recuerdo mal, más tarde continuaría hacia África. Es autor de varios libros, algunos de poesía, y también es amante de la fotografía, podéis ver sus relatos e instantáneas en primaveraenelpacifico
Nos fuimos del lugar tranquilamente, se nos habían quitado las ganas de ver nada más allí, el tiempo no acompañaba lo más mínimo, hacía frío y llovía sin cesar, definitivamente Dieng no era nuestro lugar. Hicimos las mochilas y compartimos un buen desayuno con la mujer holandesa, Rafa y ella pidieron pancake de banana, aquello no era un pancake era un auténtico bizcocho gigante, ¿cómo os vais a comer eso?, Rafa se dejó la mitad y la mujer otro tanto. Menos mal que nos alimentamos bien antes de salir, no sabíamos el infierno que nos esperaba de nuevo. Si se mira en un mapa Dieng está a menos de 100 kilómetros de la costa, en esta ocasión necesitamos tres autobuses y una camioneta cochambrosa para llegar a Cirebon, en total unas doce horas más o menos, con interminables paradas en algunos pueblos, al final, aunque más incómodo, el tramo en la camioneta fue el más rápido, sin embargo el agua se colaba por la lona y me fui calando durante el trayecto.
En Cirebon las cosas no nos fueron mejor que en Dieng, por allí no pasan muchos viajeros, los hoteles son bastante malos o caros, tuvimos que pagar 120.000 rupias, el precio más caro del viaje. Ahora que teníamos más días de lo previsto si nos gustaba el lugar podríamos quedarnos unos días allí, imposible, esta ciudad es horrible, caótica y poluta. ¿Qué hacemos aquí?, vinimos en busca de los coloridos finisi, unos barcos de madera fabricados en Kalimantan (la provincia indonesia de la isla de Borneo), pero ¿dónde están los barcos?
Tres veces intentamos ver los dichosos barcos que tan bonitos aparecen en nuestra guía, ni un sólo conductor de beçak supo llevarnos al lugar correcto, todos mentían diciendo saber donde iban, pero nos hicieron perder horas y horas llevándonos de un puerto a otro, se nos quedó cara de tontos cuando nos fuimos con las manos vacías de allí, no nos lo podíamos creer, «tanto interés por ver esos barcos y nos vamos a ir de Java sin verlos».
Al menos lo que sí vimos fue el palacio real, sin un interés arquitectónico muy especial, pero la visita guiada fue muy interesante e instructiva, eso sí nosotros pensamos que el guía estaba incluido en la entrada pero no era así, y quiso, como no, sacarnos algo más de la cuenta, el cartel donde se indicaba el precio de las entradas estaba en inglés e indonesio pero lo del guía debía estar sólo en su idioma. El palacio es parecido a los que ya habíamos visto en Solo y Yogjakarta, aunque éste tenía algunos elementos de la etapa hinduista.
Aún nos quedaban seis días para tomar el avión de regreso y no sabíamos muy bien qué hacer, cogeríamos un tren a Jakarta y allí veríamos, las visitas de Dieng y Cirebon nos habían dejado un poco fríos, ¿nos ocurriría igual con la capital?
Dieng Plateau
Dieng Plateau es una de las regiones más fértiles de la isla de Java, se encuentra en el centro de la isla a 2.000 metros de altitud, aquí se cultivan todo tipo de hortalizas y verduras que en climas más cálidos son difíciles de obtener.