Amman y las ruinas de Umm Qays
24 de noviembre de 2005
La noche que regresamos de Jerusalén decidimos dormir en el mismo aparcamiento donde dormimos la primera noche en el Mar Muerto. Esta vez no había tantas moscas, ya no hacía el mismo calor. Previamente paramos en un pueblo cercano a la frontera para hacer unas compras, teníamos la nevera vacía. Aquella noche, como la primera vez, se acercó un coche de la policía, intercambiamos algunas frases y se fueron.
Por la mañana tocó la pesadilla, desde la cama oíamos lo que parecían ser cientos de niños gritando alrededor del vehículo, ya era hora de levantarse, pero aquello era peor que un despertador. En realidad sólo eran dos autobuses de un colegio de Amman, estaban de excursión por la zona. Los maestros y/o cuidadores se acercaron a hablar con nosotros, todos muy curiosos.
Nos fuimos hacia Amman, no pensábamos dedicarle más de un día, nos apetecía darnos un paseo por los bazares y comer en algún restaurante del centro para ver el ambiente. Aparcamos el coche en una de las colinas cercanas al centro y descendimos una calle hasta una zona de hoteles y tiendas, parecía una arteria principal. Hacía tiempo que necesitábamos comprar un cinturón (los vaqueros que me compré el invierno pasado se me caen y siempre le estoy mangando el cinturón a Rafa), así que nos paramos en un puesto a mirar, estaban a mitad de precio que en Jerusalén. También me compré un gorro de lana forrado por dentro; ahora, en Turquía, lo llevo puesto todo el día.
Y así desembocamos frente a una enorme mezquita. Fue entonces cuando se nos presentó un hombre, de nuevo de origen palestino, como en Aqaba; yo estaba un poco mosqueada porque los tres se me parecían mucho, parecían hermanos o primos. Éste era un poco pesado y se empeñó en llevarnos a todas partes, pero no como guía. Y estuvimos con él al menos una hora y media caminando por los bazares, Rafa conversaba con él mientras yo curioseaba todas las tiendas (los bazares de Oriente Medio son un mundo aparte, puedes encontrar de todo). Nos quería llevar a comer a un restaurante, según él más limpio que los del centro, y más caro; no estábamos convencidos y veíamos restaurantes por todas partes llenos de gente del lugar. Amablemente le dijimos que preferíamos uno un poco más auténtico.
Escogimos uno que estaba lleno de gente, y nos acomodaron en la segunda planta, con el techo a metro y medio del suelo. La comida se pedía directamente al cocinero después de verla expuesta, esta vez tocó pollo asado, crema de judías (como el hummus) y chuletillas de cordero, al módico precio de 3,80 JD. Cuando estábamos terminando de comer entró un grupo de españoles, eran unos ocho o diez, muy simpáticos, ojearon qué habíamos comido y se sentaron con cuidado de no golpearse la cabeza con el techo. Ya de regreso hacia la furgoneta nos tomamos un té en una terracita, una mala idea, se estaba levantando un aire frío y no se estaba muy a gusto allí fuera; nos lo bebimos rápido.
Se nos echó la noche encima en la carretera. No nos apetecía pensar mucho donde dormir y como nos dirigíamos hacia el norte pensamos que sería buena idea dormir en Jerasa, en el mismo sitio donde dormimos la primera noche en Jordania. Así lo hicimos, de nuevo la policía turística nos tomó los datos al poco de llegar.
La última visita en Jordania sería Umm Qays, la antigua ciudad romana de Gadara, una de las ciudades de la decápolis. Se encuentra en un lugar estratégico, sobre una colina que tiene vistas sobre el mar de Galilea (lago Tiberiades) y los Altos del Golán. Un lugar al que se acercan muchas familias palestinas para ver su tierra, a la que no pueden acceder hoy en día. Llegamos pronto a la ciudad y fuimos directos al aparcamiento. Tras tomarnos dos horribles tés de sobre en la entrada preguntamos a un par de hombres si aquel era un buen sitio para dormir, visitaríamos el lugar al día siguiente. Nos respondieron que lo mejor era que entrásemos a la ciudad y durmiéramos junto a la oficina de la policía. En ese momento llegó un todoterreno saudí o kuwaití escoltado por militares, parecía gente importante. También había un representante de la policía que nos invitó a ir con él dentro de las instalaciones.
Nos acomodamos en lo que debió ser un patio otomano en otros tiempos, detrás de las dependencias de la policía. Estábamos dentro de Gadara y no habíamos pagado entrada, que manera más sutil de colarse. Allí pasamos el día: comimos, Rafa se echó una siesta y por la tarde nos dimos un paseo por el lugar. Al atardecer estaba muy concurrido, sobre todo se veían familias jordanas o palestinas, algunas se sentaban en unas piedras a ver ponerse el sol en el lago Tiberiades, no sé qué se les pasaría por la cabeza. Hacía tiempo que no nos tocaba una noche de mosquitos, ésta lo fue, pero milagrosamente no nos picaron mucho, y eso que debimos matar ocho o diez antes de acostarnos.
Por la mañana visitamos el lugar, su enorme paseo columnado, el teatro, el ninfeo, las casas otomanas, etc. La mañana era espléndida y la terraza tenía vistas al lago, disfrutamos de un té mientras nos despedíamos de Jordania, ya no nos quedaba nada por hacer, esa noche nos acercaríamos a la frontera. Antes de irnos le echamos un ojo al museo. De camino paramos en Irbid, hicimos unas compras y chequeamos el correo en un ultramoderno cybercafé regentado por un chico muy amable. No nos detuvimos mucho tiempo, preferíamos llegar de día a la frontera con Siria.
En la frontera nos esperaban los trámites de siempre, pero estábamos cansados y decidimos hacerlos al día siguiente. Nuestra última noche en el país la pasamos en la misma frontera, junto al control de pasaportes. Por la mañana pasamos los trámites, pagamos las tasas de salida jordanas: 5JD por persona y nos pusieron el sello. En las dependencias sirias de nuevo nos tocó desembolsar una pasta, pero esta vez sólo fueron 178$: 100$ por ser diesel, 36$ del seguro y 42$ por mercancías.
Nos ahorramos los intermediarios pero aún así pagamos un montón de dinero, pudimos comprobar que no nos habían timado mucho la otra vez.
Ruinas de Umm Qays
Fue fundada en el siglo III a.C. por los ptolomeos, como un centro importante en las rutas que unían Siria y Palestina. Se caracterizó por su ambiente cosmopolita e intelectual; por ella pasaron artistas, filósofos, poetas y escritores. Durante la época romana fue centro de vacaciones por hallarse muy cerca de las aguas termales de Hammat Gader.
Pompeyo, Herodes y muchos más gobernaron la ciudad, que no alcanzó su máximo esplendor hasta el siglo II d.C.. Fue entonces cuando se construyeron la mayor parte de los edificios: templos, calles columnadas, baños, teatros, etc. En el siglo IV d.C. la comunidad cristiana ya era importante, y sus obispos participaban en los concilios ecuménicos de Nicea, Efeso y Calcedonia. En el siglo VI d.C. comenzó el declive.
Amman
La capital jordana era una pequeña villa hasta 1948, contaba con unos 6.000 habitantes que bien hubiesen cabido en el anfiteatro romano. Pero su historia se remonta varios milenios. Ya en la Biblia se la nombra como capital Amonita, y luego sería una de las ciudades de la decápolis grecorromana, bajo el nombre de Philadelphia.
Con las guerras árabe-israelí de 1948 y 1967 muchos palestinos se refugiaron en Amman. A ellos hay que añadir refugiados irakíes y kuwaitíes de la guerra del golfo de 1991, e inmigrantes del sudeste asiático. De 6.000 se ha pasado a más de un millón de habitantes en cincuenta años.