Katmandú, Durbar Square
Septiembre de 2006
El día que llegamos a Katmandú estábamos tan destrozados moralmente por la nueva avería de la furgoneta que no tuvimos fuerzas ni para movernos por la ciudad. Fue el segundo día cuando nos pusimos en marcha hacia Durbar Square, y de nuevo tuvo que esperar porque al llegar un policía nos dijo que debíamos pagar una entrada de 200 rupias, pero que con una fotografía carné nos harían un pase por la duración del visado, decidimos así regresar al día siguiente con la foto.
Yo desconocía por completo lo que me iba a encontrar, nunca había visto imágenes de la ciudad y lo que había visto en Pokhara poco, o más bien nada, tenía que ver con lo que esconde la capital del país en sus calles. Penetramos en la plaza por la calle que llega de Chettrapatti, por el noroeste. Ya pagando la entrada comencé a ver los tejados de los templos en forma de pagodas, se multiplicaban uno detrás de otros, recuerdo que me pareció lo más bonito que había visto nunca, aunque claro, esto me ha ocurrido muchas veces en el transcurso del viaje, Capadocia, Wadi Rum, Isfahán, Rakaposhi, me vienen a la mente numerosos lugares ya escondidos en el baúl de los recuerdos.
La plaza es perfecta, no parece haber ningún orden en la construcción de los templos, más bien todo lo contrario, parece que cada rey a su antojo hizo levantar cada edificio, sin respetar unas dimensiones o distancias entre ellos, pero seguro que todo estaba bien planeado, y algún sabio consultó las estrellas antes de decidir el lugar y la forma de cada rincón.
Ésta fue la primera vez que caminaba por sus calles, pero no la última, hoy mismo, un par de horas antes de escribir esta crónica, mis pies me han llevado de nuevo allí, los puestos callejeros que se extienden al inicio de Freak Street parecían los mismos, pero los turistas inundaban cada baldosa, nada que ver con la paz y la tranquilidad de principios del mes de septiembre, hoy es 12 de octubre y la temporada alta se hace notar en las calles de la ciudad, ¡y en sus precios!
Ese primer día la plaza bullía de actividad, pero eran los nepalíes los protagonistas, esperaban y preparaban ansiosos su festival más importante, el Indra Jatra, la diosa viviente Kumari, una niña de 11 ó 12 años se preparaba para salir en su carroza el día 6 de septiembre y conmemorar así el final del monzón y la llegada del buen tiempo. Intentamos ver a la diosa pero no se nos permite el acceso a sus aposentos, hemos de conformarnos con un vistazo al templo y a sus inigualables tallas de madera, tendremos que esperar al miércoles para ver a la diosa en su carruaje. Al salir del templo unas mujeres intentan vendernos postales con la foto de la diosa, insisten, son entrañables, compro un par de postales, no son más que diez rupias y de esta forma ellas podrán comprar unos huevos para la cena.
Seguimos caminando, nos abordan los sadhus, primero uno con unas rastas enormes y la barba y el bigote blanco, quiere que le hagamos una foto, y así él también se saca cinco rupias, es muy gracioso, nos convence de inmediato, sin darnos cuenta se une otro amigo, ya son dos, serán diez rupias. Les volvemos a ver, siempre siguen la misma táctica, los pocos turistas que se dejan caer por la plaza caen como moscas en sus redes, ¿quién no quiere llevarse una foto como esa de vuelta a su país?
Por hoy es suficiente, salimos de la plaza por el acceso nordeste, dejando a la derecha el palacio real y evitando como podemos a las decenas de niños y mujeres que tratan de vendernos monederos y bolsos, no podemos decir que sí a todo. Antes de salir de la plaza nos llaman la atención unas marionetas, las hay de barro y de madera, con dos máscaras o cuatro, todas representando a sus dioses, preguntamos, regateamos y nos llevamos una, por un lado es Ganesh y por el otro Bhairab o Shiva, ¿la regalaremos o nos la quedaremos?, quién sabe.
Anonadados por lo que hemos visto salimos de la plaza, nos perdemos de vuelta al hotel, las calles forman un intrincado laberinto donde puestos de verdura y fruta fresca se mezclan con tiendas de recuerdos. Caminamos pensando en regresar al día siguiente.
La siguiente visita la realizamos por la mañana, todo está más tranquilo, somos cebo de los puestos callejeros, pero no compramos nada, aún no sabemos si queremos algo, es mejor tenerlo claro si no acabas comprándolo todo. Mientras las mujeres nos llaman observamos a unos niños, vuelan las cometas o tiran las peonzas, pensamos con dudas si en nuestro país los niños aún juegan a las peonzas y vuelan las cometas, no estamos muy seguros.
Subimos a uno de los templos, nos sentamos allí arriba, en lo más alto, entre hombres y mujeres nepalíes, un hombre duerme la siesta. Nos quedamos un buen rato viendo como pasa la gente, como los turistas son asediados por rickshaws y vendedores, la plaza está llena de vida, es el corazón de Katmandú, sin ella la ciudad no sería la misma.
Cada ciudad del valle tiene una Durbar Square, que significa «Plaza del Palacio» ya que es la plaza que se ubica junto al Palacio Real. En el caso de Katmandú el Palacio Real no es habitado por el rey, que ahora posee un terreno mucho mayor junto al turístico barrio de Thamel, pero en otros tiempos este palacio fue habitado por los reyes, que se asomaban a la plaza para vigilar que su pueblo no olvidara dar gracias a sus bondadosos dioses.
Regresamos de nuevo una tarde, esta vez nos acompaña Nico con su cámara profesional, es 6 de septiembre, llegamos con retraso al inicio del Indra Jatra, las gentes de Katmandú de seguro llevan allí horas, asegurándose un buen sitio para ver al rey y a la diosa Kumari. De nuevo Durbar Square es otra, nada que ver con las visitas anteriores, seguramente es el momento más importante del año para la plaza y sus gentes. Pasamos allí un par de horas, los chicos toman fotografías mientras yo observo las ceremonias, tengo a los reyes a unos metros, les veo perfectamente, la gente se agolpa y les vitorea. Pienso para mis adentros, prefiero la plaza por la mañana, al despertar, cuando aún no hay turistas en sus inmediaciones y los niños corren antes de ir a la escuela. Se acaba la ceremonia, desciendo del templo y me encuentro con el sadhu de las largas rastas, es genial, le hacemos otra foto, esta vez sin pagarle nada, ya encontrará a quien cobrárselo en el gentío. Abrumados por la muchedumbre salimos de allí, lo tengo claro, prefiero la plaza por la mañana, las aglomeraciones no son lo mío, me aturden.
Regresaríamos unas cuantas veces más esas dos semanas que pasamos en Katmandú y nunca nos cansamos de ver los templos en forma de pagoda, las estatuas de leones y sobre todo a las gentes que se alimentan de la vida en la plaza, esos días engalanada por los festejos.
Esta mañana cuando la atravesamos ni nos dimos cuenta, pero todo seguía igual, nadie nos ha pedido el pase que con tanto mimo guardamos en la riñonera listo para ser mostrado al guardia de rigor, nunca nos lo han vuelto a pedir, ¿quizás por el festival? Hoy no había niños volando las cometas, pero sí turistas y más turistas dejándose ‘timar’ por los vendedores ambulantes, hemos visto a una mujer con un pequeño fajo de billetes, contando el dinero mientras la rodeaban cuatro o cinco nepalíes, posiblemente eran las vueltas de alguna compra, posiblemente ha pagado el doble del valor del objeto, pero posiblemente se vaya contenta a casa con su nuevo juguete, una réplica en miniatura de un molino de oración budista. Llaman nuestra atención los vendedores de los puestos, sin embargo no insisten tanto como la primera mañana que estuvimos, están tranquilos, saben que éste es su mes y que aún les queda mucho por vender ese día, notamos que se han apaciguado las ansias que les llevaban a nosotros las primeras veces con su clásica frase ‘today no business’, y que nos entristecía entonces. Tampoco nos acosan los niños con los bolsos de colores ni las mujeres con su bisutería, se respira otro ambiente, se respira el dinero de occidente, todos los vuelos están reservados para octubre y noviembre, habrá llenazo en la mayoría de los hoteles, casi han duplicado los precios, los restaurante harán su «agosto» y, como no, los vendedores de artesanía de Durbar Square, que, si todo va bien, no se habrán de preocupar de nada hasta la primavera siguiente.
Durbar Square
Durbar Square no es una plaza sino varias, con una acumulación de templos, pagodas, palacios y estatuas que la han hecho merecedora del título de Patrimonio de la Humanidad.