Nadando con elefantes en Chitwan
20 de octubre de 2006
Muchos son los lugares y las personas en Nepal que anuncian Nagarkot como el mirador del Everest, pero, tal y como nos imaginábamos, está lejos de la realidad, si se puede ver desde allí es con un catalejo potente en un día muy claro, y siempre será un pequeño punto en el horizonte. Definitivamente el que quiera ver el techo del mundo tiene que sumergirse en un trekking de 7 a 21 días, el más corto incluiría un vuelo ida y vuelta Katmandú-Lukla con un trekking de siete días y el más largo comenzaría con un viaje en autobús hasta Juri y un trekking de tres semanas ida y vuelta, entre ambas posibilidades hay opciones intermedias.
Partimos de la capital temprano, según lo previsto, Riki y Bego fueron muy puntuales, una vez les recogimos fuimos siguiendo las indicaciones del mapa de la guía para salir de la ciudad en dirección a Bakhtapur, que se encuentra a medio camino hacia Nagarkot. Aunque no eran más de las ocho el tráfico ya era intenso a las afueras y nos costó un poco salir, en realidad parecía que nunca lo haríamos, barrios y arrabales se extienden los primeros diez kilómetros y seis después ya aparece Bakhtapur. Ese primer tramo pertenece a la carretera que une Nepal con Tíbet, el segundo es una carretera zigzagueante que recorre otros dieciocho kilómetros hasta el pueblo de Nagarkot, situado a unos 2.000 metros de altitud. Es un trayecto muy agradable y muy lento, así que da tiempo de sobra a disfrutar del paisaje, en esta época plagado de gentes recogiendo el grano.
Cuando llegamos a Nagarkot continuamos la carretera hasta donde acababa, pensando que encontraríamos un hostal por el camino, nada, tan sólo un hotel de lujo, pero como ya era tarde paramos en el mirador del Everest a comer. Nos sirvieron la comida con cuentagotas, era un chiringuito local y el cocinero iba cocinando un plato tras otro. Saciado el apetito regresamos al pueblo sin olvidar antes confirmar que las seis de la mañana es la mejor hora para ver las vistas, nos esperaba otro madrugón al día siguiente. Algo menos de un kilómetro pueblo adentro encontramos un hotel que, regateando, nos dejó una habitación por 300 rupias y que tenía una plaza de aparcamiento para nosotros. El restaurante del hotel estaba en lo alto de la colina desde donde disfrutamos tostándonos al sol y bebiendo cafés.
La primera mañana fuimos al mirador a las seis. Cierto es que se ven montañas, pero bien lejos, y si alguien dice que desde allí ha visto el Everest es casi seguro que miente, ni con el esquema que venden los niños que por allí pululan se pueden distinguir los picos. Aún así Nagarkot es un lugar muy tranquilo y agradable, perfecto para escapar del ruido y ajetreo de Katmandú.
De regreso a la capital, donde debíamos recuperar nuestros visados y hacer las últimas compras, intentamos visitar la famosa Bakhtapur, otra de las antiguas capitales del valle, según algunos la más bella. Así debe ser porque la entrada cuesta diez dólares, como no queríamos pagar tal salvajada y nos habían comentado que parecía sencillo colarse por alguna calle aledaña intentamos esto último. No sé si fueron tres o cuatro los intentos, pero a cada cual apareció de debajo de una piedra un tío con los tickets, en el último incluso nos dijeron que si estábamos tratando de colarnos que estaba prohibido. Lo dimos por imposible y, como el calor apretaba y teníamos hambre, decidimos conducir a la capital y dejar la visita para el siguiente viaje a Nepal.
Acabados los últimos trámites y preparativos antes del regreso a India nos despedimos de la gran ciudad comiendo un chuletón en la Everest Steak House, siempre llena de españoles. Bego y Riki seguían con nosotros, les habíamos propuesto que vinieran hasta Terai, desde Chitwán podrían coger un autobús a la frontera. Para esta ocasión se me ocurrió la brillante idea de recorrer la carretera que va a Hetauda, en vez de recorrer la clásica carretera que ya nos sabíamos de memoria. No fue muy buena idea, lo que al principio se nos antojó divertido, con tantas eses y pueblos bonitos, acabó siendo un infierno, el estado del firme dejaba mucho que desear y avanzábamos muy despacio, demasiado, puede que tardásemos cinco o seis horas en llegar al Terai. Una vez allí los navarrikos cambiaron de planes, Riki no tenía muchas ganas de regresar a India y a Bego le había gustado mucho la experiencia en la selva, se vendrían con nosotros a Chitwán y de allí iríamos todos juntos a Varanasi, los cuatro seguíamos alejando la despedida.
En Chitwán nos alojamos en el mismo lugar donde lo habían hecho ellos la primera vez, y como hiciésemos en Nagarkot ellos cogieron una habitación doble y nosotros dormíamos en el aparcamiento. Esa tarde nos relajamos en las tumbonas frente al río que separa la zona de hoteles de la selva protegida. Una buena cena ayudó a recuperarnos del agotador día de coche y más tarde, para no perder la costumbre adquirida en Nagarkot, nos vimos una película, una de las cientos que nos grabó Ana en la última tanda, si no recuerdo mal Bego se quedó dormida continuando con la tradición de no acabar ninguna película por las noches, me recuerda a mi madre…
Acordamos con el manager del hotel que haríamos un safari en elefante el primer día por la tarde (700 rupias por persona) y un paseo de medio día a pie por la selva el segundo día (300 rupias por persona). Así, la primera mañana estábamos libres, tras desayunar nos fuimos hasta otro chiringuito donde Bego y Riki en su primera visita vieron cocodrilos, esta vez no tuvimos suerte, según nos comentaron los camareros los animales habían cambiado las costumbres con la llegada de tanto turista, cientos pasaban cada día junto al lugar donde antes los animales tomaban el sol cada mañana.
Un poco decepcionados regresamos al hotel, reposamos un rato y a las once nos fuimos al río esperando el gran momento del día, el baño con elefantes. Como no llegaban y el calor apretaba nos dimos un baño en el río, los cocodrilos no campan por allí así que era muy seguro bañarse, tampoco las sanguijuelas se encuentran en sus aguas, sólo las ranas junto a la orilla. Impaciente cogí la cámara y me fuí a hacer fotos a unos grupos de turistas que se bañaban con sus elefantes. Cuando ya me cansé de hacer decenas de fotos a los paquidermos me di cuenta de que Bego ya estaba subiéndose a nuestra elefanta, corrí hasta allí y le saqué unas cuantas fotos a ella también, luego fue Riki el que se encargó de hacernos un book mientras Rafa y yo disfrutábamos con el enorme animal.
Nunca antes he tocado una piel tan dura, y los pelos son como escarpias, algunos muy gruesos y tan duros que parece que pudieran servir de clavos. No sé cuanto tiempo pasé agarrada a sus orejas intentando no caerme, en una de las ocasiones Rafa se subió por la trompa y se unió a mi a lomos de la bestia, no duramos mucho, en cuanto el amo la mandó inclinarse un par de veces caímos los dos al agua entre carcajadas.
A pesar de que la elefanta era joven e inexperta nosotros dos disfrutamos mucho con el baño y si regresamos por tierra a Europa siguiendo la misma ruta es seguro que repetiremos la visita a Chitwán para bañarnos cada día con este simpático animal.
El baño se alargó un buen rato y cuando quisimos comer era tarde, a Rafa casi no le daría tiempo para echarse la siesta. Así fue, no llevaba ni media hora durmiendo cuando me tocó ir a despertarle, el elefante que nos llevaría de safari ya estaba allí y la otra pareja con la que compartiríamos el paseo ya estaba lista. Iniciamos nuestro paseo desde el mismo hotel, una pequeña pasarela permite subir al elefante desde la plataforma donde está el restaurante. Rafa estaba un poco gruñón, no le había dado tiempo a tomarse un café, pero se le acabó pasando cuando comenzamos a ver cabañas y gentes locales atareadas en sus labores.
Dicen que ver o no animales en un safari es cuestión de suerte, y así debe ser, sabíamos que los navarrikos en su segundo safari habían visto tres rinocerontes, esperábamos disfrutar igual que ellos. No nos gustó nada el comienzo, tras enseñar los tickets (500 rupias por persona y día) todos los ‘conductores’ se esperan unos a otros, así que cuando comenzamos a andar íbamos en comitiva, y así seguimos un buen rato, chocándonos con las ramas de los tupidos árboles y oyendo a niños y no tan niños berrear sin parar. Se supone que la táctica es siempre así, con el objeto de que si alguien avista un rinoceronte todos los elefantes pueden acercarse y verlo; así fue, al cabo de media hora alguien gritó y al poco nos vimos frente a un rinoceronte, estaba bebiendo entre varios árboles por lo que no podíamos ver más que su trasero, enorme por cierto. A los pocos minutos se movió lentamente y entre las ramas pudimos distinguir su cuerpo de dinosaurio y su extraña faz, pero no pudimos verlo con detalle ni disfrutar mucho tiempo, la selva era muy espesa en el lugar y otros elefantes barruntaban por coger nuestro sitio para mostrar a sus clientes el rinoceronte.
El paseo continuó ya más tranquilo, sólo dos elefantes siguieron juntos, pero no tuvimos suerte, no hubo más rinocerontes, por decir la verdad casi no hubo nada más, porque al ciervo lo vimos cinco segundos y al cocodrilo sólo sentimos la estela en el agua, a la distancia que estábamos casi no le distinguíamos ni los ojos saltones. Lo que sí vimos fue pájaros, insectos y los distintos parajes que esconde la selva, bosque, ríos, espacios abiertos y ese sonido que esconde como una canción. En un primer momento nos quejamos un poco y nos sentimos un poco decepcionados, pero hay que ser justos y al fin y al cabo vimos un rinoceronte, que no siempre se ven, quizás la próxima vez haya más suerte.
Chitwan
Chitwán es el Parque Nacional más visitado de Nepal, se encuentra en la meseta del Terai, en una región fronteriza con India. Es fácil acceder desde Pokhara o desde Katmandú y todas las agencias incluyen la visita en sus ofertas.