Patán o Lalitpur, la ciudad bella
5 de septiembre de 2006
El Valle de Katmandú es rico en cultura, las distintas capitales que ha tenido el país siempre se han asentado en alguno de sus rincones, a mitad de camino entre las altas montañas del Himalaya y la vasta llanura tropical del Terai. Patán, una de esas capitales, se encuentra a menos de cinco kilómetros de Katmandú, en realidad son parte de una misma ciudad, sólo separadas por las aguas del río Bagmati. Pero en Patán se respira otro ambiente, menos urbano, más relajado, a pesar de la incursión de los vehículos en el centro de la misma.
Se puede llegar hasta allí caminando, hay que contar con más de una hora desde la plaza Durbar de Katmandú hasta la homónima de Patán, también circulan autobuses cuya tarifa es de nueve rupias o taxis que cobran unas ciento cincuenta (pero que pedirán inicialmente el doble, nunca olvidarse de regatear). Nosotros decidimos acercarnos caminando bien temprano, pensando que evitaríamos el tráfico matutino, pero no fue así y el descenso por la avenida Kantipath fue agobiante, los minibuses ya estaban en marcha y expulsaban sus gases contaminantes a una ciudad cuyo aire cada vez es más difícil de respirar.
Nuestros pasos nos llevaron hasta el río donde, supuestamente, cambiamos de ciudad, sólo un gran cartel dando la bienvenida a Lalitpur o ‘Ciudad Bella’ indicaba el cambio. Este otro apelativo hace honor a la gran cantidad de monumentos que adornan la ciudad, reclamo para los turistas que a diario, pero en reducido número, se acercan a contemplarlos.
Nuestro primer hallazgo fue el Golden Temple o Templo Dorado, escondido en una esquina puede resultar un poco difícil de ubicar. Es un templo budista, religión mayoritaria en Lalitpur, y recibe su nombre de las numerosas estatuas y detalles dorados de su interior. No faltaba ninguna de las características de los templos budistas, las ruedas de oración, las banderas al viento, la estatua de buda, pero en nada se parecía a los templos que tiempo atrás visitamos en Ladakh, el budismo se ha ido adaptando a los gustos locales.
Desde el Golden Temple la plaza Durbar no dista más de cien o doscientos metros, a través de callejones repletos de artesanos intentando vender sus obras a los escasos turistas que se dejan caer por allí; obras de madera, bronce, mandalas, prendas de lana de yak, que alcanzan unos precios en algunos casos irrisorios debido a la desesperación que sufren los vendedores estos últimos años.
Si la plaza Durbar de Katmandú es una obra de arte, la de Patán es obra de algún dios, los templos se suceden en armonía intercalando arte newari con sikharas hindús (templos en forma de parasol sin abrir), las tallas de madera son de gran calidad y las estatuas más abundantes que en la gran capital.
Penetramos en la plaza por el norte, la zona más animada, a la derecha dejamos un templo de tres plantas, el Templo de Bhimsen, y a la izquierda un templete, el Mani Mandap, donde antaño fueron coronados algunos reyes y una fuente, la Manga Hiti, formada por unos canalones con cabeza de cocodrilo y una piscina en forma de flor de loto, aún hoy en uso por los locales. A continuación el protagonista es el Palacio Real, que se extiende a lo largo de la cara este de la plaza, allí decidimos hacer una parada, sentados en unos escalones sacamos el tablero de backgamon (el vicio del momento, junto con el sudoku) y nos echamos una partidita bajo las miradas curiosas de los allí presentes. Sin darnos casi cuenta nos vimos rodeados por cincuenta personas, ya no veíamos la plaza, sólo los ojos de nepalís y su tez morena; con una partida sería suficiente, si seguíamos el lugar se convertiría en una manifestación y no deseábamos tal cosa.
Seguimos caminando, rodeando los templos y accediendo a los mismos a través de las escalinatas para así poder contemplar las tallas de madera que adornan los pilares de cada uno de ellos, de nuevo Shiva era el protagonista. Dejé a Rafa tomando fotografías y me puse a leer en una de las guías la descripción de cada edificio, así llegué hasta la descripción de una estatua de un rey, Yoganarendra Malla, se levanta frente al palacio sobre un gran pilar, el rey se halla arrodillado frente a su palacio protegido por la cabeza de una cobra sobre la cual se encuentra un pájaro; la leyenda dice que mientras el ave permanezca en el lugar el rey podrá regresar a su palacio, por esta razón siempre hay una puerta y una ventana abiertas en el mismo y una pipa de agua lista para ser fumada; algunas versiones añaden que cuando el pájaro emprenda el vuelo los elefantes vecinos se darán un paseo hasta la Manga Hati para beber.
Salimos de la plaza por el ala sur y fuimos en busca del Templo de Mahabouddha o Templo de los Mil Budas, está escondido entre edificios por lo que resulta difícil dar con él. Se trata de un templo en forma de shikara, abundantes en India, y es una replica del que existe en el lugar donde Buda se iluminó, en Bodhgaya (India). Cientos de budas de distintos tamaños están esculpidos en sus paredes, que le dan al templo el apelativo por el que se le conoce.
De regreso a la plaza Durbar visitamos otro par de templos, el Templo de Minanath donde destacaban los colores con que habían pintado algunas tallas de madera, y el mucho más bonito Templo de Rato Machhendranath, situado en un espacioso patio y cuyas tallas de madera son de gran calidad.
Antes de regresar a casa nos desviaríamos para ver uno de los pocos templos de cinco plantas que se encuentran en el país, el Templo de Kumbeshwar. Resultó ser el más animado de todos, ya antes de llegar comenzamos a ver el humo, estaban haciendo ofrendas junto al templo, algunas familias se sentaban en el suelo a orar y ofrecían los alimentos a su dios favorito, como hacen todos los hinduistas. Este templo es el más antiguo de Patán, datando del 1392, y su promotor fue uno de los numerosos reyes Mallas, el rey Jayasthiti Malla.
El calor era sofocante, nuestros cuerpos no soportarían una caminata como la de esa mañana, lo mejor sería buscar un autobús que nos devolviera sanos y salvos a Chetrapatti. Pero no fue tan sencillo, sí fue fácil encontrar el autobús, pero tardamos el mismo tiempo que si hubiésemos regresado caminando, de nuevo las huelgas invadían el centro de la ciudad y el tráfico se colapsaba, y para colmo el autobús hacía un largo recorrido que nada tenía que ver con el camino directo al turístico barrio de Thamel. Una hora y media después entrábamos por la puerta del hotel y de nuevo veíamos a nuestra querida compañera abierta en canal, esperando las correas y las barras de dirección que la devolviesen a las carreteras asiáticas que tanto añoraba.
Patán o Lalitpur
Golden Temple
También se le conoce por Kwa Bahal, Hiranya Varna Mahavihar o Suwarma Mahavihara. Es un templo y monasterio budista, religión mayoritaria en la ciudad de Patán. Aunque no se sabe con certeza se cree que fue erigido en el siglo XII. La sobriedad de las entradas al templo nada tiene que ver con el ambiente recargado del interior, donde numerosas estatuas doradas adornan cada rincón, no faltan tampoco las ruedas de oración y el ojo de buda.
En la plaza Durbar de Patán se pueden observar bonitas esculturas de animales en piedra, los protagonistas son los elefantes, que se pueden encontrar erguidos o sentados. Los grandes reyes Mallas tuvieron especial atención en crear una plaza frente a su palacio donde no faltara ningún templo ni ninguna estatua, de esta manera estarían bien protegidos por los dioses.
El arte newari es el más abundante en Patán, las tallas en madera se pueden observar en cada templo, en muchos casos son eróticas pero en este caso se trata de escenas de torturas que sufrían los condenados. Estas tallas se pueden observar en el Templo de Hari Shankar.