La costa del mar de Arabia
10 de diciembre de 2007
Cruzar la frontera con Omán nos llevó un buen rato, se notaba que por allí no solían circular vehículos que no fueran de la Península Arábiga. Tratamos por todos los medios no pagar el seguro, pero aquí ya no se andan con bromas y tuvimos que desembolsar los diez o quince euros correspondientes a diez días de estancia. Poco a poco la tormenta de arena que nos había acompañado desde Khor Fakkan fue diluyéndose, no así el desierto, que parecía no tener fin. Queríamos tomarnos Omán con mucha calma, paramos en una aldeilla a comer, Al Badaliya, decidimos quedarnos allí mismo a dormir.
Los primeros en acercarse fueron tres niños de edad inferior a los diez años, ninguno de ellos hablaba una sola palabra de inglés, se conformaron con observarnos cada vez más de cerca y dejarse hacer un par de fotos. Sus hermanas y familiares llegaron un rato después para invitarnos a su casa, como ya nos ocurriera en otras ocasiones en Jordania o Irán, pronto nos vimos rodeados de personas que no querían perderse la novedad.
Aparcamos la furgoneta junto a nuestro nuevo hogar y pasamos con la familia toda la tarde, la noche y media mañana del día siguiente, hacía tiempo que no nos veíamos en una situación similar, desde que abandonáramos Pakistán mucho tiempo atrás. De nuevo una familia musulmana nos abría su casa y su corazón, llenos de dudas y entusiasmo ante nuestra presencia; lo sorprendente de esta ocasión fue el hecho de que fueran las mujeres las que más se interesaran y pasaran el tiempo con nosotros, madres, tías, primas e hijas se reunieron para contarnos cómo transcurre su vida en este caluroso rincón del mundo; los hombres mientras tanto no se separaban del televisor, instalado en el jardín bajo unas palmeras. Aunque mostraban su pertenencia a la religión musulmana se percibía un ambiente más abierto y permisivo que en nuestra querida Jordania, tanto en la forma de vestir como en el trato con nosotros, especialmente con Rafa, con el que intercambiaron varias conversaciones.
Las hermanas que formaban el núcleo principal se llevarían un año entre ellas, sólo una vivía fuera, estaba estudiando inglés en una cercana ciudad emiratí, la misma ciudad donde la familia regenta un negocio textil, más lucrativo en el país vecino. Como era de esperar insistieron mucho en que nos quedáramos más tiempo con ellas, sin embargo nosotros seguíamos mirando hacia adelante, y en esa dirección Europa cada vez estaba más cerca. Desayunamos en el jardín rodeados de palmeras y árboles frutales y nos despedimos de nuestros anfitriones.
Nuestros pasos nos llevaron por la costa, visitando pueblos con fortalezas cuyo origen se remonta siete u ocho siglos atrás, como el de Sohar, y descubriendo auténticos mercados de pescado en la orilla del mar, como nos ocurrió en Saham. Esta pequeña población se nos quedó grabada en la memoria, una larga franja de arena que parecía no tener fin separaba nuestro vehículo, aparcado estratégicamente en el fuerte, de una colorida multitud que no se distinguía bien de lejos. Sin dudarlo nos fuimos acercando para distinguir unos metros antes de llegar varias sombrillas de colores llamativos bajo las cuales los pescadores desplegaban sus capturas más recientes ante los compradores. De nuevo nos encontrábamos en un mundo de hombres, las únicas mujeres del lugar, una de ellas ataviada con la tradicional burka de la región, cruzaron veloces ante nuestros ojos, tratando de alejarse del lugar lo antes posible y así pasar lo más desapercibidas posible, deduje por su edad, aunque tal vez me equivoque, que se trataba de viudas que no tenían más remedio que acudir solas al mercado a realizar sus compras. A pesar de ser la única mujer visible todo el mundo nos recibió con los brazos abiertos y Rafa disfrutó de una ocasión inigualable para tomar algunas fotografías interesantes. El calor apretaba y un té reparador no tardó en llegar a nuestras manos, gentileza de la casa, el repartidor de té oficial nos obsequió con su producto a cambio de que le sacáramos una foto.
Aprovechamos para hacer alguna compra y nos despedimos de aquellos hombres pulcramente vestidos de blanco con sus gorritos omaníes a juego, una estampa digna de ver. El calor apretaba, el regreso al vehículo debería ser lo más rápido posible, sin embargo unos cuantos rosados minaretes nos obligaron a parar en el camino exigiendo como los pescadores ser inmortalizados en nuestra cámara.
La costa seguía y seguía, limpia y sin accidentes geográficos hasta las abruptas bahías que protegen Mascate del mar y de los invasores. Visitamos varios pueblos, todos con el mismo sabor que Saham, aldeas tranquilas por las que parece no pasar el tiempo a la misma velocidad que en el vecino Dubai, donde pescar y comer lo capturado parece ser lo principal. En muchas de ellas el pasado ha ido dejando su huella, recuerdo de una época dorada, cuando Omán era parada indiscutible de grandes rutas marítimas. Regresamos a la costa tras desviarnos al interior en busca de montañas y oasis con la intención de disfrutar de uno de los espectáculos más famosos de Omán, las luchas de bueyes en la playa. El lugar más recomendado es el pueblo de Barka, situado ya muy cerca de la capital del país. Pero esta vez la suerte no quiso acompañarnos, sólo había espectáculo los viernes, no cuadraba nada con nuestros pequeños planes en Omán, no obstante lo tuvimos en cuenta los siguientes días. Finalmente no lo vimos y nos conformamos con las fotografías que tomaron Rubén y Aurora unos días después de separarnos por segunda y última vez.
Ya era hora de ir a la «gran ciudad», entre comillas porque comparada con cualquier otra capital asiática Mascate no es más que un pueblito de mar. Pero antes le diríamos adiós a la costa norte visitando la única población realmente turística de la zona Sawadi, con algunos hoteles típicamente playeros y unas infraestructuras más desarrolladas que en otras localidades. Fue aquí donde nos cruzamos con el primer y único vehículo en la región, una Mercedes Sprinter Capitan Cook, la crème de la crème de las campervans. La conducían una pareja de jubilados alemanes un poco asustadizos, ellos fueron los que más miedo nos metieron con Arabia Saudí, los que nos contaron los asesinatos a balazos de unos franceses en el desierto y, al fin y al cabo, los que nos amargaron la travesía por ese país. La primera de sus exageraciones llegó unos días después cuando obtuvimos sin dificultad alguna y sin tener que responder a preguntas comprometidas el visado para cruzar hasta Jordania.
Hospitalidad
Al-Badaliya es casi la primera población al entrar a Omán desde los Emiratos por la costa, una aldea con apenas un par de tiendas y veinte casas. Aquí nos recibió en su hogar una simpática familia dominada por mujeres risueñas y curiosas ataviadas con bonitos vestidos.
No menos colorida fue nuestra visita a Saham, un pueblo de pescadores junto a Sohar. En la misma playa, sobre la arena, pudimos observar la captura del día.