Un singular estado
1 de marzo de 2007
Se acababa nuestra etapa de medio año en India para comenzar una nueva en el Sudeste Asiático; y para empezar de un modo drástico pasaríamos unos días en Singapur, de quizá uno de los países más anárquicos del planeta pasábamos en apenas tres horas de vuelo desde Chennai al país que, junto a Finlandia, posee la tasa de criminalidad más baja del planeta, ¿podríamos adaptarnos a tanto orden y sosiego?, desde luego teníamos ganas de un poco de disciplina.
El cielo estaba muy nublado, desde el avión veía multitud de pequeños islotes, la mayoría de ellos parecían deshabitados, el comandante anunció el aterrizaje en Singapur, señalando que las islas que se veían pertenecían a la inmensa isla de Sumatra, Indonesia, que en su extremo norte, justo en Aceh, donde el tsunami golpeó con mayor fuerza están casi lindando con la otra isla en donde se asienta Singapur, la ciudad estado.
Ya al bajar del avión y empezar a andar por los vestíbulos empezamos a ver un pequeño anticipo de lo que nos depararía este lugar, las enormes salas eran un despliegue futurista, cristaleras, luces de neón tenues y una limpieza que le permitía a uno reflejarse en el suelo de mármol. Cogimos el tren expreso hasta la estación de Little India, por aquello de la nostalgia decidimos quedarnos en este barrio colonial, ocupado en su mayoría por indios que vienen a Singapur a buscar una mejor vida. Nos alojamos en el hostal Prince of Wales, regentado por un australiano y repleto de australianos; pese a que ya considerábamos que nuestro nivel de ingles era bueno, al intentar entender a los australianos comprobamos que no les entendíamos nada, hablan con decenas de contracciones, demasiado rápido. Nos alojamos en un dormitorio con otras tres literas, el lugar era bastante acogedor y fue lo más barato que encontramos, teníamos una terraza, un pub que pertenecía al hotel y donde se celebraban conciertos y conexión wireless gratuita, que aprovechamos al máximo. En Little India las casas eran bajas, coloridas, las calles estaban pintadas y pavimentadas, los coches circulaban con una corrección casi matemática, la gente cruzaba por los pasos de cebra y no había un papel en la calle, estábamos maravillados de tanto orden, y en cierto modo a mi me encantó nuestra toma de contacto.
Primera mañana en Singapur, aún aturdidos por el cambio nos pusimos a andar por la ciudad, nada más salir de Little India llegamos a una ancha avenida donde edificios de apartamentos y oficinas llenaban la vista. Frente a nosotros un enorme edificio acristalado llamó nuestra atención, especialmente la mía, un enorme cartel de Intel tapaba gran parte de la cristalera del Slim Square, un centro comercial de seis plantas dedicado a la electrónica, al entrar quedamos atónitos por los carteles de neón, la primera y segunda planta estaban dedicados a la fotografía, ascensores o escaleras mecánicas te permitían el acceso a las demás plantas, era una locura en la que caímos rápidamente; sabíamos que Singapur era un buen lugar para conseguir electrónica, pero esto nos pareció demasiado (de Singapur saldríamos con unos cascos nuevos, un objetivo para la cámara, una memoria USB nueva, un disco duro minúsculo de 120 Gb y un teclado de goma para el portátil, un kit de limpieza para la cámara y un libro de objetivos de Canon)…, Singapur es una ciudad nociva para las tarjetas de crédito.
Tras nuestro primer golpe de consumo llegamos a una calle comercial donde los puestos regentados por chinos cubrían la acera peatonal. Se repetían los centros comerciales y los puestos que vendían ropa a precio de saldo y, entre todo el barullo, se levantaba un templo taoísta en el que devotos hacían ofrendas de incienso o flores, que compraban en algunos de los puestos a la entrada. Continuamos andando por calles ordenadas y limpias, las prohibiciones aparecen por doquier apostadas en señales, dar de comer a las palomas, montar en bicicleta o en monopatín, fumar y hasta comer chicle está prohibido en algunas zonas de la ciudad (desde luego no me imagino a un policía requisando un chicle) pero así son las cosas aquí, el secreto de que todo funcione con una perfección casi terrorífica es que la población acepta las reglas sin más. La gente va vestida con gusto, impoluta, los coches cumplen las normas de tráfico a la perfección, es casi imposible que un coche no permita el paso a los peatones en un paso de cebra, todo es muy cómodo. Íbamos andando por una de las avenidas principales y nos topamos con el Hotel Raffles, uno de los iconos de la ciudad, un edificio colonial que recibe el nombre del que fuera fundador de la ciudad, allá por el siglo XIX, algo después se llega hasta la catedral de la ciudad, bien resguardada a la sombra del centro comercial Raffles, dos enormes rascacielos circulares.
Desde la catedral, camino de Boat Quay se llega hasta una amplia zona verde, donde asistimos a nuestra primera visión de una línea de rascacielos, justo enfrente de nosotros, es la zona de negocios de Singapur y algunos rascacielos como el del Maybank despuntan en el cielo casi siempre nublado en la ciudad. Todos estos rascacielos que sumarán casi los diez, dan sombra a la histórica zona de Boat Quay, que antiguamente diera cobijo a los comerciantes chinos y que ahora forma una línea de restaurantes y cafeterías a los largo del río Singapur y bajo los rascacielos. Pero nosotros cogeríamos otro camino hasta llegar allí, decidiríamos pasar por el mall y centro de espectáculos que se asienta en el interior de La Esplanade, un controvertido edificio acristalado y con una estructura que recuerda un panel de abejas, en su interior se celebran los acontecimientos culturales más renombrados de la ciudad, en esta ocasión, cuando lo visitamos por dentro, estaba prevista la actuación de un guitarrista de flamenco, cosa que, huelga decir, nos llenó de orgullo, aunque no sería la última presencia española ilustre en la ciudad, como después veríamos. Desde el paseo peatonal anexo a la Esplanade y que corre junto al río Singapur se tiene otra perspectiva de la línea de rascacielos, también se ve la isla Sentosa, ahora centro de ocio de los singapurenses, aunque se está planeando la construcción de decenas de rascacielos, el futuro proyecto lo pudimos observar en un plano de construcción y era demasiado…
Hay que cruzar un puente hasta llegar justo al pie de los rascacielos y alcanzar el Boat Quay, a medio camino ya en el puente merece la pena darse media vuelta y observar la forma de La Esplanade. Un primer puente te cruza a un pequeño parque donde se sitúa el Museo de las Civilizaciones Asiáticas, y desde aquí se accede al Boat Quay y la zona de rascacielos a través del puente Cavanegh, que fuera construido por ingenieros de Glasgow en el siglo XIX. El primer edificio del que se puede disfrutar al margen de los soberbios rascacielos, es el Edificio Furllington, de construcción victoriana, y justo a sus pies la primera de las esculturas que nos encontraríamos en esta zona V.I.P., en la que unos niños desnudos representan la acción de tirarse al río. Pero la verdadera grata sorpresa vino unos metros después, tras partirnos el cuello mirando a los rascacielos apareció ante nosotros la primera de las estatuas de un gran artista, el Pájaro, de Fernando Botero, con su clásica forma oronda, que, junto a mucho a otras, visten con estilo el corazón de esta ciudad.
La segunda, en una Esplanade cerrada que sirve de acceso entre un rascacielos y otro, Homenaje a Newton, creada por uno de los mayores genios que ha dado nuestra piel de toro extendida, Salvador Dalí, construida en bronce, como siempre la interpretación es difícil, pero resultaba gracioso observar a los hombres de negocios que se paraban a verla, para luego, alguno de ellos, bajar la cabeza como para empezar a meditar sobre algo, y es que Dalí, tiene algo que revuelve.
Obviamente los lujosos restaurantes y cafeterías que se alinean en Boat Quay eran carísimos, por lo que nos conformamos con pasar a través de la animada calle, camino de Chinatown, un par de kilómetros más hacia el sur. Estaba engalanado, en plena celebración del año nuevo chino, las calles estrechas del barrio y las tiendas estaba decoradas con farolillos, incluso llegamos a ver a algún Dragón, que danzaba en alguna tienda. Chinatown es la vida de Singapur, el lugar donde se puede apreciar una vida más mundana, más normal, alejada del excesivo orden que impera en el resto de la ciudad. Entre las pequeñas calles peatonales las tiendas con artículos para turistas y los restaurantes son los protagonistas, la calle principal está parcialmente cubierta por una estructura de metal para cubrir a los transeúntes de las copiosas y corrientes tormentas, justo debajo de esta estructura una animada plaza semicerrada repleta de malls de comida china y accesos a algunos centros comerciales es también la entrada a la estación de metro de Chinatown, fue aquí donde degustamos por primera vez el pato a la pekinesa, un concepto en sí.
Cogiendo el metro, un metro con múltiples medidas de seguridad, se puede asistir a un sórdido ejemplo de la extremada cautela en la que vive la ciudad. Un video mostraba la actuación cívica ideal que se debía de tener al sospechar de alguien con una mochila sospechosa, el corto, de unos diez minutos de duración, tenía dos partes, en la primera de ellas nadie prestaba demasiada atención, por lo que el portador de la mochila abandona el vagón dejando el bulto dentro, para luego hacerlo explotar mediante un móvil, muy muy sensacionalista, en el segundo una ciudadana modelo detenía al sospechoso y mediante los interfonos avisaba a la policía, que detenía al supuesto terrorista…, así era el vídeo.
De obligada visita resultó el macro centro comercial Suntec City ideado por doce multimillonarios de Honk-Kong y que comprende cuatro rascacielos en torno a una plaza.
¡¡Y vaya sorpresa que nos depararía nuestra penúltima noche en la ciudad!!, resulta que Marta, una amiga de la escuela de París y gran viajera estaba de vacaciones en parte del Sudeste Asiático, por lo que en un visto y no visto quedamos con ella, que venía acompañada de su amigo Norman, un fotógrafo periodista nacido y afincado en la ciudad. Con ellos dos pasamos una entretenida noche, comiendo satay y bebiendo cervezas. Fue algo especial, hacía mucho tiempo que no recibíamos una visita y ésta además fue con el añadido de la sorpresa, que más se podía pedir, fue un bonito final en esta ciudad, en la que uno se puede gastar mucho dinero y que, sinceramente, pese a su comodidad, quizá no tiene más de una semana, aunque es un sitio que hay que visitar, sin duda.
Y desde aquí os recomiendo visitar la página de Norman, con el que seguimos en contacto vía e-mail, sus fotos de lugares de conflicto no tienen desperdicio.
Singapur
Rascacielos
Aunque seguramente menos impresionante que la skyline de otras megalopolis para nosotros era la primera y no dejó de impresionarnos esa hilera de torres rascando el cielo, prueba de una economía estable y sana. Uno de los más emblemáticos es el Maybank que luce hoy una imagen renovada, nada que ver con la torre inicial.
Chinatown, en una ciudad con una población multicultural donde los chinos llegaron hace siglos, ahora son una de las mayorías étnicas y copan gran parte de los comercios.