A la sombra de Damasco
23 de octubre de 2005
La entrada a Alepo fue algo parecido a montar en la noria. Es un auténtico caos circulatorio, con coches de un lado para otro, sin carriles delimitados, por lo que en una calle que en nuestro país sería de dos carriles, aquí iban 4 ó 5 coches. Por suerte los carteles que indicaban lugares estaban en árabe y en inglés, si no hubiese sido así no sé cómo hubiéramos llegado al centro.
Seguimos la indicación hacía la ciudadela, por una avenida que subía repleta de coches, de gente, de tiendas, algo verdaderamente estresante, pero también muy vivo. Nos dimos media vuelta girando hacía la izquierda por una bocacalle estrecha, ante la mirada curiosa de todo el mundo. Algunos nos saludaban, otros no, pero todos se nos quedaban mirando. Tras unos diez minutos conseguimos llegar a una calle más o menos tranquila y dejamos la furgoneta junto a un gran parque público. No estábamos muy lejos, o al menos eso creímos en un principio, así que preparamos la mochila y comenzamos a andar. Nuestro primer objetivo era cambiar algunos dólares, ya que no teníamos dinero Sirio. Después de cambiar dinero, junto al museo, nos adentramos en la ciudad vieja por el mercado de comida.
Desde luego para entrar hacía falta un buen estómago, el olor era penetrante y muy fuerte, sobre todo a carne. El suelo estaba lleno de sangre, agua, todo mezclado, había hombres preparando embutido, otros cortaban las piezas de cordero enteras, otros sacabas sesos de cabezas de carnero, otros hacían galletas, despellejaban gallinas, desde luego fue una sensación fuerte, las condiciones sanitarias no existían, tal y como nosotros las conocíamos, sin embargo, todo lo que veíamos tenía un aspecto de primera, la carne roja, los huevos limpios y gordos, etc., así que cuando se te quitaba la primera impresión lo que te daba era hambre. Es un mercado cubierto, muy estrecho, de apenas cuatro metros de ancho, repleto de gente; éramos los únicos extranjeros, supongo que los turistas no pasarán mucho por aquí, pero aún así pasamos desapercibidos.
Al salir del mercado el panorama no variaba mucho, una jungla, no había aceras, en ocasiones la calle estaba sin asfaltar, te podía pasar un hombre montado en burro o las pequeñas camionetas sirias, decoradas con luces y guirnaldas y, todas ellas, con la foto del presidente Al-Assad.
Vimos a un policía que intentaba ordenar el tráfico, pobre hombre, no había nada que hacer. Continuamos andando hasta que llegamos a un espacio abierto, dominado por la gran mezquita de Alepo. Había muchas palomas revoloteando alrededor del minarete y unos hombres realizaban obras en el patio, luego nos enteraríamos de que estaba cerrada el público, una pena. La calle continuaba directamente hacía la ciudadela, era peatonal, un alivio. La mayoría de las casas eran de estilo otomano, con las terrazas de madera, al final de la calle ya se podía intuir la ciudadela. Antes de llegar nos desviamos hacía uno de los zocos, según nos habían dicho, los zocos de esta ciudad son los mejores de todo oriente medio. Una gran puerta con inscripciones en árabe te invitaba a entrar a un hermoso patio interior, de doble piso y columnado. De una tienda salió un hombre que enseguida nos dio la bienvenida y nos explicó en un perfecto ingles que el edificio era un antiguo caravansaray, recinto donde descansaban los comerciantes y los animales de carga que hacían la distintas rutas comerciales en oriente. Nos invitó a un te y nos extrañó un poco, «es ramadán», le dijimos, a lo que nos respondió que él era cristiano, al fin y al cabo, en Siria, aún no siendo un porcentaje elevado, la población católica tiene cierta significación.
Declinamos con educación su invitación y paseamos alrededor del caravansaray. Había algunas bonitas alfombras colgadas y algunas personas trabajando en sus oficios, dentro de minúsculas tiendas. Al salir del recinto nos encontramos enseguida con la enorme ciudadela, símbolo de la ciudad y del país. Se levanta sobre una colina, a unos 50 ó 70 metros de altura, hay un foso de unos 20 metros de ancho hasta donde empieza a elevarse el terreno. En estos momentos la superficie hasta las murallas es de arena pero antiguamente eran piedras lo que la cubrían, haciendo el ascenso prácticamente imposible. Estaban volviendo a cubrir la superficie con piedras. Fuimos rodeando todo el recinto hasta que nos topamos con la enorme puerta que daba acceso al interior, cruzando el foso y subiendo por empinadas escaleras. La entrada nos costó 150 Libras Sirias, alrededor de un euro y medio por persona, todas las entradas de los lugares turísticos en Siria tienen ese precio.
Después de visitar la ciudadela comimos un excelente Hummus y un fuerte Taboulé. Un chaval vino a vendernos un mechero, nos preguntó de dónde éramos y al decirle que éramos españoles se le iluminó la cara. Le compré uno. Al terminar de comer visitamos alguno de los atestados zocos, había los que estaban claramente orientados al turismo, otros, sin embargo, rezumaban desorden y no vendían objetos turísticos. Llegamos otra vez a la gran mezquita y en una de las calles aledañas había multitud de ciegos pidiendo limosna. Continuamos paseando por callejuelas cubiertas, repletas de tiendas, de nuevo éramos el objeto de casi todas las miradas, por allí no había ningún turista.
Fuimos a salir a una calle ancha, donde los hombres trabajaban en sus oficios, zapateros, herreros, y demás. Compramos unos cordones y cruzamos la calle. Estábamos en un mercado de fruta que estaba recogiendo y se notaba, la calle estaba muy sucia y olía muy fuerte, con frutas y verduras tiradas por todos los lados. Volvimos tranquilamente a la furgoneta, todavía nos quedaba encontrar el camping.
Alepo
Alepo es la segunda ciudad de Siria, con alrededor de 1 millón de habitantes. Se disputa con Damasco el ser la ciudad más antigua de la tierra habitada ininterrumpidamente. Entre la ciudadela y la zona nueva de la ciudad se extienden cientos de callejuelas con tenderetes o tiendas, bazares cubiertos o patios interiores. Según mucha gente aquí se encuentran los mejores zocos del Mediterráneo oriental.
La Ciudadela de Alepo
La enorme ciudadela de Alepo se eleva en el centro de la ciudad, sobre una colina de 50 metros. Un amplio foso protege la ciudadela y un compacto torreón del siglo XII sirve de entrada. Sus muros aguantaron múltiples arremetidas de los Cruzados durante muchos años.