Castillos de las Cruzadas

25 de octubre de 2005

Tras nuestra poco fructífera noche en la costa mediterránea siria nos dirigimos primeramente hacia Ugarit, la antiquísima ciudad. Después fuimos hacia el Castillo de Saladino.

Aunque había pocos kilómetros desde la ciudad de Latakia, tardamos bastante en llegar ya que las indicaciones hacia el castillo apenas existían. Tras algunas vueltas de más llegamos a una zona donde había varios autobuses de turistas.

Castillos-IVEl acceso al castillo parecía un poco complicado, primero había que bajar una garganta para luego volver a subir hasta la entrada principal. La carretera, aunque estaba asfaltada, dejaba mucho que desear. Le preguntamos a un hombre si nosotros podíamos bajar, nos dijo que no, pero en realidad nos lo dijo para que fuéramos en un taxi que tenían preparado. Unos turistas alemanes nos dijeron que podíamos llegar sin problemas, así que nos ahorramos el taxi. Desde luego la bajada era endiablada, con unas eses de 180º, en las que, si calculabas mal, te caías directamente al precipicio, pero bajamos sin mayor complicación, otra cosa muy distinta fue la siguiente subida, más cuando en una curva se me cruzó un taxista que bajaba, que provocó que se me calara la furgoneta. Me costó un poco que subiese de nuevo, y algunos milímetros de neumático.

Castillos-IILa entrada a la fortaleza era algo espectacular, a ambos lados dos enormes muros de piedra jalonaban el acceso. Calculo que ambos tendrían unos cien metros de altura. Al interior del castillo se accedía tras subir una escalinata de piedra. Ya dentro la superficie se amplió enormemente, había muchos edificios en pie, aunque algunos estaban claramente reconstruidos. Tenía distintos niveles que se podían visitar, además de antiguas casas, madrasas, mezquitas, cuadras, etc. Las torres estaban casi intactas, así como la mayoría de los muros exteriores. Desde uno de ellos, la altura hasta el suelo era vertiginosa, desde luego parecía un castillo totalmente inexpugnable, con un emplazamiento privilegiado, dominando una vasta región, solitario como una isla.

Continuamos camino hacia el Crac de los caballeros, por la autopista que unía Latakia con Homs. Habíamos leído mucho sobre este legendario castillo, el más célebre en la época cruzada y desde luego el más visitado de Siria.

La autopista se encontraba en bastante buen estado, aunque en ocasiones hubiese tres o cuatro coches en dos carriles. Lo que nos aterró fue ver a un par de camiones transportando unos enormes bloques de mármol, con la única sujeción de la propia gravedad. Mientras íbamos durante algunos cientos de metros por detrás, algunos restos de los bloques caían sutilmente. Finalmente decidimos alejarnos prudentemente.

CastillosTras dejar la desviación hacía el Líbano a nuestra derecha, cogimos otra que iba directamente al castillo y a los pocos kilómetros de andar por la carretera lo divisamos, en lo alto de una montaña. Hay un pequeño pueblo justo bajo el castillo que sin duda, vive gracias a él. Tras subir dos empinadas cuestas llegas a un aparcamiento, junto al castillo, que impresiona a primera vista, con sus altas murallas y portones de entrada, todo en un estado de conservación envidiable. Al aparcar vinieron varios hombres a ofrecernos postales o libros. Hubo uno en castellano que nos pareció interesante, tras rebajarle tres dólares el precio inicial lo compramos. Mientras comíamos vino otro hombre, en muletas, que nos preguntó en un inglés de andar por casa si íbamos a visitar el castillo, le dijimos que no, que lo visitaríamos al día siguiente, a lo que nos respondió que vendría a vigilarnos la furgoneta. Le comentamos que no hacía falta, pero no nos hizo mucho caso.

Ya entrada la noche apareció un todo-terreno, preparado para el desierto, con sus amortiguadores alzados unos centímetros, sus depósitos de gasolina extras y sus placas para la arena, se le veía trabajado. Aparcó a nuestro lado y bajó un hombre, entrado en años, solo, de aspecto descuidado y duro, un tanto siniestro, con barba desaliñada y despeinado, unos vaqueros llenos de polvo y una camiseta sucia. Se acercó a nuestra furgoneta y se presentó, Luke, holandés. Le invitamos a un café y nos pusimos a charlar, parecía que tenía bastantes ganas. Nos explicó que éste era su cuarto o quinto viaje por esta zona, que era viudo desde hacía unos años y que iba a Sudáfrica, pasando por Siria, Jordania, Egipto, Sudán, etc. Era un solitario, algo triste, un poco pasado de vueltas de todo, por algunos comentarios que nos hacía. Pero era agradable, de esos individuos que cada vez que dicen algo te sorprenden, muchas experiencias. Había trabajado en los pozos de petróleo de Qatar durante mucho tiempo, nos dijo que conocía casi todo el mundo; uno de los «incentivos» de trabajar allí era que la propia empresa ponía a su disposición un avión para volar a cualquier sitio que eligiese durante las vacaciones

Nos enseñó unos cuadernos en los que preparaba sus viajes, con recortes de periódico, artículos de revistas o internet, todo pegado como en collages. Nos comentó que ya había estado varías veces en África y que lo que más le gustaba era encontrarse solo en el desierto. También le encantaba buscar restos arqueológicos perdidos en Etiopía o Sudán a partir de pistas que iba reuniendo, según nos comentó estos dos países estaban repletos de restos arqueológicos. Era un pequeño Indiana Jones de 65 años, todo un tipo para conocer.

Estuvimos hablando un buen rato hasta que volvió a su todo-terreno; quedamos para visitar el castillo al día siguiente. Algo más tarde fui a buscarle para invitarle a un té. Tenía un Dvd portátil en el que estaba sonando una canción de amor por todo lo alto, concretamente una de Whitney Houston, que se hizo tan famosa por la película de El Guardaespaldas. Continuó un rato hablándonos de sus viajes.

Castillos-IIIA la mañana siguiente visitamos el castillo juntos. Antes de entrar vino el hombre que el día anterior se había ofrecido como guardián. Le volvimos a decir que no era necesario, pero el cogió un taburete y se sentó delante de la furgoneta, con una amplia sonrisa. Cogimos unas linternas, siguiendo el consejo de Luke, ya que el ya lo había visitado antes y nos comentó que muchas salas estaban a oscuras. Estuvimos cerca de dos horas recorriendo el castillo, que era enorme, con múltiples lugares escondidos, casi formando laberintos entre ellos, estaba muy bien conservado y su interior parecía una pequeña ciudad. Incluso nos dejamos zonas por ver. En una de las salas se había construido una cafetería, donde tomamos algo con nuestro entrañable compañero, que nos siguió contando aventuras de sus periplos.

Nos despedimos de él hasta la noche, también se dirigía hacia Damasco, nos dio unas indicaciones para llegar al camping, pero no lo pudimos encontrar. Fue una lástima, ya que no pudimos volver a verle y no nos despedimos como nos hubiera gustado.

El Crac de los Caballeros

El Emir de Homs fue el primero en construir una fortaleza en este lugar, en el 1031. Llevó una guarnición de Kurdos, con el fin de interceptar los ataques enemigos a través de la carretera de Hama-Homs-Trípoli. Tras la caída de Antioquía en manos de los cruzados, en el 1098, el territorio sirio fue atravesado por dos ejércitos, uno de ellos, dirigido por el Conde Raimundo San Gil, de Tolosa, que abordó el río Orontes y sitió Homs, para más tarde intentar sin éxito ocupar la fortaleza. Otras fuentes indican que fue el príncipe de Antioquía, Tangrid, el que conquistó el castillo en el 1110.

La fortaleza está en un lugar estratégico, dominando el estrecho camino entre la costa y el valle del río Orontes. Sobre el antiguo castillo se levantó el que subsiste hoy en día, los invasores le agregaron nuevas fortificaciones e instalaciones. La habilitaron para poder albergar y mantener hasta 2000 hombres durante los asedios, que podían durar hasta 5 años. Construyeron canales, silos de cereales, depósitos de aceite, cisternas de agua, panaderías y caballerizas. En el 1142 la fortaleza fue entregada a los Caballeros de San Juán.

El castillo se eleva sobre una colina de 750 metros de altura. Su superficie total es de 30.000 m2 y en realidad es una fortaleza dentro de otra, separadas por una trinchera y a su vez rodeadas por otras trincheras.

Castillo de Saladino

Saladino fue el gran principe para los musulmanes. Nació en Takrit, en el actual Irak, en el 1138 y murió en Damasco en el 1193. Llegó a ser tanto Sultán de Egipto como de Siria y conquistó Jerusalén para los musulmanes en el año 1187, derrotando a los cruzados. Dos años mas tarde, las naciones europeas lanzarían la tercera cruzada para recuperar la ciudad santa.

El castillo está construido sobre roca viva, en el fondo de una cañón. Algunos de sus muros sobrepasan los cien metros de altura, haciéndolo inexpugnable.