Damasco, la capital Omeya
27 de octubre de 2005
Nos despedimos de Luke en la puerta del Crac de los Caballeros. Nuestro rumbo era sur pero el destino no estaba claro, en un primer momento habíamos pensado acercarnos a Hama (antigua Epifanía) para ver sus enormes norias de madera en el río Orontes. Desechamos la idea porque Rafa estaba ya incubando algún virus y tenía fiebre. Nuestra segunda idea era hacer una breve parada en Ma’alula, pueblo donde aún se habla el arameo, y luego seguir a Damasco donde iríamos al camping que nos había comentado Luke. En Homs nos desviamos por la autopista que lleva a Damasco en unos ciento setenta kilómetros, Ma’alula se halla poco antes de la capital, a unos cuarenta. La autopista tenía dos carriles por sentido; el tráfico era abundante, muchos camiones y camionetas de colores.
Llegando al desvío hacia Ma’alula el estado de Rafa lejos de mejorar era peor, así que conduje en busca del camping; las indicaciones eran claras, siempre en dirección a Damasco hasta el concesionario de Hyundai, tras el cual se gira a la derecha, a unos 100 metros está el camping. El concesionario nunca llegó y me vi inmersa en un tráfico de mil demonios, del estilo de Alepo y Estambul. Ojeando el mapa vi una señal de camping a las afueras de la ciudad, por la nacional que lleva a Jordania, sabía que no era el que Luke había indicado pero intenté llegar. De nuevo fracasé y Rafa cogió el relevo al volante de vuelta hacia Damasco. Decidimos aparcar en la ciudad y probar con un hostal, era la mejor idea para pasar una fiebre y un constipado.
Así llegamos por primera vez a la que quizás sea la ciudad más antigua del mundo habitada ininterrumpidamente (se disputa el título con Alepo).
Aparcamos bastante pronto y muy cerca del centro, los carteles de los hoteles hicieron su aparición a los pocos minutos. Sin pensarlo mucho entramos en uno y preguntamos el precio: 600 LS por una habitación doble con baño, tras charlar unos minutos acordamos 1000 LS por dos noches, algo menos de 8 euros por noche. La habitación no era nada del otro mundo, pero estaba limpia y la ducha era de agua caliente.
Antes de nada fuimos a cambiar dinero y a comer algo, ya eran las cinco de la tarde y aún no habíamos comido nada (respetando el ramadán…). En el único restaurante que había en la calle Jumhurriyyah nos acomodamos, había varias mesas servidas pero nadie comía. Nuestra mesa se llenó rápidamente de ensaladas y hummus, como las demás. En la radio se escuchaba la oración y en un momento dado todo el mundo se lanzó a comer, era el final del ayuno diario. Nosotros, que por solidaridad tampoco habíamos empezado a comer, lo hicimos tras comprobar que ya era la hora.
Tras la comilona regresamos a la furgo a coger las cosas, con las dos mochilas pequeñas nos apañaríamos bien, nos cupo todo, incluido el portátil por si trabajábamos esa noche. A eso de las siete nos acomodamos en la habitación, ya no hicimos nada más, Rafa tenía que reposar para recuperarse.
Por la mañana recorrimos la ciudad vieja, penetramos por una de sus puertas norteñas ‘Bab al-Faffaj’. La calle estaba cubierta y a ambos lados se extendían los comercios, muchos de ellos talleres también, organizados por gremios. En un giro a la izquierda cogimos una calle residencial, los puestos habían desaparecido de repente, el frescor y la luz de la mañana nos animaron. Al fondo de una callejuela estrecha vislumbramos una bonita cúpula blanca, hacia allí nos encaminamos.
Se trataba de una mezquita que contiene los restos de Say’yeda Roqai’ya, hija del imán Al-Hussain, nieto del profeta Mahoma. El interior estaba muy sobrecargado, habían abusado del plateado y el dorado. Es obra de arquitectos iranís, ya que es la corriente chiíta la que más venera este lugar. Mientras la visitábamos se nos acercó un hombre argelino con el que mantuvimos una larga conversación, él se mostró muy interesado en nosotros ya que su hijo vive en un pequeño pueblo de la provincia de Alicante con su familia. Nos dio su teléfono y dirección para que le visitásemos en Argelia.
Caminando, caminando, llegamos a una de las puertas de la Gran Mezquita de los Omeyas, la ‘estrella’ de Damasco, por la puerta salían los alemanes.
De nuevo saludos e intercambio de impresiones. Nos esperaban en el camping la noche anterior, eso es lo que Luke les había comentado. En pocos minutos sacamos en claro que no era Hyundai sino Skoda, ¡así cómo íbamos a encontrarlo! De todas formas no hay mal que por bien no venga, pagaban 500 LS por noche, más los taxis de ir y volver al centro de la ciudad, nos salía mejor a nosotros. Aproveché para preguntarle a ella sobre Irán; me comentó que no había tenido ningún problema pero que siempre llevaba el cabello oculto, hasta cuando iban circulando con la mercedes, únicamente en privado se quitaba el pañuelo. Nos dijimos adiós.
La entrada a la mezquita cuesta 50 LS, que incluye la tumba de Saladino, y se compra en un callejón anexo a la mezquita. En este mismo lugar hay prendas para las mujeres, con capucha y manga larga, hasta los tobillos. Con este atuendo me senté junto a las columnas del Templo de Júpiter mientras Rafa se fumaba un cigarrillo. Allí mismo saboreamos un zumo de granada, delicioso. Tras la pausa visitamos la tumba de Saladino y luego la mezquita.
Entrar en el patio de la Gran Mezquita de los Omeyas en Damasco es una experiencia única, el lugar irradia una energía especial. Aunque para muchos su estilo arquitectónico no supere a las grandes mezquitas de Estambul, nada tiene que envidiar de ellas. La historia de este lugar se remonta al año 1000 a.C., cuando aquí se erigía un templo dedicado a Hadad (dios arameo), más tarde, con los romanos, se transformó en el Templo de Júpiter, y con los bizantinos fue una iglesia dedicada a San Juan Bautista, donde reposaba la cabeza del mismo (que aún se encuentra en el lugar). Es más que evidente que el lugar tiene algo de místico; más aún si a todo lo anterior añadimos el hecho de que aquí se encuentra el Edén, donde vivieron Adán y Eva, y a donde descenderá Jesús el día del juicio final.
Casi una hora le dedicamos al patio, primero nos acercamos a la fachada principal, a observar el famoso mosaico dorado, luego a las distintas fuentes y por último al ala sur, donde hay más mosaicos muy bien conservados. Luego le tocó el turno al interior, aquí no estuvimos tanto tiempo, la llamada al rezo nos señaló el momento de salir. Aún así pudimos recorrerla de sur a norte, admirar su mihrab, sus lámparas, sus techumbres, y observar a las gentes que allí rezaban o pasaban el rato. En las horas en que no hay culto la mezquita se llena de estudiantes, mujeres con las bolsas de la compra y visitantes.
El famoso zoco Al-Hamidiyyeh discurre desde la puerta sur de la mezquita hasta la avenida Ath-Thajara, a la altura de la calle Al-Nasr. Es el zoco más importante de la ciudad y quizás de toda Siria. El elemento estrella es la ropa, sin embargo también se pueden encontrar tiendas de recuerdos y pastelerías. Recorriéndolo nos ofrecieron calcetines, camisetas, dulces, etc.; no fuimos muy buenos clientes esta vez.
Aún teníamos fuerzas para un poco más, nos dirigimos al barrio cristiano. Nos perdimos por los zocos que se extendían hacia el este, compramos caramelos de varios tipos y preguntamos por el precio del café y el té a granel, así desembocamos en la puerta Bab As Shagir. Los olores y los colores nos nublaron los sentidos, estábamos agotados, el hotel se nos antojaba a millones de kilómetros de allí. Regresamos por fuera de las murallas, por la calle Al Badawi, que, entre talleres de coches y de fabricación de futbolines, nos llevó hasta la mezquita Sinan Pasha. El tráfico empeoraba por momentos, así como el estado de Rafa, de nuevo febril. Como pudimos salvamos todos los obstáculos hasta llegar a la puerta del hotel, ¡por fin en casa! En la misma calle compramos unos bocadillos de falafel y unas bebidas frescas, subimos a descansar a la habitación. Pasan tantas cosas ante tus ojos en tan poco tiempo que no es posible asimilarlo todo, el agotamiento es casi más psíquico que físico.
Esa tarde Rafa no podía más, así que cuando anocheció bajé a la calle y compré provisiones para la cena: unos pistachos y pastelitos árabes, delicias del país. También llamé por teléfono a casa, comprobando lo caro que es, unos nueve euros por menos de diez minutos.
Damasco es mezcla de culturas y de religiones, la mayoría sunni se mezcla con minorías chií y drusa, así como con varias vertientes del cristianismo. En la zona este de la ciudad vieja hay varios ejemplos de estas últimas; se pueden visitar iglesias ortodoxas y armenias. Esa mañana de viernes, día de descanso para los musulmanes, nos dirigimos hacia el llamado barrio cristiano. Comenzamos con unos zumos naturales de zanahoria con naranja y de plátano con leche, este último se nos quedó grabado en al memoria. Emprendimos la ruta hacia la calle conocida como ‘calle recta’ donde se encuentra el arco romano, poco después, a la derecha nos topamos con la primera iglesia cristiana.
Un hombre nos dio la bienvenido en italiano y amablemente nos enseñó el interior. Nos explicó con todo lujo de detalles cada cuadro y nos mostró una Biblia en arameo. Él mismo nos dio indicaciones de otras iglesias que debíamos visitar. Tras darle una propina nos dirigimos a la Iglesia de San Ananias; en ella hay una cueva con una capilla donde se relata la vida y milagros de San Pablo. En el camino vimos otra iglesia armenia y por última la fachada de la Iglesia de San Juan, fuera de las murallas.
Le dijimos hasta pronto a la capital siria, en un mes nos volveríamos a ver las caras.
Y así fue, justo un mes después, el 27 de noviembre, volvíamos a entrar en la ciudad. Esta vez aparcar fue imposible y acabamos negociando en un aparcamiento público, nos costó 550 LS dejarlo algo más de 24 horas, nos cubría dos días de visita. Esta vez Rafa disfrutó más, era yo la que estaba en pleno catarro otoñal.
Decidimos buscar otro hotel para una única noche, encontramos uno del estilo del primero por 400 LS la noche. En él vimos parte del partido Real Madrid-Real Sociedad que acabó 2-2, Rafa pensaba haber bajado a ver el partido del Barça, pero había un tipo al que parecía que no le gustábamos mucho, y decidió quedarse conmigo en la habitación.
En esta segunda visita vimos el Museo Nacional de Damasco, 150 LS la entrada, donde no se permitía tomar fotografías, nosotros nos dimos cuenta después de un buen rato…jejeje. Además de esta visita nos deleitamos recorriendo los zocos tranquilamente y comprando algunas tonterías como una pegatina para el coche y belcro para montar unas mosquiteras. Tampoco nos olvidamos de tomar un segundo zumo de plátano ni de comprar una buena cantidad de pastelitos árabes, nos vuelven locos.
Y esta vez Rafa si se fumó una narguille en una tetería de barrio. Nos marchamos muy contentos de la ciudad; volveremos.
Damasco
Quizás sea la ciudad más antigua del mundo habitada ininterrumpidamente (se disputa el título con Alepo). Damasco es además una de las ciudades del planeta con uno de los patrimonios más envidiables, así como con una legendaria historia.
La Mezquita de los Omeyas
Esta Mezquita, una de las más grandes y antiguas del mundo musulmán, se erigió en el mismo lugar donde antes se levantaron otros templos (pagano, romano y bizantino). Su construcción se llevó a cabo entre los años 705 y 715, durante el Califato de los Omeyas, bajo el mandato de Al-Walid ben Abdul Malek. Y mantuvo parte de la arquitectura de la iglesia bizantina de San Juan Bautista.
Las dimensiones iniciales de la mezquita eran 157×97 metros, a los cuáles se han añadido recientemente otros 7.000 m2 (bajo el mandadto del presidente Hafez Al-Assad), estos últimos en forma de jardines incluyendo el mausoleo de Saladino. Posee cuatro puertas: Bab Al-Barid, Bab Al-Noufara, Bab Al-Shaga y Bab Al-Almara; y tres minaretes: el Oriental, el Occidental y el de Al-Arous. Hay cuatro salas principales: la sala Abi Baker, la sala Omar, la sala Otomana, y la sala dedicada a Al-Hussein donde descansa la cabeza de dicho imán, nieto del profeta Mahoma.
Los mosaicos dorados están considerados entre los más bellos del mundo, compuestos de imágenes de castillos y motivos florales. También se pueden ver varias fuentes para las abluciones y dos relojes, uno solar y otro astronómico.
Mausoleo de Say'yeda Roqai'ya
Say’yeda Roqai’ya era una de las hija del Iman al-Husain, un nieto del profeta Mahoma. Contaba sólo con cuatro años cuando el gobernador Yazid asesinó a su padre y la mayor parte de su familia. Él mismo, tras ver sollozar a la niña ante la ausencia de su padre, le mostró su cabeza decapitada. La niña, ante tan horrible visión, quedó inconsciente y murió.
Parece ser que en 1863 la antigua tumba estaba destrozada y decidieron cambiar el cuerpo a otra nueva. Al abrirlo se encontraron el cuerpo incorrupto de la pequeña, como si no hubiesen pasado más de mil años. Su cuerpo ahora descansa en el mausoleo que muestra la foto inferior. El resto del complejo fue redecorado con dinero iraní, ya que es la vertiente chiíta la que más fervor siente por esta niña.