Un paseo por el Éufrates
1 de diciembre de 2005
Dejamos Palmira y continuamos en dirección al Río Éufrates, la cuna de la civilización, Al-Furat, como es llamado por los árabes. Pero en realidad también era un pequeño viaje a la más profunda Siria, por una carretera que discurría por un extenso y árido desierto, un lugar con condiciones de vida muy duras.
Nuestra primera idea había sido ir hacia los importantes yacimientos de Dora Europos y Mari, junto a la frontera con Irak, imponía la cercanía. Incluso preguntamos si era un lugar seguro para ir, pero finalmente desistimos ya que nos pillaba algo lejos de Palmira y hubiéramos ido con el tiempo muy apretado, (ambos lugares eran seguros, según nos dijeron). Íbamos dejando carteles dirección a Irak, estábamos realmente cerca, resultaba extraño pensar que a unos doscientos kilómetros estaban en guerra. La verdad es que no sabíamos muy bien dónde ir, mientras los monótonos kilómetros pasaban. Finalmente vimos un castillo que estaba remarcado a unos cincuenta kilómetros, Qasar al Hayr, el lugar ideal para dormir, aunque nos alejábamos del Éufrates. Cogimos una desviación hacia la izquierda y pasamos por un pueblo, buscando un cartel que indicara la dirección. Estaba destartalado, con muchas casas a medio construir, las calles sin asfaltar, esquivando gallinas, muy pobre. Paramos a preguntar y nos respondió medio pueblo, que se acercaba curioso. Por fin llegamos a un camino medio asfaltado, los pocos coches que circulaban lo hacían paralelamente, por el desierto, desde luego era más estable. Tras un largo rato dando botes divisamos el castillo. Un cartel medio caído en dirección a una solitaria casa indicaba la venta de las entradas. Al llegar salió un niño que nos saludó, al instante salió otra niña y dos mujeres. Sacaron una pequeña caja con los tickets, mientras nos miraban como a bichos raros. Les preguntamos si podíamos dormir allí y no nos entendieron, así que nos fuimos. Dejamos a la familia mirándonos como el que ha visto una nave espacial. La carretera acababa en el castillo, así que aparcamos junto a la puerta de entrada. Estaba hecho polvo, pero el lugar era tranquilo, sólo teníamos a nuestro alrededor una haima de beduinos, a unos doscientos metros.
Al rato de estar allí vinieron algunos de los beduinos, muy agradables, entendimos que no había ningún problema para dormir allí.
Visitamos el castillo, aunque tenía poco que ver.
Cayó la noche y con ella vinieron la oscuridad y el silencio. No veíamos ninguna luz a nuestro alrededor, daba mucho respeto. Pero en mi vida he visto tantas estrellas una noche, algo impresionante. Nos levantamos por la mañana, uno de los beduinos nos invitó a tomar té, pero rehusamos educadamente, queríamos continuar camino. Mientras íbamos por la carretera un hombre mayor, algo histérico, casi se abalanzó sobre la furgoneta. Parecía muy alterado y cuando paramos empezó a dar gracias a Ala. Intuimos que estaba enfermo, nos enseñó unas recetas y nos dijo Al-Rusafah, «doctor», «doctor». De camino no sé cuántas veces me besó y gritó Ala. Le dimos algo de comer y beber, estaba muy alterado pero muy contento, cogiéndome continuamente la mano. Tuvimos que parar para que hiciera sus cositas en el campo. Finalmente llegamos al pueblo y nos pidió dinero, le dijimos que le acompañaba al doctor y que si le hacía falta le comprábamos las medicinas. Entramos en la consulta, mientras Silvia esperaba en la furgoneta. Las condiciones higiénicas dejaban mucho que desear, había una camilla oxidada y una caja de cartón en la que se apilaban jeringuillas, daba mucha grima. Bajó el doctor que ya conocía a nuestro amigo, era un hombre muy respetable, hablaba inglés y llevaba traje y corbata, no parecía su lugar. La sorpresa vino cuando, tras auscultarle, me dijo que el hombre no estaba malo, que era esquizofrénico y que por lo tanto iba bastantes veces. Yo me despedí de él, me dio un fuerte abrazo.
Después de la aventura seguimos camino. Llegamos a la ciudad de Ar-Raqqah, aunque no paramos. Ya estábamos en el Éufrates, a partir de este momento pasamos por muchas pequeñas poblaciones que vivían cerca de su cauce, eran pequeños pueblos de adobe en su totalidad, algunos realmente bonitos. Paramos en otro castillo (Qalat al Jabir), junto al enorme embalse de Assad, que se forma en el curso del río. El castillo estaba en lo alto de un istmo, bastante mejor conservado que el anterior del desierto. Dormimos junto al embalse. Por la noche vinieron unos chavales curiosos a conocernos, uno de ellos nos invitó a Ar-Raqqah a pasar unos días, muy simpáticos. Por la mañana no visitamos el castillo, teníamos el dinero justo para llenar el depósito antes de entrar en Turquía, tampoco fuimos hacia la parte bonita del río, donde forma enormes meandros, junto a una frontera que nos pillaba algo lejana. Así que ese mismo día volvimos a Turquía, después de un mes y medio recorriendo parte del Oriente Medio, que nos había tratado como a reyes.
El Éufrates y el Desierto
El desierto sirio es una extensa área desértica que se extiende por el norte de la península Arábiga y que abarca el norte de Arabia Saudí, el noreste de Jordania, el sureste de Siria y el oeste de Irak, ocupando una superficie de 518.000 km2, más de la superficie de España.
Desde el año 3450 a.C., el Río Eufrates ha sido testigo del nacimiento y la caída de civilizaciones e imperios, Babilonia, Asiria y Caldea, así como la ciudad de Ur. Nace en Turquía y pasa por Siria e Irak y desemboca, con el nombre de Shatt al-Arab, en el golfo Pérsico, después de recorrer 2.735 km.
En las orillas que recorrimos del Eúfrates, dejábamos numerosos pueblos de adobe a nuestro paso.