Palmira, la reina del desierto

29 de noviembre de 2005

Nuestra segunda etapa en Siria comenzaría en Damasco, queríamos volver al menos un par de días, y luego regresaríamos a Turquía tras visitar Ma’alula, Hama, Palmira y el Eufrates.

Ma’alula se encuentra a unos cuarenta kilómetros al norte de Damasco, está bien indicado el desvío en la autopista y luego sólo hay que recorrer unos siete kilómetros hasta llegar al pueblo. Fuimos a visitarlo porque es uno de los tres únicos pueblos donde el idioma utilizado es el arameo, dialecto del que se hablaba en tiempos de Jesucristo. Hay varios lugares en el mundo donde la liturgia se realiza en este lenguaje, pero sólo aquí se utiliza en el día a día.

Palmira-VIHay varios conventos y monasterios, nosotros nos acercamos al que está en lo alto del pueblo: el Monasterio de San Sergio y San Baco. El párroco es muy amable y habla un poco de todos los idiomas, nos invitó a visitar la capilla; una chica del pueblo da unas explicaciones en inglés y luego reza un Padre Nuestro en arameo. Cuando terminó le preguntamos sobre el lenguaje usado en la película de Mel Gibson, y nos comentó que no era el mismo que ellos hablaban, que ella había entendido algunas cosas, pero que era arameo siriaco, no el arameo de principios de nuestra era. A mí me sonó igual, pero claro, yo no entiendo nada sobre el tema.

El párroco nos dijo que podíamos dormir allí mismo, que en verano muchas caravanas lo hacen. Y nos mostró una fuente que habían construido fuera del recinto donde el agua manaba de un manantial, podríamos llenar el depósito y la garrafa de diez litros allí mismo. En la entrada hay un restaurante con un mirador desde el que observar el pueblo y donde hacen unas minipizzas deliciosas por tan sólo 25 LS (40 céntimos de euro). Allí dormimos y por la mañana desayunamos en el restaurante, era una auténtico lujo, hecho en piedra y madera, muy acogedor.

Nos fuimos directos a Hama, la ciudad de las norias, una de las visitas que habíamos dejado pendientes en la primera etapa. No nos costó mucho encontrar el centro y pudimos aparcar allí mismo, a cincuenta metros de la primera noria. El día estaba un poco gris, pero no llovía. Recorrimos la orilla derecha del río dando un paseo, las norias quedaban en la otra orilla, eran enormes. Nos dio un poco de pena que ya no se utilizaran.

Al cruzar el río vimos a unos hombres manipulando una de las norias, la pusieron en marcha durante unos segundos, el ruido que hacía era bastante fuerte. Todas las norias moviéndose a la vez debían producir un sonido ensordecedor en el pasado.

El paseo de vuelta por la otra orilla discurre entre calles estrechas de piedra, donde se esconden algunos talleres de artesanos, un par de colegios y una mezquita muy antigua. Los niños se nos echaron encima enseguida, pero pudimos calmarlos haciéndoles unas fotografías y enseñándoselas después.

Palmira-V

Nada nos retenía allí, Palmira, la perla del desierto, nos esperaba. Retrocedimos hasta Homs y aunque intentamos evitar atravesarlo no fuimos capaces, al final nos vimos inmersos en el fluido tráfico de sus calles. Tardaríamos media hora, como mínimo, en encontrar el buen camino; sin embargo tampoco estábamos seguros de que lo fuera porque el mapa mostraba una carretera y aquello parecía un camino de cabras medio asfaltado. La cosa mejoró al cabo de treinta kilómetros, aunque se parecía más a una comarcal de segunda que a una nacional. El paisaje era aterrador, no había nada, un desierto aburrido y monótono en un día gris, nada que ver con los desiertos del sur de Jordania.

Palmira-IV

Tras algo más de ciento cincuenta kilómetros llegó la desviación, una montaña escondía el oasis donde vivió la Reina Zenobia y su marido asesinado, el Rey Odenat. Eran las dos de la tarde y estaba todo muy tranquilo. La carretera principal nos llevó hasta la entrada del pueblo, donde se encuentra la oficina de turismo y el Museo de Palmira, en ese punto se puede girar a la derecha hacia los restos arqueológicos. Allí estábamos, junto al gran Arco del Triunfo, cuando un hombre vino a ofrecernos un lugar para acampar a unos doscientos metros de allí. Y así llegamos al Jardín de Musa, un enorme hombre de ojos verdes con el que negociamos una estancia de dos noches por 700 LS (10 euros). El lugar era perfecto, con las palmeras datileras, un granado y algunos árboles más, agua caliente y electricidad. Estaba un poco alejado del pueblo, algo más de quince minutos andando, pero el paseo hasta allí era agradable. Esa noche tres o cuatro franceses dormían en la casa con los sacos, Musa nos ofreció cenar con ellos, iba a prepararles un plato típico: mensaf (pollo guisado sobre arroz hervido), le dijimos que no, ya lo habíamos degustado en Al-Nnamatah varias veces.

Palmira-IIIEsa tarde fuimos al pueblo al atardecer, primero dejamos a la derecha el Palacio de Bel, y luego a la izquierda la larga avenida columnada coronada en lo alto de la montaña por el castillo Qal’at Ibn Maan.

El pueblo tiene mucho ambiente, está lleno de restaurantes, hoteles y tiendas de dátiles y recuerdos. Recorrimos la calle principal y en la terraza de uno de los primeros restaurantes vimos a un grupo de españoles tomando un çay y fumando una narguille. Al regresar entramos al mismo lugar a chequear los emails y luego nos sentamos en la misma terraza. El Spring Restaurant está regentado por el charlatán Mohamed, que debe chapurrear doscientos idiomas, a todo el que pasaba le decía algo en su idioma: francés, holandés, japonés, koreano, euskera, catalán, swahili… Tiene en su haber unos 47 libros de visitas, con escritos y firmas de gente de todo el mundo. Un par de çays y de vuelta a la furgo ya de noche. En verano las noches deben ser muy agradables pero en invierno la temperatura baja considerablemente, eso sí, por el día se estaba genial, nada de frío, una temperatura perfecta para recorrer los vestigios desperdigados por la zona.

Palmira-II

Por la mañana Musa nos invitó a un çay y a dátiles de sus palmeras, luego salimos a inspeccionar el lugar. Visitamos el Templo de Bel (entrada 300 LS por persona) con sus enormes columnas y algunos relieves conservados en el edificio central. Sabíamos que en la oficina de turismo daban un plano del lugar e información, allí nos dirigimos. Te dan un panfleto muy completo, con un plano, explicaciones sobre horarios y la historia del lugar. Enfrente se encuentra el Museo de Palmira, famoso por los relieves de estilo palmirense. En la entrada un hombre nos hizo pasar y nos dijo que esperáramos, cinco minutos más tarde seguíamos allí, en la puerta, y encima estaban de obras y el ruido era muy desagradable; decidimos marcharnos, una pena; esta visita queda pendiente para la próxima vez.

PalmiraEra muy pronto todavía para ir a comer, así que nos paseamos entre los restos arqueológicos.

Iniciamos nuestro paseo por detrás del hotel Zenobia. Había restos de columnas y de losas por todas partes, algunas las identificamos con las plantas de una iglesia y una basílica bizantinas. Así llegamos a la calle columnada, cerca del Palacio de Zenobia, desde donde las vistas del castillo son insuperables.

Recorriendo la calle de vuelta hacia el Arco Triunfal, nos abordaron varias personas, y acabamos sucumbiendo a la tentación de los camellos. Un chico muy simpático subió a Rafa a su camello y se lo llevó a recorrer el ágora por 100 LS. Yo le dije que no quería, que ya conocía la experiencia. Según él los camellos de Marruecos no son iguales, y me invitó a un minipaseo de cinco minutos.

Mientras yo visitaba el reconstruido teatro Rafa entablaba relación con Ibrahim (el enésimo Ibrahim del viaje), un hombre muy simpático que insistió en invitarnos a cenar en su jardín, donde vivía el solo. Intentamos decir que no, pero no fue posible. A eso de las cinco, ya de noche, nos dirigimos hacia allí. Estaba escondido en el oasis, si no llega a salir a buscarnos con la moto seguramente no hubiésemos llegado. Pasamos una agradable velada en su casa, con la estufa, comiendo mensaf y charlando de la vida. Es un personaje peculiar, con algunas ideas muy modernas que no cuajan con las costumbres del país; nos pareció que se encontraba muy solo. No se llevaba bien con Musa, y nos recomendó no decirle nada de nuestra visita a su jardín… este oasis esta lleno de vida y de rencillas.

La primera mañana de diciembre dijimos adiós a Palmira, no sin realizar la peculiar visita al valle de las tumbas. Se encuentra a un par de kilómetros al este de la ciudad, junto a unos promontorios. Los vendedores acabaron con nuestra paciencia que pensábamos era infinita…

Palmira

Palmira formaba parte del imperio romano cuando Odenat la autoproclamó independiente con la ayuda de su primer hijo, nombrándose Rey de Palmira. Aprovechó un momento en el que el imperio persa presionaba fuertemente al imperio romano en la región. En el año 267 d.C. ambos fueron asesinados y su inteligente y bella segunda esposa, Zenobia, se hizo cargo del reino, como regente de su hijo. Se cree que ella pudo estar involucrada en el asesinato.

Su astucia y poder llevaron al pueblo de Palmira a anexionarse territorios romanos: parte de Asia Menor y Egipto. Lo que terminó de enfurecer a Roma fueron las monedas con su cara grabada, por lo que mandó al emperador Aurelio. Éste reconquistó Palmira y llevó, como trofeo, a la reina Zenobia a Roma.

Palmira, ‘La Ciudad de las Palmeras’, no está aquí por casualidad. Sus suelos son ricos en aguas subterráneas de distintos tipos, algunas de las cuales emanan a altas temperaturas (hay un par de piscinas donde probarlas). La ciudad actual se encuentra lejos del oasis; se llama Tadmor, ‘La Ciudad de los Dátiles’. Según algunas fuentes éste era el nombre original de la ciudad, antes de llamarse Palmira.

Las Norias de Hama

 Ya nombrada en la Biblia con el nombre de Hamath ha sido siempre una ciudad querida por todos: Amoritas, Hititas, Babilónicos, Persas, Griegos, Selucos, etc. Quizás este interés se deba a que se encuentra junto al río Orontes, que hace de la región una de las más fértiles de la zona.

Las norias que la hacen famosa hoy en día datan de la época medieval.

Malula y el Arameo

 Ma’alula significa ‘entrada’ en arameo. Es, junto a los pueblos vecinos de Bakhaa y Yobadine, el único lugar donde se habla arameo actualmente. En total serán unas 18.000 personas las que lo hablan.

Es un lenguaje oral, nadie sabe escribirlo, y por eso se están desarrollando varios proyectos educativos con el fin de recuperar la lengua. Desde hace pocos años se ha comenzado a impartir en las escuelas de estas poblaciones.