Grato encuentro en la costa del sudoeste

6 de febrero de 2007

El autobús nos dejó a la entrada del pueblo de Unawatuna, caminamos durante 10 minutos y un hostal llamó nuestra atención, parecía una casa de huéspedes con su balcón, su jardín, muy acogedora. Rafa se quedó en el piso de abajo mientras yo subía a comprobar cómo eran las habitaciones, visité una, me gustó, entonces me acerqué a ver el balcón, en ese momento una mujer salía de una de las habitaciones, cuál fue mi sorpresa al ver que era Teresa, la mujer de Bilbao que habíamos conocido en Navidad en una playa de Goa. Nos dimos un gran abrazo, y sin ninguna duda decidí que nos quedaríamos allí esos días.

Playas-de-Sri-Lanka-V

Echando un partido en Galle

Teresa estaba lista para salir, tenía que ir a Galle a cambiar dinero o a sacarlo del cajero, pero aún así decidió quedarse con nosotros a conversar un rato que se convirtió en más de una hora. Nos pusimos al día de lo que habíamos estado haciendo el último mes y medio, ella nos contó como había acabado nuestra aventura con los vendedores de Mandrem, en Goa, nosotros por nuestra parte le contamos nuestro viaje por Karnataka y Kerala. Aunque cuando la conocimos se encontraba sola su viaje por Sri Lanka lo estaba realizando con otra chica, Rakel, una navarra de nuestra edad, en esos momentos se encontraba acostada en la habitación, algo que había comido la noche anterior le había sentado mal y necesitaba descansar. Aunque teníamos ganas de seguir charlando y charlando nos tuvimos que despedir por el momento, a Teresa le iban a cerrar los bancos; nosotros nos acomodamos en la habitación y fuimos a inspeccionar el pueblo.

Playas-de-Sri-Lanka-IILa playa era larga y estrecha, tan estrecha que casi no había sitio para colocar las toallas, los chiringuitos se sucedían uno detrás de otro y algunos turistas descansaban en las hamacas al borde del agua. En el extremo occidental se levantaba una pequeña colina donde había un templo budista. Teresa nos había recomendado un restaurante más barato de la media, el Hot Rock, allí mismo comimos unas raciones de pescado y buey al curry con arroz. Luego regresamos a la casa a echarnos la siesta, el calor no invitaba a nada más, yo me quedé hablando en la terraza con los demás inquilinos, Teresa, un francés que terminaba aquí su escapada de un año por Asia, una israelí un tanto estirada y Rakel.

Esa misma tarde Rafa quiso que fuéramos a visitar la ciudad fortificada de Galle, anduvimos hasta la carretera principal y allí paramos a uno de los frenéticos autobuses que recorren el sur del país. Una vez allí fue fácil orientarse, la ciudad nueva se extiende junto a la nacional que va a Colombo, mientras que la ciudad antigua es un reducto junto al mar.

En el exterior de los muros el bullicio era ensordecedor, pero una vez dentro se hizo la paz. La ciudad vieja de Galle está formada por un entresijo de estrechas calles en cuadrícula, en las que se pueden ver antiguas mansiones coloniales, una de ellas convertida en museo, y varias iglesias. La primera fortificación fue erigida por los portugueses, más tarde ampliada por holandeses y finalmente por ingleses, es posible caminar toda la muralla rodeando la ciudad. Nos habían comentado otros viajeros que la gente es un poco agobiante aquí, pero a nosotros nadie nos molestó, sólo hubo un chico que se ofreció a saltar al mar desde la muralla a cambio de unas rupias. El paseo acabó al atardecer junto a la torre del reloj, cuyas agujas están paradas marcando desde las navidades del 2004 la hora del tsunami que tantas vidas se llevó en la isla, nadie en la ciudad podrá olvidar que aquel desastre ocurrió a las 9h25 de la mañana.

Nos costó regresar, los autobuses partían de la estación como latas de sardina, intentamos subirnos a uno pero no podíamos respirar, de nuevo un intercity fue nuestra salvación. Con el estómago recordándonos que ya era la hora de cenar anduvimos de nuevo el camino desde la carretera hasta el hostal y decidimos ir a cenar al italiano que anuncia la guía como el mejor del país. Allí nos encontramos con las chicas acompañadas de la israelí, nos sentamos todos juntos y Rafa pidió unos carbonara y yo unos espaguetis con ajo y guindilla (ya le he cogido el gusto al picante); a Rafa no le convenció nada su plato, las demás nos quedamos satisfechas, aunque todos coincidimos en que era la cena más cara que habíamos pagado en Sri Lanka, y no la mejor.

Playas-de-Sri-Lanka-IIIAl día siguiente, después de compartir con Teresa una cafetera de un litro de café de puchero, Rafa y yo nos fuimos al mar, sabíamos que ésta era una buena playa para hacer snorkel y yo tenía todo el vicio. Alquilamos el equipo y nos lanzamos al mar, en menos de cinco minutos se llega a un pequeño, minúsculo, arrecife donde volví a ver aquellos peces de colores de Aqaba, los peces loro enormes, los peces globos y los mariposa de diferentes tonos amarillos y azules, cierto es que no había tanta variedad como en el mar Rojo, ni el agua estaba tan clara, pero aún así disfruté como la primera vez.

Estábamos tan a gusto en nuestra casa que a Teresa se le ocurrió la brillante idea de cocinar una cena a la española, tras pedir permiso a la dueña para usar su cocina fue a hacer la compra: filetes de tiburón, gambas, calamares y ensalada.

Sobre las cuatro Rakel, Rafa y yo nos fuimos a Koggala, un pueblo a quince kilómetros al sur, famoso por los pescadores en palo, habíamos visto postales y tallas de madera de estos pacientes pescadores y queríamos verlos en la realidad. Al igual que en Mirissa encontramos los palos en las orillas, pero ningún pescador en ellos, en este caso, por ser un lugar más turístico, unos hombres se ofrecieron para subirse y que les pudiéramos fotografiar, nos pareció tan antinatural que nos negamos. Definitivamente o no era la época de la pesca en palo o era una reminiscencia del pasado cercano, Rafa incluso regresó dos días después muy temprano y tampoco vio a ninguno. Sin embargo la visita mereció la pena, estábamos en una de las playas más bonitas que habíamos visto nunca, nos sentamos a disfrutar del lugar.

Ya de vuelta encontramos a Teresa en la cocina, manos a la obra, nos pusimos a ayudarla bajo la atenta y sorprendida mirada de nuestra anfitriona, después de casi una hora y de dejar la cocina hecha un asco nos sentamos a darnos el banquete. Rakel cenó ensalada y huevos fritos porque no come carne ni pescado, la chica israelí aunque dijo que si comía pescado luego casi no probó bocado, quizás por eso le costó tanto pagarle a Teresa su parte, el francés, Teresa y nosotros dos comimos hasta hartarnos.

Playas-de-Sri-Lanka-IVAl día siguiente introduje a Rakel en el apasionante mundo de los fondos submarinos, se quedó maravillada con lo que vimos, estoy segura de que repetirá en cuanto tenga una oportunidad.

En realidad el pueblo no tenía grandes alicientes pero ahí seguíamos tres días después, las interesantes conversaciones en la terraza, el café de cada mañana y la hospitalidad de la dueña hicieron que nos fuésemos acoplando demasiado a la acogedora casa. En esos días las chicas nos introdujeron en la meditación Vipassana, una técnica de meditación introspectiva budista que prácticamente ha llegado inalterada desde tiempos de Buda hasta ahora, Teresa había hecho una primera sesión de diez días, y Rakel ya iba por la segunda, se lo tomaba muy en serio y meditaba cada día en su habitación; la idea de hacerlo nos comenzó a atraer, miraríamos las posibilidades en Tailandia. Había que pensar en moverse. Nosotros teníamos claro nuestro camino, en cuatro días volábamos de regreso, haríamos una parada más en la costa oeste y la última noche la pasaríamos en Colombo. Las chicas querían ir a Kandy, pero no sabían cuándo, así que lo retrasaron y se vinieron con nosotros al siguiente destino, Ambalangoda, una ciudad famosa por las máscaras de madera y los bailes tradicionales.

Cargados con el equipaje desembarcamos en medio de una horrible calle bulliciosa, Ambalangoda era una ciudad bastante grande, sucia y ruidosa, y por un momento dudamos en irnos. Tratamos de encontrar un hostal, pero el único que encontramos no nos convenció, en su lugar decidimos decirles que nos guardaran las maletas por una propina y fuimos a visitar la ciudad, tendríamos tiempo para continuar un poco más y buscar un alojamiento en Induruwa o Bentota. Lo primero que encontramos fue una tienda de máscaras, unos chicos trabajaban artesanalmente la madera al fondo, pronto una mujer que hablaba un poco inglés llegó y nos comentó algunos de los precios, nos parecieron desorbitados. Seguimos caminando en busca de un restaurante, allí no había nada, un cartel de un hostal me recordó algo que había leído en la guía, entramos a ver, Sumudu Tourist Guest House era una casa colonial de estilo portugués; no les quedaban habitaciones pero accedieron a prepararnos una comida, regresaríamos una hora después. En ese tiempo visitamos el Museo de las Máscaras, muy interesante, con muchos modelos diferentes y documentación sobre cada uno de ellos, pudimos sumergirnos en la mitología del lugar por unos instantes. El recinto del museo contenía un taller donde pudimos observar como pulían y decoraban la madera, y una tienda muy bien abastecida con los precios más caros que habíamos visto, hasta cuatro y cinco veces más caro que en Kandy o Unawatuna.

Playas-de-Sri-LankaLa comida fue excelente, una de las mejores de nuestra estancia, al acabar nos entró a los cuatro la pereza, eran las tres de la tarde y no teníamos donde dormir. Decidimos darnos una vuelta por el mercado local a ver si encontrábamos artesanía a un buen precio, pero fue literalmente imposible encontrarla, de hecho, casi ni encontramos el bazar local, aunque sí un puesto de curd donde compramos una cazuela de barro grande para la merienda o la cena. Un poco agotados regresamos al lugar donde estaban nuestras maletas y nos dirigimos a la carretera principal para coger un autobús, el rickshaw donde iban Rafa y Teresa con las maletas se ofreció a llevarles a Induruwa por 600 rupias (4 ó 5 euros), aceptamos la oferta, ellos dos irían con todas las maletas y Rakel y yo iríamos en autobús. Esta vez nos tocó uno local, apretujadas con decenas de personas en un trayecto de más de una hora para recorrer menos de veinte kilómetros. Cuando llegamos Rafa y el conductor estaban buscándonos por la nacional, mientras Teresa esperaba en una bonita casa de huéspedes donde el dueño también comenzaba a preocuparse por nuestra tardanza.

Costa sudoeste

Algunos dicen que en Sri Lanka están las playas más bellas del mundo, no es fácil decirlo ya que no hemos visto ni la mitad, pero cierto es que hay playas idílicas con sus palmeras y su arena blanca y fina.

Galle

Es la capital del sur con sus 100.000 habitantes. En la actualidad se diferencia claramente la ciudad nueva de la vieja, la primera se extiende junto a la nacional que va a Colombo, la segunda se encuentra fortificada junto al mar. Dentro de las murallas, en la zona más septentrional, se encuentra la torre del reloj que marca desde finales del 2004 la hora del tsunami, las 9:25, que afectó gravemente a las costas sur, este y oeste de Sri Lanka.

Máscaras

La costa oeste es famosa por sus máscaras trabajadas en madera y pintadas con tintes naturales. Estas máscaras no se usan simplemente como decoración sino que son usadas en danzas tradicionales. Cada máscara tiene su propia historia, puede representar a un dios, a un diablo, a un guerrero, a un rey o a un animal, el danzarín representa el papel con la máscara en la cara siguiendo un ritual muy antiguo.

En el Museo de Máscaras Ariyapala pudimos leer la historia de cada máscara, visitar la tienda con cientos de piezas diferentes y observar como los artesanos realizan sus labores, tallando y decorando con vivos colores cada máscara.