El puerto romano de Antalya
16 de octubre de 2005
La noche del 16 de octubre nos esperaba una sorpresa, algo que nunca habíamos visto. Habíamos leído y nos habían hablado de los fuegos de Quimera, pero eso hay que verlo. Serían más de las nueve de la noche cuando llegamos al puesto de control tras recorrer varios kilómetros de carreteras sinuosas. El guarda nos cobró la entrada: 2 millones cada uno y nos explicó que los fuegos se encontraban a aproximadamente un kilómetro de allí, teníamos que ascender unos veinte minutos por un sendero bien marcado.
Antes de ascender encontramos un cartel donde se explicaba la existencia de los fuegos. No llevábamos ni doscientos metros cuando Rafa quiso pararse para hacerle fotos a la luna, el cielo era todo un espectáculo. Mientras estábamos allí parados pasó una pareja de franceses de unos cincuenta años, ella ya iba jadeante. Tras saludarnos siguieron su camino. Llegamos a la zona de los fuegos unos diez minutos después. De debajo de las rocas, de unas pequeñas hendiduras salían llamas como si de una cocina se tratara. Si te acercabas a ellas sentías el gas que las mantenía vivas, un gas suave y dulce, muy extraño. Vimos unas treinta llamas de distintos tamaños en dos zonas separadas unos diez o quince metros, la naturaleza nos sorprendía de nuevo.
En aquel lugar sólo estábamos nosotros y los franceses. Cuando ya nos disponíamos a descender oímos gritar a la mujer. Nos acercamos hasta donde se encontraba, en el suelo, e intentamos ayudarla a levantarse, no podía. Estuvimos un rato esperando a que se recuperara, ella decía que se había roto algo, había oído un crujido, le dolía mucho. La situación se volvió incómoda, la mujer trataba fatal al marido, como si fuera tonto, y por otra parte no hacía ningún esfuerzo por levantarse; mientras el marido no era capaz de hacer nada, ni tomar decisiones, ni levantarla. Al final Rafa y yo les propusimos bajar y pedir ayuda, ella dijo que sí, que llamáramos a una ambulancia, y empezó a decir que necesitaba morfina y algo para entablillarle la pierna. Bajamos y le contamos al guarda lo que había pasado. Otro trabajador más joven llamó por teléfono y pidió la ambulancia, y acto seguido subió a ver lo que ocurría. Como nos sentíamos un poco responsables decidimos quedarnos allí, preparar algo para cenar y esperar a ver el desenlace. Al rato bajó el chico y nos dijo que la mujer seguía sin querer moverse del sitio, media hora después llegó la ambulancia.
Un enfermero y una enfermera subieron con ese chico a ayudar a la mujer. El camino, aunque relativamente fácil, no permite el transportar a alguien en camilla, así que al final la tuvo que bajar a cuestas el chico, ¡y el marido sin mover un dedo! No nos lo podíamos creer cuando les vimos llegar. Por fin la tumbaron en la camilla y se la llevaron a un hospital a veinte o treinta kilómetros de allí. La mujer estaría fatal pero le sobraban fuerzas para increpar a su marido con comentarios fuera de lugar, y el hombre, mientras, superado por la situación había perdido el norte y los papeles ¡Vaya numerito! Los trabajadores del lugar nos dijeron que podíamos dormir allí mismo, así lo hicimos.
Por la mañana nos dirigimos a Antalya, una de las ciudades más bonitas del sur de Turquía. Comimos junto a una playa al norte de la ciudad, y por la tarde nos acercamos al centro a visitar la ciudad. Desde el mirador donde está la estatua de Atatürk, en la plaza Cumhuriyet Meydani, las vistas permiten hacerse una idea de cómo es la ciudad. Descendimos entre tiendas de recuerdos hasta el puerto, antiguo puerto romano, ahora puerto deportivo con algunos yates y barcos de excursiones. Paseando de vuelta hacia la furgoneta salimos del barrio de Kaleiçi, por la Puerta de Adriano, la edificación más antigua de la ciudad.
No pensábamos cenar fuera, pero ya era tarde y nos pareció buena idea picar algo por la ciudad. En unos puestos de kebap vimos que cocinaban el equivalente a los ‘zarajos de Cuenca’ y quisimos probar. Al entrar en el restaurante vimos que tenían piernas de cordero con muy buena pinta, así que ya sabíamos que pedir, una ración de pierna de cordero y una de zarajos. En la mesa de al lado se sentaron una pareja de alemanes que ya conocían el lugar y a los veinte minutos les trajeron un plato de carne para veinte personas, algo monstruoso. Antes de servirnos nos pusieron un montón de platos sobre la mesa: ensaladas, aceitunas, etc, según ellos el servicio. La verdad es que caímos como tontos, siempre preguntamos antes los precios, pero esta vez nos descuidamos y cuando llegó la cuenta no dábamos crédito, como en España: 50 millones (unos 30 euros), la ración de pierna de cordero nos salió por 32 millones. Un poco apesadumbrados pagamos y nos fuimos a casa pensando en que al día siguiente nos tocaba la revisión de la furgoneta, y que nos darían otro palo.
Dormimos junto a la playa y por la mañana volvimos a la ciudad para recorrer el bazar y hacer unas compras. El bazar resultó no ser muy atractivo y enseguida nos fuimos en busca de mercados locales donde comprar fruta y verdura, y algo de carne. Ya estábamos listos para salir de la ciudad y buscar un taller para la puesta a punto. Preguntamos a unos policías que nos indicaron un centro Volkswagen junto a la carretera del aeropuerto, la misma que sale de la ciudad hacia el este, nos venía muy bien. Allí nos presentamos y resultó ser un superconcesionario con un enorme taller, todo muy moderno e informatizado, como si estuviésemos en Madrid. Nos dieron un presupuesto de 200 millones (unos 120 euros) por el cambio de aceite, del filtro del aceite y la revisión. Nos atendieron inmediatamente y estuvimos con el técnico todo el tiempo (algo poco común según nos dijeron).
Cambió el filtro de aceite, el del aire (ese se lo dimos nosotros que teníamos dos de repuesto) y el aceite; después revisó las soldaduras del tubo de escape y les aplicó un producto, luego fue el turno de los frenos y los neumáticos, así un etcétera que incluyó hasta la revisión de las escobillas y el chequeo de puntos críticos con un ordenador conectado a nuestro salpicadero. No salíamos de nuestro asombro y ya pensábamos que nos iban a cobrar el doble (como nos ocurrió en Croacia), pero nada más lejos de la realidad, nos cobraron la mitad, sólo 100 millones: ¡60 euros por un trabajo excelente!
Felices y contentos pusimos rumbo a Konya, la ciudad de los Derviches Danzantes, atravesaríamos los Montes Taurus con sus enormes montañas.
Antalya
Esta animada ciudad del mediterráneo turco tiene más de medio millón de habitantes. En la zona turística (el barrio de Kaleiçi) se pueden encontrar tiendas con todo tipo de artículos de artesanía, hostales y alojamientos para todos los bolsillos, y un sinfín de muestras de arquitectura otomana. Las casas típicas otomanas poseen dos plantas y en la segunda de ellas presentan balcones de madera. Esta arquitectura se puede observar en otros países invadidos en algún momento por el imperio otomano, como en Bulgaria y Grecia.
El puerto de Antalya data del siglo II a.C.. Fue un importante puerto romano en la antigüedad, y hasta bien entrado el siglo XX. En estos momentos sólo se utiliza para amarrar algunos yates y las embarcaciones que realizan tours de un día por los alrededores.
Los fuegos de Quimera
Los eternos fuegos de Quimera. Resulta difícil explicar este lugar, nunca hemos visto nada igual. Desde varios puntos del suelo salen unas llamas de distintas intensidades, el olor a gas cerca de ellas es bastante fuerte.
Aunque las leyendas cuentan que se desconoce la composición del gas que las mantiene vivas, a la entrada del lugar hay un cartel explicativo con todos los datos.
Parece ser que están perdiendo intensidad y que antiguamente los pescadores y marineros las observaban desde mar adentro y se guiaban por ellas para su vuelta a casa.