Arquitectura otomana en Safranbolu
17 de enero de 2006
El tiempo no parecía mejorar, aunque lo peor estaba aún por llegar al final de esa semana. Y así, con esa lluvia que nos acompañó cada día durante la visita de Jorge y Carlos, nos despedimos de Estambul. Del aeropuerto regresamos sobre nuestros pasos hasta una de las desviaciones que lleva a la autopista, çevreyolu en turco. No tardamos en llegar al puente que separa Asia de Europa y de nuevo cambiamos de continente, esta vez un poco tristes, ahora si que no sabíamos cuando recibiríamos la próxima visita.
Safránbolu, nuestra siguiente parada en el camino, se encuentra a unos 390 kilómetros de Estambul. Era demasiado tarde para recorrerlos esa tarde, y además no recordábamos lo pesada que se hace la carretera hasta Izmit, a tan sólo 50 kilómetros de la gran metrópoli. En una estación de servicio cercana a esa localidad paramos a dormir, aunque parecía muy segura un guardia de seguridad nos hizo movernos cerca del acceso al restaurante a las dos de la mañana, ¡nos lo podía haber dicho antes!
Recorrimos los kilómetros que quedaban lentamente y no llegamos a nuestro destino hasta la una de la tarde. Atravesamos el pueblo con la furgoneta comprobando lo escaso del aparcamiento, y vislumbrando lo que nos esperaba entre sus calles. Saliendo por otro de los accesos encontramos una mezquita con una zona para aparcar muy grande y allí nos plantamos. El imán vino enseguida a saludarnos y darnos la bienvenida, más tarde lo haría su sonriente mujer. Dado que hacía mal tiempo y estábamos un poco fatigados de los últimos días, decidimos no acercarnos hasta el día siguiente, y ocupar las siguientes horas en ordenar el interior del vehículo y trabajar en la web.
Por la mañana, después de desayunar, fuimos a despedirnos del imán y su familia, como no, acabamos sentados en su sofá con un vaso de té caliente en la mano, seguido de un plato con jugosas manzanas. Durante la conversación le preguntamos la distancia al pueblo, habíamos visto que un camino de tierra descendía en esa dirección, nos dijo que unos quince minutos, nos recomendó dejar allí el vehículo y pasear. Era una idea excelente, hasta parecía que el cielo se abría por fin dejando ver el sol, teníamos que aprovechar el momento.
Llegar paseando hasta el pueblo permitió una buena toma de contacto. El camino se adentraba en un valle e iba dejando a su paso granjas donde ya se podía observar la arquitectura tan peculiar. Cruzamos un riachuelo y comenzamos a ver mansiones destartaladas, de dos o tres plantas, desperdigadas por las laderas. A la izquierda, junto al curso del riachuelo, vimos una mezquita con un minarete de madera, a la vuelta volveríamos por ese camino para fotografiarlo.
Llegamos al pueblo por el este y lo primero que nos llamó la atención fue un edificio de piedra enorme claramente restaurado. Es un caravasar (o caravanseray, o han) conocido como Cinci Hani, que data de 1645; actualmente ya no cumple las funciones para las que fue construido, ahora es un hotel. Dejamos el caravasar a la derecha y atravesamos una plaza con varios puestos de recuerdos. Sin rumbo fijo anduvimos observando los talleres de artesanos, en uno de ellos un hombre trabajaba en una silla de montar; y pocos metros después nos topamos con una de las casas museo que se pueden visitar: Kileçiler Evi.
Éramos los únicos visitantes en el lugar, aunque no los únicos turistas en el pueblo, de nuevo un grupo de japoneses nos sorprendería media hora más tarde en la plaza principal. Nos demoramos veinte minutos en la casa, tomando fotografías y escudriñando cada rincón. Las chicas de la entrada nos habían dado unas bolsas modelo gorro de baño para ponérnoslas en los pies, Rafa tardó medio segundo en romper una, no me extraña, eran muy pequeñas.
De nuevo paseando llegamos a la plaza principal, donde se encuentra la oficina de turismo. Allí nos dieron unos panfletos y nos explicaron los lugares de interés; ya habíamos visto buena parte de lo que nos comentaron, nos faltaba subir a una de las colinas, donde se encuentra el ayuntamiento. Desde este lugar las vistas del pueblo eran excepcionales, y en el camino seguimos disfrutando de las casas otomanas.
Como no teníamos prisa y el sol acompañaba la jornada, seguimos caminando por las calles en busca de tesoros ocultos. En el patio de una de las mezquitas encontramos este reloj de sol que muestra la fotografía de la derecha. También, y gracias al mapa que nos habían dado, hallamos el araasta bazar, un bazar abierto con tiendas de artesanía y recuerdos, claramente enfocado al turismo.
De vuelta no olvidamos la mezquita con el minarete de madera. Para llegar hasta ella recorrimos lo que ya en vez de calles parecían caminos, no sólo por la falta de asfaltado o adoquinado de los suelos sino por la apariencia de las casas. El camino discurría paralelo al riachuelo y los accesos a las viviendas se hacían gracias a puentes de piedra que conducían directamente hasta los grandes portalones de madera. Al final nos esperaba la mencionada mezquita, con su curioso minarete que tanto llamó nuestra atención esa mañana.
Ya en la misma puerta de la furgoneta nos despedimos de Ramazan, el imán, y su mujer, no sin antes rechazar una amable invitación a comer.
El mar Negro nos esperaba, nuestra primera parada sería Amasra, y luego recorreríamos los casi quinientos kilómetros que la separan de Samsun. Ignorábamos que en este recorrido nos aguardaban grandes sufrimientos…
Arquitectura de Safranbolu
Safranbolu es conocido en toda Turquía por guardar en sus calles las mejores casas de estilo otomano del país. Muchas de ellas ya han sido restauradas, pero muchas otras esperan aún ser restauradas en el futuro. El pueblo ha sufrido grandes mejoras desde mediados de los años 70, cuando el ayuntamiento local y más tarde el gobierno central se dieron cuenta del potencial turístico del lugar. Veinte años más tarde, en 1994, la UNESCO lo declaró Patrimonio de la Humanidad.
El pueblo está dividido en varias zonas, hay una zona moderna y dos barrios antiguos:Çarsi y Baglar. En el momento de mayor auge económico los ciudadanos de Safranbolu poseían dos viviendas, una para el verano en Baglar, donde el clima es más fresco, y otra para el invierno en Çarsi, barrio encajonado en tres valles y al abrigo de los vientos.