El reino de Trebisonda
11 de febrero de 2006
La mañana que llegamos a Trabzon, la antigua Trebisonda y la arcaica Trapezun de los jonios, brillaba el sol de nuevo para nuestra sorpresa.
Entrando a la ciudad por el oeste, dos kilómetros antes de llegar, se encuentra la iglesia-museo de Aya Sofia, en un alto con vistas al mar. El lugar es muy acogedor, con su jardín, su tetería y varios bancos donde sentarse a descansar o pasar el rato. Le dedicamos más de media hora a la visita, tal vez más de lo necesario pero estábamos ávidos de imágenes que no fueran la nieve, la lluvia y el interior de nuestro hogar. Primero la rodeamos disfrutando del exterior, la cúpula típica de las iglesias armenias, varios arcos con relieves, un buen ejemplo de las iglesias que se pueden ver por la región en verano, cuando las carreteras se hacen transitables a los vehículos. Allí mismo, en la terraza-salón de té, nos tomamos un çay dejando que nuestras caras volvieran a sentir los rayos del sol.
Éramos conscientes de que aquello no duraría mucho, las previsiones que leíamos por internet anunciaban nieve y frío para los siguientes días, a punto estuvimos de acercarnos esa misma mañana al Monasterio de Sumela, a unos cincuenta kilómetros. No lo hicimos, en su lugar fuimos al Monasterio de Kaymakli, a las afueras de la ciudad, para ello tuvimos que descender por un camino semiasfaltado por el que no estábamos seguros de que fuera fácil regresar. Cuando nos estábamos arrepintiendo llegamos al lugar, en lo que había sido la iglesia y las dependencias del monasterio encontramos unas granjas, la iglesia había sido transformada en granero y cuadra para las cabras, pudimos verlas por una apertura, las otras dependencias se usaban para esas actividades y para acumular leña. El lugar no tenía desperdicio, el hijo del dueño lo enseñaba amablemente bajo la mirada curiosa de varias mujeres, que se asomaban a las ventanas de las casas. Este chaval nos dijo que podíamos regresar siguiendo el camino hacia la carretera principal, no sabíamos si fiarnos, esto no es un todo terreno, pero le hicimos caso, menos mal que no había llovido recientemente y el piso estaba seco porque sino no habríamos llegado abajo nunca. En la enésima curva de ciento ochenta grados un enorme camión obstaculizaba el paso, todo el vecindario salió a mirar quién descendía por aquel lugar, miles de ojos se posaron en nuestro vehículo, un hombre sonriente movió el camión a un lado mientras una mujer me abrazaba y sonreía como si fuera su nieta.
El segundo día en Trabzon lo dedicamos a visitar la ciudad, muy animada por ser fin de semana, vimos el mercado donde aprovechamos para hacer pequeñas compras y luego el centro, donde en un internet café chequeamos entre otras cosas en tiempo. No iba a mejorar esos días, todo lo contrario, a mitad de semana nevaría y las temperaturas descenderían bruscamente en todo el país, en aquel momento no decidimos si emprenderíamos el camino hacia la frontera esa semana o esperaríamos más.
La parte vieja de la ciudad se extiende en lo más alto hacia el oeste, se pueden observar restos de murallas y numerosas mansiones de estilo otomano muchas de ellas en proceso de restauración. Ya había comenzado a llover un rato antes y nuestras ropa mostraban claros síntomas de futuro constipado, nos volvimos a casa callejeando hasta el mar, donde habíamos aparcado horas antes, en este trayecto pudimos ver numerosas mezquitas que antes habían sido iglesias, los ladrillos, las cúpulas y las estructuras no dejaban lugar a duda.
De nuevo a salvo de las inclemencias meteorológicas nos planteamos qué hacer, intentaríamos ir a Sumela, el monasterio suspendido en un risco, al día siguiente, no había nevado en los últimos diez días y seguramente el acceso estaría despejado. Condujimos los casi treinta kilómetros que separan la localidad de Maçka de Trabzon y aparcamos para pasar la noche, aún no había anochecido, nos dio tiempo a dar un paseo por el lugar. Esa noche el tiempo nos volvió a jugar una mala pasada, nos despertamos con un metro de nieve, ¡no podía ser verdad!, el infierno blanco nos perseguía. Las calles estaban intransitables y no paraba de caer ese polvillo al que estamos cogiendo tanta manía, así no podíamos subir al monasterio, la carretera aunque asfaltada no era muy buena, una carretera de montaña al fin y al cabo, tendríamos que recorrer más de quince kilómetros montaña arriba.
Volvimos a chequear el tiempo en internet, los pronósticos no eran muy alentadores, hasta el viernes como muy pronto no dejaría de nevar, también comprobamos que la embajada de España en Teherán seguía sin contestar a nuestro email. Un tanto desesperados regresamos a Trabzon, unos kilómetros al oeste paramos, no dejaba de nevar.
Era martes y teníamos que hacer tiempo hasta el viernes 17, recordamos una gasolinera donde habíamos dormido un día a veinte kilómetros de Trabzon, el gerente era un hombre de cincuenta años, nos había tratado muy bien, seríamos bien recibidos allí, quizás pudiésemos pasar un par de noches mientras volvía la calma.
Efectivamente Hamdi se alegró enormemente de vernos de nuevo por allí, el primer día sólo compartimos unos tés con él y los chicos de la gasolinera, muy simpáticos también. El segundo día nos invitaron a comer una pizzas locales con mucho queso y mucho aceite, estaban deliciosas, aquel día la conversación con Hamdi se extendió durante horas, no hablaba inglés, pero con nuestro poco turco y sus ganas de hablar y de entenderse la comunicación fluyó. Al día siguiente seguimos hablando los tres toda la mañana, mientras la nieve no cesaba de caer, esa mañana de jueves nos despediríamos de él y las maravillosas conversaciones que tuvimos, pero no nos dejaba ir y al final nos lió de nuevo hasta la tarde. Nos llevó a comer a un restaurante junto al mar donde comimos köfte y ensalada hasta reventar, en los ventanales el mar se veía embravecido, la tormenta estaba lejos de amainar.
La despedida fue emotiva y no olvidó darnos la dirección de email de su hijo, que se pasa el día frente al ordenador y sí habla inglés, intentaremos mantener el contacto. Vuelta hacia Maçka, para hacer aún más tiempo dormimos a mitad de camino, la nieve aún caía, seguramente no se podría subir al monasterio tan pronto.
El viernes 17 nos levantamos con un cielo espléndido, azul, sin rastro de nubes, quizás tuviésemos suerte por fin…
El Reino de Trebisonda
La ciudad data del siglo VII a.C. cuando habitantes de la mediterránea ciudad de Mileto desembarcaron en Sinop y formaron varios asentamientos, entre ellos Trapezus.
Su mayor auge fue entre los siglos XIII y XV, durante los cuales la familia de los Comneno fundó un imperio tras la caída de Constantinopla ante los cruzados. Se mantuvo a flote gracias a frágiles alianzas con sus vecinos y al comercio con Persia. Finalmente cayó bajo el dominio otomano en 1461.
La colonia griega que cohabitaba con los otomanos se mantuvo en la ciudad hasta poco después de la guerra de la Independencia, cuando vieron truncado su sueño de formar una república independiente tras la I Guerra Mundial. En las calles de la ciudad se puede comprobar lo abundantes que eran las iglesias, ahora convertidas en mezquitas.