Las doce pruebas de Asterix

7 de diciembre de 2005


Hacía 6 ó 7 días que habíamos pasado la frontera Turco-Siria en Akçakale, donde nos dieron la sorpresa de no tramitar visados, haciéndonos ir a otro paso más importante, concretamente Kiliç. Nos quedaba un día de visado, así que en un principio íbamos con bastante desahogo. Habíamos pasado unos buenos días en la zona de Nemrut Dagi, queríamos hacer el trámite lo antes posible para continuar nuestro camino hacia Capadocia, las fronteras no suelen ser lugares muy ociosos. Ni nos pudimos imaginar el infierno que nos esperaba.


Frontera-Turco-SiriaEn el primer paso nos pidieron el Tríptico (el visado del coche, para entendernos), se lo dimos sin más, ya que no pensábamos salir del país. Entramos decididamente en el edificio, donde en un pequeño mostrador, tres policías se afanaban en tramitar el paso de camioneros algo nerviosos. Nosotros íbamos a tiro hecho, con los pasaportes en una mano y los 20 dólares de los visados en la otra. Cogieron los pasaportes y se pusieron a mirarlos, «España«, decían, esbozando una media sonrisa y pasando las hojas del pasaporte sin mucho rigor, y en donde el policía pilló algo de espacio nos plantó el sello de la frontera. Les explicamos la situación, lo que nos habían dicho en la frontera de Akçakale y que queríamos un nuevo visado.

Uno de ellos nos miró y nos dijo «Suriye, Suriye«, Silvia y yo nos miramos y nos quedamos blancos, ¿estaban intentando decir que teníamos que pasar a Siria?, con todo lo que eso conllevaba. Sin saber muy bien qué decir ni hacer cogimos la furgoneta y fuimos hacia donde hacen filas los camiones y turismos para pasar la frontera. Un hombre que parecía controlar el asunto se acercó y, ¡¡HABLABA INGLÉS!! Le explicamos el problema y el hombre, haciéndonos un favor, nos acompañó donde la policía y les explicó que si entrábamos en Siria, tendríamos que pagar por los trámites del coche y demás unos 180 dólares. Tras ponerse a discutir entre ellos, el hombre nos dio la dura respuesta, teníamos que entrar en Siria. Éste fue el momento en el que Silvia se enfadó y dijo que no iba a ir a Siria, que nos dieran otra solución, que nosotros no teníamos la culpa del fallo que habían cometido en Akçakale, al no decirnos que teníamos que volver a entrar en Siria. Razón no la faltaba. Al preguntarle al hombre si había otra salida nos dijo que no, que ellos no podían poner un sello de salida del país sin el de entrada del otro, o viceversa, de tal modo que necesitábamos cuatro sellos, ¡¡UNA LOCURA!!

A la desesperada, e intentando reducir el gasto que se nos venía encima lo más posible, les preguntamos si podíamos dejar el coche en la frontera turca e ir andando a la Siria. Tampoco hubo suerte, ya que las fronteras por las que habíamos pasado tenían registrado que entramos con coche, por lo tanto debíamos salir con coche. Entre tanto lío, nos habían cancelado el sello que nos habían puesto. Silvia seguía convencida de no volver a entrar en Siria. En esta situación nos encontrábamos con dos soluciones, tragar y volver a Siria con el coche a que nos pusieran los sellos o quedarnos en la zona fronteriza, a lo Tom Hanks en la Terminal. Yo ya iba rememorando el árabe.

Convencí a Silvia para entrar en Siria, era la única solución, aunque era una auténtica faena. Recorrimos los dos kilómetros hasta el último paso turco, donde nos pidieron el Tríptico (el que nos habían cogido en uno de los primeros controles), sin el no podíamos pasar, vuelta para atrás. Nos acompañaron a recoger de nuevo el tríptico. Volvimos con el dichoso papelito y esta vez no nos pusieron pegas para abrirnos la frontera. Ahora faltaba Siria.

En el edificio sirio se acumulaban decenas de personas colándose y empujándose unas a otras, afortunadamente un hombre nos vio y se percató de que éramos extranjeros, se lo comentó a un oficial y nos dieron un trato especial. Le explicamos al hombre la situación y le dijimos que no queríamos visitar el país, que simplemente queríamos que nos sellaran los pasaportes, nos llevó a hablar con otro hombre, uniformado y muy correcto, que nos explicó que no había otra solución que entrar en el país durante unas horas, además de ir con el coche. A nosotros nos parecía un sin sentido total, pero finalmente cedimos, ya estábamos realmente agotados. Ahora faltaban los papeleos, aunque ya un tanto resignados nos lo tomamos con más calma. En una sala sucia y cochambrosa un hombre preparaba uno de los documentos necesarios para entrar en el país, nos invitó a entrar y a tomar té. No paraba de recibir dinero bajo cuerda de las personas que pasaban por allí, como muestra de agradecimiento, algo muy instaurado, natural, así que no nos sorprendió demasiado, al igual que no nos sorprendió que echara de malos modos a aquellos que no le vinieran con dinero. Después de cuatro o cinco papeleos más entramos en Siria, para darnos la vuelta enseguida. Aunque se nos ocurrió sacar algo de provecho de la visita obligada, llenamos el depósito hasta arriba, al igual que un barril de veinte litros, fue una pequeña compensación. En Siria nos costaba llenar el depósito ocho euros, mientras que en Turquía nos costaba unos cien euros.

Volvimos hacia la frontera siria, aún no había terminado la agotadora aventura, pero ya teníamos los pasaportes en regla para pedir el nuevo visado. El paso hacia Turquía era un caos de coches, que incluso se daban golpes entre sí, la gente se apiñaba en una cola, con grandes bolsas negras, se gritaban entre sí, mientras un par de oficiales controlaban la situación como podían, incluyendo algún que otro empujón. Era una locura y, Silvia y yo, rodeados de coches y gente por todos los lados. No recuerdo muy bien cuánto tiempo pasamos en ese pasillo. Por fin llegamos a Turquía, donde tuvimos que tramitar un nuevo tríptico y un nuevo visado. No tenían de tres meses, así que nos pusieron uno de quince días, y nos pusieron con bolígrafo que era de tres meses.

Lo habíamos conseguido. Entramos en Kiliç sobre las 2 PM. y salimos a las 9:30 PM. El visado, en vez de costarnos 20 dólares, nos salió por 172 dólares. Pero aprendimos tres cosas ese día, que en las fronteras hay que buscarse la vida por uno mismo, que se sabe cuándo se entra pero no cuándo se va a salir y que es mejor dejar los países por fronteras transitadas, para evitarte sorpresas desagradables como la nuestra. Para colmo el bidón de gasoil se cayó en la furgoneta, dejando un penetrante olor que duró varios días. Un día redondo.