El mar negro, de Amasra a Samsun

18 de enero de 2006

Amasra es la población más bella del oeste del Mar Negro, y una de las más animadas en invierno. Restaurantes, bares, hoteles y hasta un mercadillo de artesanos se encontraban abiertos la tarde que arribamos a su puerto. Y allí mismo, junto a la fortaleza, nos quedamos dos días con sus respectivas noches. Seguramente en verano nos hubieran dicho que aparcásemos en otro lugar, pero el invierno transforma los pueblos costeros, haciéndolos más hospitalarios para los vehículos.

Mar-Negro-VIEsa tarde el tiempo estaba desapacible, a pesar de ello se nos había dado bien la carretera y habíamos tardado muy poco en llegar. El paseo vespertino desembocó en un internet café, antes de abandonar Amasra actualizaríamos la web allí mismo.

La mañana del 18 de enero el sol nos regaló magníficas temperaturas para visitar la ciudad, nos hicimos ilusiones de que quizás el tiempo nos iba a tratar así de bien en nuestro recorrido por el mar Negro. Nos dimos un largo paseo por el pueblo, entre las dos playas un pequeño itsmo se adentra en el mar, allí se encuentra la ciudad vieja a la que se accede por un puente con capacidad para un único vehículo. La parte más bonita se encuentra antes de cruzar dicho puente, subiendo alguna de las calles que llevan hacia la fortaleza. Allí un niño muy simpático nos enseñó algunos escudos bizantinos y un mirador en lo alto de la muralla, interrumpiendo su juego con un balón. Fue durante este paseo que conocimos a otro turco enamorado de una española, debe estar de moda en el país; éste, según nos comentó, mantenía una relación con una tal Flores desde hacía varios años.

Mar-Negro-IIEstábamos muy a gusto en Amasra pero no podíamos quedarnos mucho tiempo por diversas razones: en invierno la batería se nos gasta más rápido porque paramos temprano, y eso conlleva que pongamos la calefacción, que usemos más el portátil y las luces, por lo que no solemos pasar más de dos noches en el mismo lugar al menos que tengamos una conexión eléctrica cerca. Por otra parte queríamos llegar a Ankara antes de final de mes para gestionar el nuevo pasaporte de Rafa, y los visados de algunos países.

Esa segunda mañana en Amasra el día se levantó gris; nos despedimos de ella con intención de recorrer los cuarenta y seis kilómetros que nos separaban de Kurucasile. Según habíamos leído se trataba de un pueblo agradable, dedicado a la construcción de barcos.

La carretera era infernal, llena de baches y con un trazado serpenteante con muchas pendientes, parecía que estuviésemos en una carretera de montaña de Asturias o Cantabria. En realidad era algo parecido, la costa entre Amasra y Sinop es muy abrupta, las montañas están muy cercanas al mar, tanto que la carretera se dedica a subir desde los pueblos del mar hasta los pueblos de montaña y de estos últimos descender de nuevo al mar. Mirando el mapa nunca habríamos pensado que fuera así, parecía una simpática carretera de costa.

Este primer tramo se nos hizo agradable, nos acercamos e ver la playa de Bozcöy, completamente desierta en estas fechas, y disfrutamos del paisaje otoñal de las montañas, con sus tonalidades verdes y marrones.

Mar-Negro-IIINuestra llegada a Kurucasile no pudo ser más apoteósica. Giramos en la calle donde se encontraba la mezquita, por la que se llegaba al puerto, al terminar el giro nos vimos frente a unas decenas de hombres rezando en la calle. Menos mal que había un sitio donde aparcar a la derecha, allí nos quedamos unos minutos pensando si dejar el coche o esperar a que acabasen. Nos pareció extraño que estuvieran allí, la temperatura no acompañaba, en pocos minutos las dudas se disiparon, ocho de esos hombres elevaron del suelo un ataúd y comenzaron a caminar hacia nosotros. Esperamos a que pasara la comitiva y continuamos hasta el puerto, ¡qué oportunos habíamos sido!

Aparcamos en un rincón del puerto, cerca se veían los esqueletos de madera de algunos barcos, pero nadie trabajando en ellos. El pueblo no tenía muy buena pinta, la playa estaba sucia y dejada y todo estaba medio desierto. Lo visitamos en menos de una hora, quizás en verano esté más animado, en invierno deja mucho que desear. Para mejorar lo presente comenzó a llover y a hacer más frío. La lluvia no cesó de caer toda la noche y la mañana se presentó con un gran temporal de olas de cinco o seis metros que saltaban el espolón. Entonces pareció que el pueblo se despertaba un poco, varios grupos de hombres se acercaron al puerto sorprendidos por las olas, esto no debía ser muy normal por estas latitudes. El temporal de frío siberiano que ha azotado Turquía este mes de enero empezaba a dejarse sentir en el mar Negro, en las noticias de los siguientes días se hablaría de muertos por el frío en la frontera con Grecia y de temperaturas por debajo de -20 ºC.

Mar-Negro-VNo éramos muy conscientes de que si el tiempo se presentaba así junto al mar peor sería en la montaña. Tranquilos nos pusimos de nuevo en camino, conducía Rafa. Pasamos una primera zona de montaña que nos llevó hasta una playa kilométrica que acababa en Cide. Pensábamos haber parado allí pero no nos gustó nada y decidimos continuar hasta Inebolu. La carretera ascendía de nuevo y la nieve comenzó a hacer acto de presencia, las temperaturas no llegaban a 0 ºC. Los primeros cuarenta kilómetros los recorrimos sin problemas, la nieve no había cuajado nada, circulábamos tranquilos. Pero de repente el temporal arreció y la nevada se intensificó, en una de las subidas un dolmus (furgoneta que funciona para el servicio de pasajeros) se paró junto a nosotros y el conductor, como pudo, nos explicó que sólo podíamos continuar si teníamos cadenas. Por supuesto que teníamos, pero lo que no teníamos eran ganas de ponerlas. Le agradecimos la información y continuamos con precaución, nos había dicho «tres kilómetros», no sabíamos si se refería a que en tres kilómetros teníamos que ponerlas o si tan sólo durante tres kilómetros. La carretera nos indicó el momento, comenzábamos a patinar y los acantilados no permitían andarse con bromas. Paramos y nos pusimos a la tarea, era la primera vez que ponía unas cadenas, Rafa ya lo había hecho con su padre en alguna ocasión. Resultó bastante engorroso porque no dejaba de nevar y hacía mucho frío, pero al rato ya estaban, aunque una de ellas estaba rota, un conjunto de eslabones estaba separado de su sitio, faltaba el enganche. En cuanto comenzamos a andar la furgoneta ganó tracción y pudimos continuar sin problemas. Demasiado nos confiamos con ellas y aceleramos más de lo debido, en un alto la furgoneta patinó y a punto estuvimos de no contarlo. Estábamos junto a un acantilado de más de 100 metros, menos mal que la furgoneta es muy pesada y tarda en coger inercia, y que justo en ese lugar la carretera se ensanchaba por una parada de autobús. En ese momento no pensamos muy bien en lo que había pasado, enderezamos el vehículo y continuamos, más tarde nos daríamos cuenta de la trascendencia del momento.

Esta claro que fue la falta de experiencia la que nos jugó esta mala pasada, ese día aprendimos a conducir con cadenas, ni frenar ni acelerar ni cambiar de marchas, tan sólo circular suavemente y a menos de 40Km/h.

Pudimos quitar las cadenas un poco después, aunque aún nos quedaban algunos kilómetros por recorrer; la nieve no cesaba de caer. Por fin, exhaustos, llegamos a Inebolu. La primera impresión fue bastante mala, como en muchos de los pueblos del mar Negro.

Mar-NegroComimos algo y descansamos hasta el anochecer, luego fuimos a inspeccionar el pueblo. Era bastante grande y estaba muy animado, con muchas tiendas y salones de té llenos de humo y hombres jugando al domino o a las cartas. Encontramos un par de internet café y en uno de ellos nos resguardamos del frío que atenazaba nuestros músculos. Allí pasamos una hora, el encargado nos invitó a una taza grande de té. Antes de marcharnos intercambiamos unas palabras sobre el tiempo y las carreteras, si la cosa no mejoraba tendríamos que pasar ahí más de una noche.

Conocíamos previamente la existencia de esta población turca por un amigo de Michalis en Atenas, Vladimir, cuya familia tiene orígenes en Inebolu. Ésta, como muchas poblaciones del mar Negro, fue uno de los últimos reductos de la población griega en Turquía antes del intercambio de población llevado a cabo en los años veinte.

Mar-Negro-IVAl día siguiente pensábamos que pasaríamos otra noche allí pero el cielo se abrió dejando paso al sol y eso nos animó a continuar, no teníamos ningunas ganas de quedarnos atrapados. Aunque había bastante nieve en la carretera no tuvimos necesidad de volver a poner las cadenas, y así, circulando muy despacio de pueblo en pueblo, llegamos a Çatalzeytin.

Si Inebolu no nos gustó mucho éste aún menos. Quizás el verano o la primavera otorguen otro aire más atractivo a estos pueblos, pero el invierno no. Nada más llegar aparcamos cerca del paseo principal y fuimos a comprar algo de agua; en una papelería nos abastecimos de pegamento (no penséis mal, el superglu sirve para mil cosas) y compramos un montón de canicas para regalar a los niños. El temporal volvió a arreciar esa tarde, pasamos el día vegetando o hibernando cual osos, sólo hicimos una pequeña escapada nocturna para llamar a Inés y felicitarla por sus 30 años.

La mañana, en cambio, nos dio otra tregua y el sol nos acompañó mientras rellenábamos el depósito de agua bajo la mirada curiosa de unos cuantos hombres.

Ese día fue uno de los más agradables desde Amasra, el trayecto discurría primeramente por pueblos de montaña muy nevados, pero luego el paisaje cambió, suavizándose en colinas verdes y pueblos con casas de madera. Las montañas se alejaban del mar y el sol permitió que no viésemos nieve en un buen rato ¡no nos lo creíamos! Hasta la naturaleza parecía volver en sí, vimos un par de águilas, vacas y garzas junto a las marismas.

Pero la nieve volvió esa misma tarde, y parece que con más ganas. Cuando comenzó ya estábamos aparcados en el parking de un hotel a las afueras de Sinop, en la playa de Karakum. No nos movimos de allí hasta la mañana siguiente, y no necesitamos cadenas para hacerlo porque la carretera descendía, y no ascendía, hacia la ciudad. Aparcamos bajo una de las torres de la fortaleza y salimos bien abrigados, nos dio lo mismo, a los diez minutos ya no sentíamos los dedos de los pies (síndrome Oyarzabal). Nos recuperamos tomando un çay y un pastel en una cafetería y de nuevo nos lanzamos a la batalla. El calor no nos duraba nada en el cuerpo, de nuevo empezábamos a congelarnos. Visitamos la mezquita y la madrasa Alaettin y emprendimos el camino de vuelta a la furgo, no se podía estar en la calle, los copos eran grandes como puños y se nos colaban entre las mil capas de ropa que llevábamos, ¡un infierno! Esa noche, cuando paró de nevar, salimos a patinar por la calle, la capa de hielo que se había formado sobre el asfalto sería de varios centímetros. Por la mañana fuimos a un internet café, nos estamos aficionando mucho con este frío, es otra excusa más para entrar en calor. Y, como no nevaba, recorrimos el paseo marítimo, las aguas estaban plagadas de cormoranes sumergiéndose para saciar su apetito.

Volvimos a la carretera con la convicción de no volver a poner las cadenas, si la cosa se ponía fea pararíamos en cualquier pueblo de montaña. Estas cosas nunca se pueden decir porque son preludio de todo lo contrario, a la media hora la nieve y el hielo eran dueños de la calzada y nos tocó volver a ponerlas. No sabemos si las pusimos mal o si la suerte nos abandonó, pero ese eslabón perdido de una de ellas hizo que un neumático reventara a tres kilómetros de nuestro destino, nuestro ángel de la guarda nos estaba abandonando. Quitamos las cadenas y cambiamos la rueda con ayuda de un hombre y su hijo que se pararon a socorrernos siguiendo las premisas de la hospitalidad de este país.

En la primera gasolinera de Gerze, un pueblo de mar que en esos momentos parecía de montaña alpina, nos paramos a mirar la presión de las cuatro ruedas, y allí nos quedamos las dos siguientes noches, esperando a que de una vez por todas el temporal siberiano nos dejara en paz. Kaan y su padre regentaban el negocio y nos acogieron amablemente, invitándonos a cafés y chucherías en todo momento. A los diez minutos de llegar vino un chico a recoger la rueda pinchada, y volvió al cabo de media hora con una rueda nueva y el tapacubos que habíamos perdido no sabemos donde. Parece ser que el padre llegó a la tienda de neumáticos diciendo que se había encontrado un tapacubos Volkswagen en la calzada justo cuando su hijo llegaba con nuestra rueda, el ángel de la guarda regresaba en nuestra ayuda. La nueva jugarreta se saldó con 40 millones (24 euros), 30 millones por la rueda y 10 más que le dio Rafa al chico por haber recuperado el tapacubos.

El resto del trayecto hasta Samsun no supuso ningún otro contratiempo, pero el temporal parecía haberse asentado en Anatolia y las temperaturas en Ankara, nuestro destino en un par de días, se habían estancado por debajo de las -15ºC.

De Amasra a Samsun

Amasra 

es el pueblo más agradable del oeste del mar Negro. Se encuentra encajonada entre dos bahías con sendas playas de arena. Es famosa por su sabrosos pescados y su animado mercado de artesanía, donde las piezas de madera son las reinas. En la época bizantina fue conocida como Sesamos Amastris, y fue alquilada por los genoveses alrededor del año 1270. Mehmet el conquistador la conquistó para el imperio otomano en el 1460 y desde entonces comenzó a perder importancia como enclave comercial. Actualmente es un centro vacacional, con más turismo nacional que internacional.

Sinop

La historia de esta ciudad se remonta al siglo VIII a.C. cuando fue fundada por habitantes que provenían de Mileto. Su mayor esplendor fue durante el reino de Ponto (Mar Negro=Ponto Euxinos) en el siglo II a.C., del que fue su capital. Se dice que a los romanos les costó mucho vencerlos, necesitando de cuatro guerras y 41 años para ello. El mismo Julio Cesar se tuvo que poner al mando, y en la última batalla, en Zela, en el 47 a.C., dijo sus famosas palabras Vini Vidi Vinci. De Sinop es natural el filósofo Diógenes el Cínico (412-323 a.C.). Desde aquí se trasladó a Atenas donde estudió con Antístenes, que le enseñó a evitar los placeres y a poner en duda las costumbres sociales.