Pamukkale, las piscinas de Travertino
2 de octubre de 2005
Nos despertamos en Sarakoy un domingo 2 de octubre, a unos treinta kilómetros de la ciudad de Denizli; allí nos dirigimos en busca de un banco donde cambiar dinero. En el camino nos dimos cuenta de que era domingo y que seguramente estarían todos cerrados, siempre nos quedaban las oficinas de cambio y los cajeros automáticos. No encontramos ninguna oficina de cambio, así que sacamos dinero de un cajero (4% de comisión). Compramos algunos víveres en un supermercado y dos bidones de 19 litros de agua en un comercio de carretera para llenar el depósito, y pusimos rumbo a Pamukkale.
Como en muchas otras grandes ciudades las carreteras de acceso estaban en obras, y fue un poco infierno salir de la ciudad por el buen camino. A eso de las dos llegábamos al pueblo de Pamukkale, a tan sólo 19 kilómetros al norte de Denizli. La carretera te lleva hasta la misma base de la colina donde se asientan las extraordinarias formaciones: las Piscinas de Travertino. Un chico nos paró nada más llegar para ofrecernos sus servicios, trabajaba para un camping. Nos explicó que había un acceso más rápido y ‘económico’ por la ladera este. Aparcamos en un aparcamiento gratuito y ascendimos. En la mochila llevábamos comida, agua y una toalla por si nos bañábamos en las piscinas con restos de columnas.
Efectivamente, por el camino que nos comentó el chaval, nadie nos exigió el pago de la entrada, accedimos gratuitamente a Pamukkale y la ciudad romana de Hierápolis. No tuvimos remordimientos, no creo que nadie se haya dejado tanto dinero en entradas en este país como nosotros este mes. Llegamos a una zona no visitada por los turistas, y pocos metros después divisamos las hordas que subían por el camino principal. Nos acercamos lentamente y pudimos leer en los carteles que estaba prohibido bañarse. En algunas zonas se permite el acceso para tomar fotografías y observar el paisaje, pero hay que descalzarse.
Nos descalzamos y comenzamos a descender. A nuestra izquierda se levantaba una asombrosa pared que parecía hecha de algodón, a los pies de la cual se extendían enormes piscinas. Por el camino circulaba agua caliente por un canal. Y a la derecha, y con una pendiente considerable, se extendían piscinas de distintos tamaños hasta donde la vista alcanzaba. Era un verdadero espectáculo, nunca habíamos visto nada igual. Descendimos sólo unos treinta o cuarenta metros, sabíamos que luego regresaríamos por ese camino.
Una vez arriba recuperamos nuestro calzado y nos alejamos del mogollón de gente, buscando un sitio más tranquilo donde sentarnos a comer. Así llegamos a una zona de piscinas donde estaba prohibido entrar, eran aún más bellas que las anteriores, descendían hacia campos de sembrados verdes, y tenían las montañas como telón de fondo. Siguiendo un paseo empedrado encontramos un lugar desde donde se divisaba el acceso principal y buena parte de las piscinas, allí nos aposentamos y comimos.
Se nos echaba el tiempo encima si queríamos visitar Hierápolis, y darnos luego un largo baño entre columnas en las aguas termales, el complejo cierra a las siete. Decidimos acercarnos a la otra entrada al recinto, donde se hallan los restos de una basílica, tumbas romanas desperdigadas y donde comienza la Vía de Frontino, eje principal de norte a sur de la ciudad. De camino hacia allí dejamos más formaciones de Travertino a nuestra izquierda, algunas con restos arqueológicos sepultados en ellas. Tomamos dicha vía y anduvimos hacia el teatro, dejando el ágora a la izquierda. La calzada se encuentra en muy buen estado, y hay numerosas columnas a los lados.
Así llegamos al teatro romano, uno de los más espectaculares que hemos visto hasta ahora, una maravilla. Caminamos por las gradas y nos acercamos al escenario para poder observar el detalle de los relieves; era enorme, o esa impresión nos dio a nosotros. No nos demoramos lo deseado porque pensábamos en el baño termal, y hacia el hotel Pamukkale Termal nos dirigimos.
Cual fue nuestro asombro al ver el precio del baño, eran 18 millones, una barbaridad comparado con otros precios. Decidimos echarle un ojo a las instalaciones antes de pagar la entrada, se podía ver todo sin pagar. Había varias cafeterías entorno a las aguas termales, que, por otra parte, eran de dimensiones mínimas (sobre todo comparado con las Termas de Caracalla en Baden-Baden, Alemania). Los bañistas se apelmazaban unos contra otros allí donde el agua emanaba a más temperatura. Eran muchos factores en contra, el precio elevado, la aglomeración de gente y que sólo podríamos disfrutarlo poco más de una hora; no entramos.
Como aún nos quedaba un rato para la hora de cierre nos acercamos al museo de Hierápolis, a escasos metros del hotel. La entrada costaba sólo 2 millones y desde fuera se veían algunos sarcófagos interesantes. La visita fue todo un éxito, nos gustó mucho. Es muy pequeño, pero las salas de los sarcófagos y la de las esculturas de dioses son suficientes para justificar la entrada.
Ya atardecía cuando descendimos de vuelta a casa. El descenso lo hicimos descalzos, introduciendo los pies en la corriente de agua caliente de vez en cuando, y admirando la puesta de sol en ese incomparable paraje. Tardaríamos más de media hora en bajar, nos daba pena despedirnos del lugar. Volveremos.
Recorrimos los 19 kilómetros de vuelta a Denizli y salimos de la ciudad por la carretera que desciende a Mûgla, en ella hay un desvío al cabo de cuarenta kilómetros que lleva a los restos de Afrodisias. Dormimos en un enorme mirador desde donde se divisaba la ciudad de Denizli, a unos diez kilómetros. Era un auténtico picadero, como era tarde de domingo estaba lleno de coches con parejitas dentro.
Llegaríamos a Afrodisias sobre las once y media de la mañana. Pagamos la entrada de 7 millones, que incluye restos y museo. Habíamos leído en algún lugar que se trata de unos restos arqueológicos comparables a Éfeso, pero no estamos muy de acuerdo.
Recorrimos el yacimiento, que incluye un ágora, un teatro, un enorme estadio en buen estado de conservación, y los restos del Templo de Afrodita. Este templo en su momento debió ser de gran envergadura, a él debían acudir numerosos visitantes a participar en las orgías en honor a la diosa. Lo que más llama la atención es una puerta reconstruida que daba acceso al templo.
Visitamos el museo, muy pequeño, que recoge objetos de distintas épocas y algunas estatuas de dioses y emperadores romanos, así como bustos de filósofos y pensadores como Sócrates o Platón.
Desde allí nos dirigimos a Izmir, para luego ir a Foça, con la casi ridícula esperanza de encontrar mis sandalias deportivas en la cala donde las había perdido unos días antes, no fue así, por supuesto.
En el camino nos paramos a comer en Atça, un pequeño pueblo de carretera con zonas arboladas a las afueras para pasear y tomar el fresco. Allí nos encontrábamos, cuando Rafa vio pasar a un niño con una camiseta de Ronaldinho y le hizo un comentario. En breve volvió y Rafa le dijo que se acercara. Así nos vimos rodeados de un grupo de seis niños de entre 10 y 12 años. Nos hicieron algunas preguntas, siempre tienen ganas de practicar el inglés que les enseñan en el colegio. Rafita acabó regalándoles posters y cartas de sus ídolos del Real Madrid: Zidane, Roberto Carlos, Casillas, a cada uno el que más le gustaba. Fue una experiencia muy divertida, los niños irradiaban felicidad; volvieron a los pocos minutos a decirle que si se iba con ellos a jugar al fútbol. No lo hizo, ya nos íbamos de allí cuando aparecieron y además, seguro que habría sido un abusón…
Pamukkale
El agua emana de la tierra a unos 35,6ºC, y posee un alto contenido en carbonato cálcico. Como en otras formaciones de este tipo el carbonato en contacto con el oxígeno del aire se transforma en dióxido de carbono, agua y un depósito sólido, que es lo que va dando lugar a las Piscinas de Travertino. Hierápolis fue construida para disfrutar de los beneficios de las aguas termales del lugar. Al principio se diseñó como un lugar donde recibir cuidados médicos, pero entorno a las piscinas acabó floreciendo una gran ciudad. A ella acudían gentes de todas las ciudades romanas.