Tres mujeres en Estambul

12 de septiembre de 2005

Queríamos llegar a Estambul unos días antes de que llegaran María José y Sara; el jueves 8 por la tarde llegábamos a la gran ciudad. Hacía más de cuatro años que la habíamos conocido, y sentíamos hacia ella una admiración especial.

Tres-mujeres-en-Estambul-IV

Acueducto de Valens

La entrada fue triunfal, nos metimos de lleno en el tráfico más denso que habíamos visto nunca. Había vehículos por todas partes, de todos los tipos, yo me agobié enseguida, menos mal que era Rafa el que conducía. Aparcamos en una gran avenida cerca de la universidad, un sitio que seguro estaba prohibido, pero estaba lleno de coches, así que nos arriesgamos. Emprendimos el camino hacia Sultanahmet, el barrio donde se hallan Aya Sofía y Sultanahmet Camii (la Mezquita Azul), reconocíamos cada rincón.

Tres-mujeres-en-Estambul-IIIEsos días los pasamos paseando por la ciudad y pensando en el plan a seguir cuando llegaran las chicas. Dormir en una ciudad como ésta en una furgoneta no es tarea fácil, en todos los sitios medianamente céntricos donde está permitido aparcar hay que pagar por ello, y al tratarse de este tipo de vehículos se aprovechan pidiendo precios excesivos. Hay dos campings a las afueras, cerca del aeropuerto, pero no los encontramos y además el plan no nos apetecía mucho. Al final encontramos un lugar tranquilo detrás del barrio de Sultanahmet donde sí podíamos aparcar y allí dormimos Rafa y yo tres noches. Decidimos que al volver del aeropuerto aparcaríamos allí por si dormíamos las tres en la furgoneta alguna noche.

El domingo por la mañana nos fuimos de la ciudad, dirección al aeropuerto. Pasamos la tarde en una zona de picnic plagada de estambuleños haciendo barbacoas. A las once de la noche aún estaba lleno de gente comiendo y bebiendo sobre las mantas de cuadros. Nos fuimos a Florya, un barrio residencial a dos kilómetros del aeropuerto. Nos hallábamos en otro mundo, parecía que estábamos en la Colonia del Viso, las casas eran chalets de lujo con vigilancia 24 h, los coches que se veían pasar también definían la clase social que moraba en esas viviendas. Aparcamos en una calle y allí dormimos. Por la mañana hicimos un poco de tiempo antes de ir al aeropuerto.

Tres-mujeres-en-Estambul-IIEl vuelo llegaba a las dos menos diez. Dejé a Rafa a esa hora en la terminal de llegadas internacionales y aparqué allí mismo. No tardaron en llegar los policías a decirme que allí no podía estar, intenté hacerme la loca y gané un cuarto de hora más, pero allí nadie aparecía. Volvieron los policías, esta vez me fui, aparqué antes de salir del aeropuerto y esperé durante unos veinte minutos más. Volví a entrar a la terminal, para lo cual tuve que salir del aeropuerto y volver a entrar, de nuevo no había nadie. Repetí esta operación unas cuantas veces, hacía más de una hora que habían llegado, pero seguían sin aparecer. Cada vez que salía y entraba del aeropuerto el tipo que controlaba la entrada de vehículos se me quedaba mirando, hasta que, por supuesto, me mandó parar y me envió con sus compañeros. Muy amablemente me preguntaron que qué hacía allí dando vueltas, les expliqué que esperaba a unas amigas y que la policía (sus compañeros) no me dejaba estacionar en la terminal. Nos reímos un rato juntos y me dejaron pasar.

Ya hacía dos horas que habían aterrizado. Volví a la terminal y me estacioné de nuevo; volvieron los policías, que no se lo podían creer, uno de ellos me invitó a unos dátiles mientras esperaba, y finalmente me dijo que me apartara en un carril para taxis y que no me dirían nada más. Unos veinte minutos después aparecieron los tres, ¡por fin! Me despedí de los policías, nos volveríamos a ver en una semana.

El retraso se debía, como era de suponer, a los visados. Tienen tal flujo de pasajeros que no dan abasto, y a muchos los registran a fondo, con el consecuente retraso añadido. La próxima vez iremos a recoger a la gente una hora más tarde.

Para la primera noche teníamos reservada una noche de hostal en el mismo en el que nos quedamos con Laura hace cuatro años: Sultan Hostal, en el barrio de Sultanahmet. La habitación para cuatro personas con baño nos costó 80 millones, unos 48 euros con desayuno incluido. Nos acomodamos, nos dimos una ducha y nos dispusimos a salir a mostrarles la ciudad.

Tres-mujeres-en-EstambulLos primeros instantes son los mejores, uno no sale de su asombro al ver tanta belleza. Primero Sultanahmet Camii o Mezquita Azul y luego Aya Sofía, estaban extasiadas, María José ya llevaría diez fotos en los primeros quince minutos. Anduvimos por Divan Yolu Caddesi hasta Çemberlitas y allí giramos buscando algo de comida, nos decidimos por unos kebaps de pollo o ternera, según gustos, en un pequeño restaurante que los vendía a menos de 2 millones, estaban deliciosos. Seguimos andando, descendiendo por calles llenas de comercios y de gente, rumbo al Puente de Galata; Rafa quería compartir este lugar y su especial ambiente con ellas, uno de sus lugares preferidos en al ciudad. Al cabo de unos treinta minutos aparecimos en el Misir Çarsi (Bazar de las Especias o Egipcio), lo atravesamos transversalmente para llegar a Yeni Camii Meydani, la plaza donde se encuentra Yeni Camii o Mezquita Nueva. Este lugar tiene un ajetreo especial de gentes comprando y vendiendo todo tipo de productos. Fuimos al otro lado de la calle y cruzamos por el Puente de Galata hasta la otra orilla, donde visitamos el mercado de pescado que ya estaba cerrando sus puestos. Vimos el atardecer sobre el Cuerno del Oro o Haliç. Regresamos al hostal siguiendo el mismo camino que recorren los tranvías, y entramos a ver Sultanahmet Camii, aunque era ya de noche, casi mejor, no había turistas en masa.

Tres-mujeres-en-Estambul-VINecesitábamos un descanso, demasiadas emociones juntas en tan corto espacio de tiempo. Salimos a cenar. En vez de escoger uno de los restaurantes conocidos por nosotros, nos aventuramos por Yerebatan Caddesi, donde se encuentra el Yerebatan Sarnici (las famosas cisternas), en busca de un restaurante que habíamos visto un día paseando y que parecía tener muchas especialidades vegetarianas. Me equivoqué, había confundido las fotografías, eran los típicos platos de kebap con berenjenas u otras verduras. La comida fue excelente, muy sabrosa, y de postre probamos el künefe, un postre que quita el hipo. Volvimos agotados al hostal, no teníamos ni fuerzas para un té, ya lo tomaríamos al día siguiente.

Comenzamos el día con un desayuno en la azotea del hostal, el desayuno deja un poco que desear, pero las vistas son espléndidas. Dejamos las cosas en la consigna, pagamos la noche de hostal y salimos camino de Kapali Çarsi o Gran Bazar. Paseamos tranquilamente observando como se ponía en marcha la ciudad. Kapali Çarsi estaba desierto, prácticamente no había ni un turista en sus inmediaciones, de hecho ni siquiera los comerciantes parecían motivados para vender sus mercancías, era demasiado temprano para atacar al turista. Sara y María José ya empezaron a pensar en las compras que llevarían a cabo esos días, quizás algo de cerámica, algún monedero, unos ojos de la suerte, pañuelos, pendientes de plata, lámparas de mil colores, cualquier persona puede encontrar algo en este lugar.

Aún nos quedaba tiempo para un çay antes de despedirnos de Rafa, que volvía a Madrid esa tarde. Fuimos a descubrir una tetería que hay escondida en los jardines de un cementerio de Divan Yolu Caddesi. El sitio resultó muy agradable y el çay delicioso, como siempre. No pudimos deleitarnos durante horas charlando tranquilamente porque Rafa tenía que coger el dolmus que le llevaría al aeropuerto por 3 euros.

Mientras yo acompañaba a Rafa a por las maletas y me despedía de él, las chicas entraron a visitar Yerebatan Sarnici, si no me equivoco por 7 millones. Más tarde nos encontraríamos en el parque de Sultanahmet. Aprovechando que no había cola en la entrada de Aya Sofía y que aún era temprano para comer visitaron la gran Basílica-Mezquita, entrada 15 millones. Yo las esperé leyendo en un banco.

Tres-mujeres-en-Estambul-IXComimos en un puesto callejero un kebap de pollo y un ayran y dedicamos la tarde a pasear y entrar en las mezquitas que se presentaban en nuestro camino. Nuestros pies nos llevaron hasta Beyazit Meydani (en realidad la plaza se llama Hürriyet Meydani, nadie usa ese nombre), la plaza donde se encuentra la Puerta a la Universidad y la hermosa Beyazit Camii. La hora no era adecuada para la visita a la mezquita, ya habían llamado al rezo desde los minaretes. Dejamos la visita para más tarde y nos adentramos en el mercado de libros que se encuentra en la zona oriental de la plaza, un lugar perfecto donde descansar del bullicio. Como estábamos inagotables seguimos andando rodeando la universidad, que tiene acceso vetado a los extranjeros, al menos a los turistas (intentamos entrar por dos o tres puertas diferentes, no hubo manera).

Así llegamos hasta Süleymaniye Camii, nos recibió imponente y en plena llamada al rezo, esta vez esperamos en el patio a que salieran los fieles de la mezquita. Fue un placer visitarla de nuevo, es una maravilla. Nos quedamos en los alrededores un buen rato, dando una vuelta por el cementerio, por las antiguas cocinas y tomando un çay en una tetería situada en un jardín contiguo a las antiguas cocinas. De vuelta a «casa» visitamos Beyazit Camii, es la más antigua de las mezquitas imperiales otomanas (1501-1506). Llegamos a la furgoneta y el sitio en el que habían aparcado Rafa y María José el día anterior olía mal, alguien había tirado restos de comida cerca. Decidimos cambiarnos de sitio, fue una odisea, como siempre en Estambul, pero al final lo logramos, y del nuevo lugar no nos movió nadie en los siguientes días.

Tres-mujeres-en-Estambul-VEl siguiente día se presentaba movidito. Tras la visita a Topkapi Sarayi, queríamos visitar la mezquita, antes iglesia bizantina, de San Salvador de Chora, situada junto a las Murallas de Teodosio, y luego volver paseando hasta ‘casa’. Esta iglesia posee frescos bizantinos de gran belleza. Después de desayunar fuimos hasta la entrada del palacio, allí compraron las entradas para el mismo (12 mill), la entrada para el Harén se compra en el interior (10 mill). Las esperé algo más de tres horas en los jardines.

Sobre la una cogimos un tranvía hasta la parada de Topkapi, pasada la muralla. La parada está desangelada, en medio de un cruce de autopistas, éramos las únicas turistas por allí, la gente nos miraba curiosa. Pasamos al interior de las murallas por una de las puertas de acceso y anduvimos a su vera durante unos dos kilómetros. Nos encontrábamos en el barrio de Fatih, uno de los barrios más tradicionales de la ciudad vieja de Estambul, las casas cercanas a las murallas eran muy humildes, por no decir muy pobres.

A los pocos minutos de comenzar a andar nos vimos inmersas en una celebración. Se trataba de una circuncisión. Unas cuarenta personas cantaban y bailaban al son de la música interpretada por tres músicos, iban andando por la calle con sus vestidos de gala. Los niños se acercaron en cuanto nos vieron, y tras hacernos unos pasos de baile nos pidieron dinero, no se lo dimos. Todo cambió cuando le hice una foto a uno y se la enseñé, ya no querían dinero, ahora todos querían una foto y verse en la pantalla cual protagonistas de la fiesta.

Tres-mujeres-en-Estambul-VIIIContinuamos nuestro camino y llegamos hasta una arteria principal de la ciudad, a pocos metros se encontraba nuestro objetivo. Nos sorprendió bastante no cruzarnos con ningún occidental en los alrededores, algo no iba bien. Efectivamente, cual novatas, no habíamos comprobado cual era el día de cierre, y con cara de tontas nos encontramos con las puertas cerradas. Pues nada, se quedará pendiente para la próxima visita a la ciudad. Retomamos la calle principal, que atraviesa el barrio de Fatih hasta el Acueducto de Valens y paseamos observando como transcurre la vida en la ciudad. Hicimos una parada para tomar un çay y unas delicias turcas, nos vimos envueltas en una situación muy curiosa. El chico que llevaba el negocio nos dijo que no le quedaba çay y nos ofreció cocacola, agua, nescafé, y todo tipo de bebidas, pero nosotras estábamos convencidas de tomarnos un çay. Ya teníamos los dulces sobre la mesa, pero no hay quien los coma sin algo de líquido para acompañar. En cualquier otro sitio en Estambul el chico habría salido a la calle y habría vuelto con tres çays para nosotras en menos de cinco minutos; el chico estaba superado. Al final llamó a alguien en el interior de la tienda, y nos los prepararon. Fue una situación cómica, nada tensa, allí nos pasamos casi una hora.

Caminamos viendo comercios de todo tipo, muchos dedicados a la venta de trajes de boda y otras celebraciones, vimos cada horterada. Así llegamos hasta Fatih Camii, esta mezquita nada tenía que ver con las que habíamos visto hasta ahora, parecía un centro social. El ambiente en su interior era sorprendente, había una fuente para beber agua, cabina de teléfono, varios corros de hombres conversando. Un hombre se acercó a nosotras para entregarnos una cuartilla con versículos del Corán traducidos al inglés. Nos quedamos un buen rato respirando el ambiente del lugar. Justo antes de salir de la mezquita una mujer que estaba sentada junto a nosotras abrió su bolso y nos obsequió con un anillo a cada una, no quería nada a cambio, no salíamos de nuestro asombro.

Ese ambiente tan especial se debía entre otras cosas a que era miércoles, día de mercado en el barrio, y todas las calles anejas a la mezquita estaban llenas de puestos donde compraba la gente, en su mayoría mujeres. Recorriendo el mercado nos perdimos por calles hasta llegar a los cimientos del viaducto, para poderlo observar tuvimos que ascender de nuevo hasta la calle principal. Ya de regreso entramos en Sehzade Camii, una mezquita real; estaban cambiando las alfombras del suelo y pasando el aspirador a las nuevas. Agotadas nos encontramos junto a Kapali Çarsi de nuevo, quedaba poco para el cierre, tras atravesarlo salimos por la puerta que da a Nuruosmaniye Camii, última mezquita del día, estaba desierta y oscura, ya eran más de las siete y el sol se estaba poniendo. Dando los últimos pasos del día decidimos que era la noche perfecta para descansar en ‘casa’ y deleitarnos con una cena española. Estrenamos el lomo y uno de los quesos, abrimos la botella de tinto que nos habían traído Gema y Laura en su visita a Grecia, y no podían faltar las aceitunas. Yo era feliz.

Tres-mujeres-en-Estambul-VIITras la paliza del miércoles el jueves iba a ser el día del relax. Desayunamos cerca de los muelles un típico desayuno turco y nos embarcamos en uno de los barcos que recorren el Bósforo hasta su desembocadura en el Mar Negro. El día estaba un tanto gris, pero no enturbió el pasaje. El trayecto hasta la última parada se demoró casi dos horas. Nosotras, tranquilas, reflexionábamos sobre lo vivido el día anterior y lo comentábamos. En la última parada, Anadolu Kavagi, descendimos para subir hasta la fortaleza, desde donde se disfrutan unas vistas inmejorables de la desembocadura. Aquí estuvimos Laura, Rafa y yo hace más de cuatro años, un soleado día de agosto del 2000. Comimos en el pueblo un par de menús de pescado: calamares, mejillones, atún y lubina a la brasa, todo muy bueno y a un precio razonable, saldríamos a 10 ó 12 millones cada una. Ya de vuelta, en el barco, nos tomamos el çay de después de comer, sólo medio millón.

Una hora después de desembarcar en el muelle tres de Eminönü, entrábamos en el Çemberlitas Hamami (18 mill el baño, 28 mill baño + masaje). Es uno de los más turísticos, dentro nos juntamos con americanas, japonesas, francesas y de todas las nacionalidades; había demasiado gente, aún así lo disfrutamos. María José y Sara se dieron un masaje que te deja como nueva, mientras yo me lavaba tranquilamente en las pequeñas salas donde se mezclaban aguas calientes y frías.

Viernes y sábado iban a estar dedicados a los bazares, las compras de regalos y a alguna visita pendiente. Así la mañana del viernes Sara y yo dejamos a María José en la puerta del Museo Arqueológico, y nos adentramos en el Parque de Gülhane, antiguos jardines de Topkapi Sarayi hoy con acceso gratuito al público. Tras el paseo nos dirigimos al Café Aga, situado en Caferiye Sokak (entre la calle por la que circula el tranvía y Aya Sofía). Este café se encuentra en el patio de una antigua Madrasa (Escuela Coránica), hoy convertida en escuela de talleres. Vimos a mujeres trabajando con papeles de colores, otras haciendo broches y anillos con bronce, otras cerámica, etc. Tomarse un café turco cuesta 3 millones, pero merece la pena si se va estar largo rato. María José nos hizo una llamada perdida, y fui a buscarla a las puertas del Parque Gülhane para volver juntas al café, nos quedamos un rato más allí mientras ella se tomaba su café turco.

Fuimos a Kapali Çarsi a comenzar las compras. No puedo detallar en esta crónica todo lo que llegaron a comprar en estos dos días las dos, los bazares de esta ciudad son una trampa mortal. No faltaron especias ni delicias turcas en el bazar de las especias, tampoco pañuelos y cerámica, María José compró tres lámparas por 30 millones, ambas se llevaron muestras de caligrafía otomana, tres monederos y cinco separadores de libros. No sé, fue muy divertido, de vez en cuando hacíamos una pausa para tomar un çay y descansar la mente de millones y regateos. Yo, mirándolas, recordaba como hace cuatro años a Rafa y a mi nos pasó lo mismo, y volvimos a Sofía con una hamaca, un juego de té, miles de separadores y monederos para hacer regalos, y tantas cosas más que ahora no recuerdo. Esta vez me conformé con un protege manteles de cerámica redondo para no quemar la mesa de la furgo; bastante regalo tengo con estar aquí.

El sábado, antes de llevarlas al aeropuerto, nos dimos un homenaje, cenamos en Cennet, un restaurante en Divan Yolu Caddesi, cerca de Çemberlitas. El ambiente es muy divertido, se cena sentado en el suelo y hay un grupo de música que ameniza las comidas. Sarita acabó bailando con un de los trabajadores del local. Cenamos los típicos mezes o entrantes, un kebap de cordero y unos raviolis turcos, todo muy sabroso.

Y luego la despedida, salían a las cinco de la mañana, así que nos acercamos al aeropuerto sobre las doce o una, dormimos un par de horas en la furgo y a las tres las dejé en la terminal tras la siempre emotiva despedida. ¿Hasta cuándo?