El oasis de Wadi Ghul

El oasis de Wadi Ghul

Wadi Ghul, secretos del desierto 18 de diciembre de 2007 Partimos de Nizwa a media mañana con rumbo oeste, hacia Wadi Ghul, un barranco tallado en las montañas Hajars gracias a las riadas que cada año descienden vertiginosamente desde la cima de Omán, el Jebel Shams, con sus 3.075 m sobre el nivel del mar. Cruzamos Tanuf veinte kilómetros después de abandonar Nizwa, una diminuta población conocida por sus aguas minerales, que se embotellan y distribuyen a todo el país. Unos kilómetros más allá nos encontramos con el cartel que indicaba la ruta hacia Al-Hamra (La Roja, como nuestra querida Alhambra de Granada), esta misma carretera continúa unos once o doce kilómetros con el firme pavimentado en una ascensión muy dura (por lo que nos comentaron Rubén y Aurora), y sirve de acceso al Wadi Bani Awf, uno de los barrancos escondidos e inaccesibles de la región. Este lugar es sólo apto para todoterrenos y aún así parece ser bastante duro de roer, para los ciclistas también es duro, hay algunas pendientes imposibles y sólo un alto en el camino donde encontrar agua y alimento. Para nosotros queda pendiente, cuando seamos unos turistas más y podamos alquilar un 4×4 para recorrer estos bonitos parajes, y algunos más que se nos han quedado en el tintero. Continuamos hacia Wadi Ghul, fue sencillo encontrar el camino hacia la montaña y más aún detectar el View Point anunciado, un lugar muy fotogénico donde es imprescindible hacer un alto. Como nos moríamos de hambre decidimos continuar un poco más y buscar un lugar donde comer y regresar por la tarde para adentrarnos en...
Nizwa

Nizwa

Hacia el interior de Omán 17 de diciembre de 2007 Colocamos las bicicletas en el portabicis y partimos los cuatro de Mascate en busca de las montañas de Hajar, a apenas un par de horas en coche de la capital. A mitad de camino dejamos a la izquierda la carretera que conduce hacia la isla de Masirah, uno de los mayores reclamos turísticos del país, y unos kilómetros antes de llegar a nuestro destino vimos como la carretera se adentraba en el desierto camino del lejano sur, un cartel indicaba que quedaban aún 800 ó 900 kilómetros hasta Salalah, la capital de Dhofar. En esta ocasión no viajamos hasta allí, la cuna del incienso, el lugar desde el que se cree que partieron los reyes magos de Oriente hacia Belén, un extraño vergel con amplias y verdes praderas y rebaños pastando; otra lugar a descubrir en el futuro, compatible con un imprescindible viaje a Yemen aprovechando que la carretera que une ambos países junto a la costa ya está inaugurada y pronto estará abierta a los viajeros. Pero nosotros nos quedábamos allí mismo, en un cruce de caminos entre el norte y el sur de Omán. Así Nizwa se presentó como una tranquila ciudad de provincia, con una zona moderna junto a la carretera y otra zona bien distinta donde el adobe es el principal elemento. Una de esas tradicionales ciudades donde según las guías hay que mantener el decoro con mayor atención y donde el islam está más arraigado, tanto que entre los omaníes Nizwa se conoce como «La Perla del Islam». Aparcamos el vehículo muy cerca de...
Rustaq y Nakhal

Rustaq y Nakhal

Rustaq y Nakhal, fortalezas en el desierto 12 de diciembre de 2007 La planicie de Batinah se extiende desde las aguas del Golfo de Omán hasta las montañas de Hajar al norte del país, es la región más fértil y la que nutre la mayor parte de los mercados de frutas y verduras. En la costa se encuentran algunos pueblos importantes que ya hemos mencionado, como Sohar o Sawadi, en el interior las principales poblaciones son Al-Rustaq y Nakhal, ambas dotadas de unas magníficas fortalezas. La primera que visitamos y en la que hicimos noche fue Al-Rustaq, un oasis que fue capital del país durante el siglo XVII. Como las demás poblaciones omanís se nos presentó tranquila y adormilada, sólo cuando comienza a caer la tarde las gentes se deciden a salir de sus casas a pasear y se anima el ambiente. Como será el turismo en la región que nos vimos de nuevo visitando en solitario la fortaleza, recorriendo los distintos pasadizos, descendiendo a las siempre refrescantes aunque tétricas mazmorras, y ascendiendo a cada uno de los torreones para avistar desde lo más alto la profundidad del palmeral y el rojizo de las secas montañas, y todo ¡sin un alma a la vista! Se estaba bien ahí arriba sin embargo la hora de cierre ya había pasado y teníamos que salir para que el vigilante pudiera regresar con los suyos. Decidimos rodear la fortaleza caminando y adentrarnos un poco en el pueblo, descubrimos frondosas huertas y mujeres trabajando en ellas, barberías donde largas barbas musulmanas eran recortadas y corroboramos el ritmo con el que se vive en Omán...